Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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300 bonsáis y un culto a la constancia que ya lleva más de 40 años

Oscar Bonnefon tiene su propio jardín de estas pequeñas especies que comenzó a cultivar en 1978, gracias a un curso que hizo por correspondencia.

Oscar en su jardín de bonsáis. Fotos: Pablo Presti-La Nueva.

Laura Gregorietti
lgregorietti@lanueva.com

 

   A sus 77 años, Oscar Bonnefon tiene mucho para contar y enseñar. Su casa de calle French atesora recuerdos deportivos, trofeos de sus épocas de corredor y los mil y un pósters y revistas de su gran amor: el Club Independiente.

   El jardín, pequeño, está perfectamente cubierto con el resultado de tantos años de paciente tarea: 300 bonsáis, cada uno en su maceta.

   A su vez, estas mini macetas, comparten el espacio con un enorme ceibo y varios canteros decorados donde descansan sus amadas mascotas, esas que acompañaron a Oscar y su mujer en los momentos más difíciles con la salud de su hija Melany.

   Los álamos plateados, granadas, acacias, ceibos, ombúes y eucaliptos se turnan para robar la atención de aquellos que admiran la jardinería y los espacios verdes.

   “Se cumplen casi 41 años de aquel suplemento que publicó el diario 'La Nueva Provincia' donde se promocionaba un curso de bonsáis por correspondencia del Instituto Botánico Ornamental, que estaba a cargo de un grupo de japoneses”, cuenta Oscar, tijera en mano, mientras exhibe la técnica.

   Si bien cada uno hace el bonsái a su manera, Oscar empezó en un principio a hacerlos más grandes porque según cuenta “decían que era más sencillo”.

   “Pero lo que se complicaba era el manipuleo, porque por ejemplo, el ombú tiene el tronco más grande. Pero los resultados los ves más rápido: en menor tiempo lográs tener un 'señor bonsái', porque los de tronco pequeño tardan más. Tengo entendido que los japoneses han hecho ejemplares de la altura de una persona”, destaca.

   Aclara que todas las especies se pueden hacer bonsái, pero hay algunas más delicadas que otras, como el ceibo, que en invierno se torna delicado por las heladas.

   "He regalado un par, y se les han secado a todos. Hay que aprender a cuidarlos y darles tiempo. No se puede poner un bonsái en la cocina, por ejemplo, cerca del calor y del gas”.

   Oscar insiste con la paciencia y la constancia para poder lograr un “trabajo de alta calidad”.

   “Lo mejor es hacerlo de semilla. Con el ombú por ejemplo, tiene que haber pareja o la semilla no germina. Tiene que haber un ombú y una ombú, al lado del otro, para que el viento haga la polinización”.

   Fanático de las plantas y amante de la naturaleza, dice mientras posa con sus creaciones, que creció rodeado de naturaleza.

   “Mi abuelo tenía un campo con frutales en 17 de Agosto, y amanecer todos los días en un lugar así fue un sueño que no pude cumplir, pero este se convirtió en mi pequeño refugio verde”, cuenta mientras recuerda que a la par de su hobby, trabajó durante 46 años en la Cooperativa Obrera, donde se jubiló.

   En medio de un tour explicativo de cada especie, Oscar nos regala un secreto.

   “En la plaza Brown hay un ombú que da semillas. Yo iba a entrenar ahí con mi perro, porque además de las plantas, soy loco por los animales. Tuve una perrita 12 años y medio, que no se separaba de mi hija, antes de tener que internarla en el Cottolengo. Y también tuve un foxtercollie que durante 10 años corría conmigo hasta Spurr, por la playa, fiel como ninguno”, rememora.

   Sus ojos se iluminan cuando habla de Melany, su hija. La grave situación de salud que vivieron cuando tenía 4 meses de vida llevó a Oscar a escribir un libro, “Vivencias de un padre diferente”.

   “Pensar que la esperamos tanto, teníamos mucha ilusión con el nacimiento de Melany y apenas 4 meses la pudimos disfrutar a pleno. Tuvo unas convulsiones tan fuertes que le dañaron de manera irreparable el cerebro, nunca pudo siquiera caminar”, cuenta visiblemente apenado.

   Durante 12 años y medio lucharon día a día con ella, pero llegó un momento en que el neurólogo les dijo que la nena necesitaba cuidados más específicos que ellos, ya mayores, no le podían brindar.

   “Yo no puedo dejar de visitarla, todavía la extraño.. y ya hace 18 años que está con las monjitas del Cottolengo. Pero con 75 años corrí con ella la maratón por la inclusión, y con la nena en silla de ruedas me dio mucho orgullo poder hacerlo”, concluyó con una sonrisa.