Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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La vez que Pity Álvarez fumó paco en Bahía Blanca

Llegó para dar una conferencia de prensa en nuestra ciudad, previo a su presentación en Tornquist. A la noche compartió un asado en el barrio Luz y Fuerza.

Pity Álvarez durante una conferencia de prensa en Bahía, en 2015.

 

Por Franco Pignol / fpignol@lanueva.com

   La virulana se ponía incandescente cuando Pity Álvarez prendía la mecha en la boca de la pipa e inspiraba. Decimos pipa, pero en realidad sólo tenía la forma, porque era un caño de cobre de unos 10 centímetros enroscado a un codo que completaba la boca hacia arriba.

   Todos suponíamos que se drogaba. Pocos creíamos el rumor de su adicción al paco (pasta base de cocaína), una de las sustancias más baratas, adictivas y que mayor y más rápido deterioro físico y psíquico causan. Las sospechas se confirmaban. La pipa sólo era el intermediario entre la virulana incandescente, el humo del paco y sus pulmones.

   “¿Qué estás fumando Pity?”, le pregunté. “Esto es la maldición de los Dioses. Ni se te ocurra probarla”, respondió.

   El asado estaba listo en el patio de una casa del barrio Luz y Fuerza. Una banda whitense lo recibió entusiasmada. Zaparon un rato y luego la intención era compartir anécdotas alrededor de la mesa y palpitar el show que días más tarde compartirían sobre el escenario del club Automoto de Tornquist. Fue imposible. Pity no probó un bocado. Mientras todos cenaban estuvo alejado tocando el piano y la guitarra. Dos personas que lo habían acompañado le insistieron para irse. Él se quería quedar. Costó, pero se marchó. Era el verano de 2015.

   Ahí estaba el ídolo, sumido en una adicción que lo encarcelaba. Para muchos fue una gran oportunidad estar cerca de él, sin embargo otros hubiéramos preferido no darnos cuenta de lo mal que estaba.

   Hoy, después de la muerte en la acera de Lugano, nos replanteamos qué es lo que estamos haciendo con los ídolos del rock.

   Siempre estuvo mal cuestionar a los grandes talentos por su vida al borde. Alabarlos era cool, estaba bien visto, sin darnos cuenta de que ese era el gran golpe a la mandíbula de un género que ya no está en su apogeo (todos sabemos que la mayoría de los jóvenes escucha otra cosa) pero que tampoco está muerto como muchos se encargan de fomentar.

   No nos hagamos los tontos. En Bahía Blanca seguimos subiendo al pedestal de los ídolos a un cantante popular que aspira en los baños de los bares y que ni siquiera da la cara en Facebook con un perfil honesto.

   Aceptémoslo. Estamos condenados a desilusionarnos. Mientras tanto, sigamos disfrutando del show. Ni se te ocurra cuestionarlo. Marquemos un récord de asistencia en la próxima convocatoria.