Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Los que dan las notas

Imágenes y videos: Francisco Villafáñez-La Nueva.

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

  Cuando le preguntan qué hace, no sabe por dónde empezar.

  Guitarra. Teclado. Canto. Vitrofusión. Mosaiquismo.

  Su vida es arte.

 

  María Hernández tiene 17 años y una gran capacidad de asombro. Conoce una actividad y quiere practicarla. Pero tiene un límite: los estudios.

  A los 6 años le regalaron una guitarra y empezó clases particulares. Fue solamente dos meses, después se largó sola. Canta desde que tiene memoria y desde hace un año también practica teclado.

  María se describe como una chica exigente y perfeccionista. Asiste a una iglesia evangélica y cada vez que le toca pedir o agradecer algo los pone a todos a ensayar con ella.

  Además de su talento musical, es muy hábil con las manos.

  Cuando tenía 11 años la llevaron a una muestra de artesanos y se enamoró de unas pequeñas piezas de vidrios que formaban distintas figuras. Supo que era vitrofusión y quiso probar.

  —Se hace con el vidrio fundido. Primero vemos el lado bueno y el lado malo porque los vidrios tienen el lado donde se puede pintar y el lado donde no. Usamos pigmentos que tienen plomo, otros que no y también usamos otras cosas como introducción de otros vidrios con colores. Cortamos las piezas y luego el vidrio va a cocción.

  María cuenta que su mamá siempre la acompaña y destaca que para los jóvenes es muy importante sentir que sus familias los apoyan con sus gustos.

  Otra de sus actividades es mosaiquismo. Comenzó a practicarla el año pasado.

  —Se hace con azulejos, venecitas [material de construcción para revestimientos] y algunas cosas que van surgiendo cada año. Se usan pinzas y cortantes y pieza por pieza se van armando como un rompecabezas. Son piezas muy chiquititas y se van haciendo dibujos con eso.

  María cursa sexto Sociales del turno tarde de la Escuela Secundaria Nº 3 del barrio Pacífico y cuenta que le va bien. En unos meses se imagina estudiando Arquitectura en la UNS.

  —Sé que podría estudiar Artes Plásticas o cosas que tengan que ver con el arte, con la música, pero sé que como profesora sería un asco —confiesa entre risas.

  A veces resigna el tiempo con los amigos. Es fácil compartir la música porque a todos les gusta; pero mosaiquismo y vitrofusión llevan mucho tiempo y por lo general los aficionados son personas más grandes.

  —Si algo me sale mal lo vuelvo a hacer hasta que sale. Vitrofusión lleva mucho tiempo por las cocciones y después el tema de cortar el vidrio es peligroso entonces hay que hacerlo con cuidado.

  No importa cuánto tiempo lleve. Para María el arte, en cualquiera de sus formas, es importante. Además de una oportunidad laboral, permite sacar lo que uno lleva dentro.

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  Cruza los pies. Mantiene las piernas estiradas. Sostiene su sonrisa. Dice que es la posición 5. La que más usa en sus clases de danza.   

  Daira Alarcón tiene 12 años y baila.

  A los 8 se hizo por primera vez el rodete tirante y se puso la falda con medias. Es que en la Escuela de Danza, de Brown al 100, siempre hay que estar impecable.

  —Ahora el baile que más se hace es reggaetón, pero a mí me gusta más lo clásico, lo tranquilo. No me gusta con mucha potencia.

 Con voz tímida confiesa que no baila tan bien. Pero no le importa. Ella sigue por pasión. Una pasión que le trajo muchos cambios.

  Solía tener el pelo muy largo, pero se lo cortó por la danza: le pesaba mucho y cuando hacía movimientos con la cabeza corría el riesgo de que el rodete se desarme. También por la danza tuvo menos salidas: ensayar 2 o 3 veces por semana reduce los tiempos para todo.

   Daira cursa primer año en la escuela Secundaria Nº 3 y gracias a la danza participó de cinco presentaciones en el Teatro Municipal. Le cuesta imaginarse como bailarina profesional, pero sí se piensa como profesora.

  —Cuando bailo expreso lo que siento o lo que dice la música: si es triste bailás lento, suave; si es más alegre, más abierta.

  Daira cree que no se necesitan condiciones extraordinarias para hacerlo. Y anima a otros chicos.

—Si alguien quiere empezar y no se anima, que lo haga igual… No tenés que ser perfecto para hacer las cosas.

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   Samuel Peña tiene 12 años. Con los palillos de la batería se siente más libre.

  Admira a Julián "Lulo" Isod, el baterista de Ciro y los Persas. Y comenzó a tocar por fe.

  Aprendió batería en una iglesia cristiana del barrio Noroeste, donde su papá es pastor: le enseñó el joven baterista del templo que muchas veces no puede asistir a las celebraciones por trabajo.

  Samuel se acostumbró rápido y quiso ir por más. Decidió agarrar el saxo.

  —Con la batería no hay que aprender notas, hay que aprender más que nada el ritmo. Y ahora con saxo estoy aprendiendo el soplido, hay que acostumbrarse a mantener el aire.

  A pesar de su gusto por la música, Samuel no se imagina viviendo de ella. Cursa primer año en la escuela Secundaria Nº 3 y cuando termine quiere estudiar Arquitectura, como su hermano.

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  ¿Guitarra? No.

  ¿Batería? Tampoco.

   A él le gusta el clarinete.

 

   A los 7 años agarró la flauta por primera vez. Le fue fácil y le gustó mucho el sonido que podía hacer. A los 10 se decidió por el clarinete.

  Tomás Dionicio tiene 12 años, cursa primero en la escuela Secundaria Nº 3 y forma parte de la banda de Don Bosco.

  Recuerda que la primera vez que tocó en el Teatro Don Bosco tenía muchos nervios. Pero después del concierto sintió mucha paz.

  El escenario le permite liberar sus sentimientos. Y genera todo tipo de sensaciones.

  —Me siento alegre tocando con todos mis compañeros. Pero también me siento decepcionado cuando me equivoco. El clarinete se escucha fuerte y cuando hago una nota mal o aguda, se escucha muy fuerte y todo el público se da cuenta.

  Pero son los profesores los que le dan tranquilidad.

  —Ellos me dicen que no importa si lo hago mal, lo que importa es tocar y no parar.

  Tomás ensaya 3 veces a la semana durante 2 horas. Es lo que más le gusta, aunque a veces tenga que dejarlo por un rato: sabe que la escuela es prioridad.

  No se imagina para siempre en un escenario. Su interés está en la Biología.

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  Melanie Rivademar tiene 12 años y toca la flauta traversa.

  En la primaria le enseñaron a tocar la flauta dulce y como le gustó decidió seguir con la música.

  Empezó a ir al conservatorio de Lamadrid al 400 en 2017. Primero intentó con piano, pero se aburrió a los 3 meses. Probó con la flauta traversa y no la soltó más.

  Para Melanie, una de las claves es concentrarse en las partituras. Y asegura que no es fácil encontrar el mejor sonido.

  —Me cuesta mucho tocar cosas agudas. Hay que hacer más fuerza y no tengo mucho pulmón —dice y se ríe.

  Por ahora practica con la flauta que le presta la profe. Y muestra su entusiasmo resignando salidas con amigas por un rato con la flauta. Quiere llegar bien a su próxima presentación. El año pasado tocó en Tiro Federal y a pesar de los nervios lo disfrutó mucho: había mucha gente y se sintió rara cuando le tocó pasar sola.

  —Mi abuelo tocaba el violoncello y me gustaba como tocaba, siempre lo miraba. Y ahora mi hermana también empezó, está tocando guitarra y eso fue lo que me llevó a la música.

  Cuando piensa en su futuro, se imagina con un instrumento en la mano. Pero no como profesora. Su sueño es tocar para la gente.

Solo el viento

   En la Secundaria Nº 3 hay muchos artistas. Y también muchos deportistas.

  Ivo y Facundo son un claro ejemplo.
 

  Ivo Castiglia tiene 14 años y a diferencia de sus amigos nunca le interesó el fútbol ni el básquet.

  Una muestra de arquería en la FISA lo tentó a probar. Desde hace 3 años encuentra paz y serenidad cuando carga la flecha en el arco. Ivo disfruta del silencio que no encuentra en otro lado.

  Martes y jueves practica en Espora 51 gracias al Programa de Escuelas de Iniciación Deportiva de secretaría de Deportes de Nación. Y ya tuvo instancias competitivas.

  El año pasado quedó octavo en la prueba individual y tercero en la grupal. Luca Rossetti y Simón Chaves fueron sus compañeros.

  Ivo siempre se sintió acompañado por su familia y sus amigos. Nunca hubo reproches. Tampoco lo presionaron para que haga lo que hace la mayoría. Y él lo celebra.

   Facundo Sebastián Gallardo tiene 12, está en primero de secundaria y también le gusta lo diferente.

  Hizo guitarra 3 años y cuando descubrió que no le gustaba empezó percusión en el conservatorio. Pero su cabeza está en el agua: navega en un optimist.

  —Consiste en agarrar un velero bien chico e ir por un canal que conecta con el mar —explica.

  Su papá hacía vela y su hermano, buceo. Aunque Facundo cuenta que la primera vez que subió a un velero tuvo miedo, en el Club Náutico de Ingeniero White fue agarrando confianza.

  Sus amigos le preguntan si es peligroso, si siente frío en el agua, si necesita chaleco… Y a él le gusta que se interesen.

  —Cuando me subo siento tranquilidad y la sensación de libertad o algo así. A mí me encanta la experiencia y me parece bueno que la gente sepa cómo se siente.

 

Salma, Lucía, papel y lápiz