Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Un viaje al lugar de los héroes

La Guerra de Malvinas comenzó a escribirse el 2 de abril de 1982, con el desembarco de las tropas argentinas en el archipiélago. 
Varias situaciones mantienen viva esa historia, que se ha convertido en una herida que no cierra entre los argentinos.
Por un lado, la cercanía temporal de los hechos. Por otro, por tratarse de una causa centenaria que nadie acepta resignar y sobre cuya soberanía no se tiene dudas. Y por último, porque muchos de los protagonistas de esa guerra son parte de nuestra sociedad, caminan entre nosotros, son testimonio vivo y contundente de lo ocurrido.
Eso les pasó a los alumnos de la Escuela Secundaria Adolfo Alsina de Saavedra. Una noche que se podía suponer como otra cualquiera de su formación, se paró ante ellos Alfredo Arley, de 58 años de edad, para contarles su experiencia, sus vivencias de los 73 días que duró ese enfrentamiento que terminó con la rendición de los argentinos.
Una nota publicada por este diario el domingo 20 de este mes da cuenta de lo conmovedor que resultó para todos los escuchar las historias relatadas por Arley. 
Vivencias que no leyó en los libros ni escuchó de boca de otros. Vivencias que experimentó en alma y carne, de cara al viento helado y el ruido de las bombas británicas,
Arley tenía en ese momento 22 años y fue destinado a Puerto London, donde supo del hambre, del maltrato, de la incertidumbre, del frío, de las bombas, de los gurkas, de la muerte, de la lucha cuerpo a cuerpo, del miedo, de los gritos, del final.
Vivió un regreso oscuro, escondido detrás de vidrios con papeles de diario, supo de meses de internación para curar sus pies en carne viva, de años de ser ignorado, de noches de insomnio, del recuerdo de sus amigos y compañeros que quedaron en las islas.
Después de escuchar esas historias, los estudiantes de Saavedra tomaron una decisión: su viaje de egresados no sería a Buenos Aires, como estaba planeado y decidido, sino a las islas Malvinas. No sería un destino recreativo, sino de homenaje y reconocimiento.
Con ese objetivo trabajan. Buscan reunir los fondos necesarios. Deberán tramitar su pasaporte, saber que en las islas son extranjeros, y que no pasarán más de siete horas en el lugar. Un tiempo que será suficiente para dejar flores en el cementerio de Darwin y sentir el viento y el frío. Para ser parte de un tributo merecido y justo.