Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Ese oscuro objeto del deseo llamado reelección

Por qué, a pesar de los malos antecedentes, todos los presidentes parecen tentados a prolongar su estadía en el poder.

Archivo La Nueva.

Por Mariano Buren 

elpais@lanueva.com

 

   "¿Su ciclo es de cuatro u ocho años?", le consultó el periodista de Infobae a Mauricio Macri, durante una entrevista a solas en la Quinta de Olivos.

   Eran los primeros días de junio de 2016. Cambiemos llevaba menos de seis meses en la Casa Rosada y algunos sondeos de opinión reflejaban que el presidente contaba con una imagen positiva cercana al 57 %.

   "Veremos", contestó Macri, antes de apelar a una de sus habituales bromas futbolísticas para suavizar los contornos políticos de sus frases: "Como dice mi filósofo de cabecera, 'Mostaza' Merlo: paso a paso", remató.

   El mensaje reeleccionista, aunque tímidamente, volvía así a instalarse entre los argentinos, luego de que el kirchnerismo se viera obligado a silenciarlo tras su sorpresiva derrota en los comicios legislativos de 2013.

   Tres años después de aquella respuesta, Macri se muestra decididamente lanzado a su continuidad al frente del Ejecutivo.

   Cabe preguntarse, en este contexto, por qué la mayoría de los presidentes parece tentado a prolongar su estadía en el poder casi desde el mismo arranque de gestión, aún cuando todos los antecedentes demuestran que los segundos mandatos están caracterizados por una marcada decadencia.

   Las reelecciones de Julio Argentino Roca (1898), Hipólito Yrigoyen (1928), Juan Domingo Perón (1951 y 1973), Carlos Menem (1995) y Cristina Fernández (2011) trajeron, por lo general, malos indicadores económicos, crecientes tensiones sociales, disputas palaciegas, desgaste institucional, verticalismo y una inquietante sensación de megalomanía emanada desde el propio aparato estatal.

   A esos seis capítulos de la historia también habría que sumarle los intentos de quienes, en diferentes momentos, buscaron regresar al Gobierno. Fueron los casos de Urquiza (1868), Mitre (1874 y 1898), Uriburu (1904), Alvear (1937), Menem (2003), Rodríguez Saá (2003 y 2015) y Duhalde (2011), derrotados en las urnas.

   Otros, como Pellegrini, Justo y Kirchner fallecieron cuando se preparaban para postularse nuevamente, mientras que las convulsiones políticas derrumbaron las pretensiones de Alfonsín.

   Es tal la importancia del tema para la corporación política que fue uno de los debates centrales en las reformas constitucionales de 1949, 1957, 1972 y 1994. Menemistas y cristinistas, incluso, trataron en su momento de forzar las compuertas para que sus líderes accedieran al carrusel de la re-reelección indefinida.

   Si se retoma la pregunta acerca de cuáles son las motivaciones reales detrás de esta necesidad de permanencia en la cima, las respuestas posibles pueden ser múltiples, con aportes provenientes de la política, la economía, la filosofía, la sociología e incluso la psicología.

   Así como hay quienes sugieren que se trata de personalidades expuestas a la desmedida adicción que genera el poder, también están los que afirman que se trata de individuos virtuosos, con una esclarecida vocación de servicio en nombre del bien común.

   La bibliografía al respecto es amplia. De Aristóteles a Jung, pasando por Adler, Hegel, Freud, Santo Tomás, Nietzsche, Maquiavelo y Weber, las discusiones que implica la tenencia del poder siempre oscilaron entre el recelo y el cuestionamiento.

   Las sociedades en general -la argentina en particular- deberían más tener presente esas lecturas, especialmente en cada año electoral.