Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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Libre de máscaras

   Hay fechas que son ansiadas por diferentes motivos; el carnaval es una de ellas.

   De niña, el deseo era lúdico: llenar “bombuchas”, cargar baldes con agua y jugar con los chicos del barrio. Me tocó crecer en una época en la que el corso estaba vedado, comparsas, disfraces y máscaras quedaban sepultadas ante un régimen.

   Hoy, el deseo, está ligado a los días de descanso que ofrece esta fecha; y las máscaras no están sepultadas.

   Máscaras y Psicología convergen en muchos aspectos. En reiteradas ocasiones afirmo que el objetivo de la tarea es plantear preguntas para quien consulta pueda desenmascarar un problema, un síntoma, un dolor, un conflicto.

   Alcanzan unos minutos para observar, como cotidianamente, las personas emplean máscaras para cubrir rostros, enmascarar situaciones, expresando una identidad diferente a la propia, comunicando sentimientos tal vez diferentes a los que en verdad se sienten. El fin es tapar, mostrar algo disímil a lo que verdaderamente es, o sucede.

   ¿Cuáles son las funciones cumplen las máscaras cotidianas? ¿Cuáles son las más habituales en el desfile del diario vivir?

   Escuchar discursos, relatos, narrativas e historias de vida, intercambiar conversaciones triviales y profundas, alternar diálogos formales, protocolares, también relejados y distendidos, me permiten advertir que quien porta una máscara lo hace por diferentes motivos.

   Desde ocultar la verdadera identidad hasta encubrir sentimientos, o disimular dolores y debilidades o tapar “la realidad”, son los motivos más habituales; también la persona se disfraza para conservar una pareja, amistades, para agradar, atraer y para ser aceptado.

   ¡Máscaras y apariencias!

   ¡Listado de disfraces!

   El ansioso que respira profundo, cuenta hasta diez, cien, mil e intenta mostrarse relajado. El deprimido, angustiado, que llega a su trabajo derrochando optimismo. El exitoso y hasta altanero, que esconde en su maletín los números “en rojo” de su cuenta bancaria.

   El controlador, que fue traicionado, pendiente de cada asunto, sigue a todos, cuerpo a cuerpo, para evitar nuevas traiciones. El superado, que disfraza su inseguridad y no permite que algo nuevo suceda.

   El justiciero, con su máscara de ecuanimidad, cree tener la vara para medir con exactitud y se torna inflexible. El perfeccionista, que disfraza sus obsesiones y miedos. El fuerte, que todo lo puede, esconde tras su escudo protector, heridas aún abiertas.

   El divertido, con la risa y la sonrisa permanente, que oculta un vacío y ensordece sus tristezas. El indiferente, ése, al que nada le importa, pero que está hecho trizas por dentro. El independiente, que encubre desamparos y libra batallas cotidianas contra el desapego sufrido, no puede celebrar un compromiso por temor al abandono.

   El escurridizo, que disfruta la soledad y huye de compañías por temor a ser rechazado. El seductor, que, con gentilezas y palabras aduladoras, encubre conductas hostiles, manipuladoras, acosadoras y violentas.

   La “víctima”, disfrazada para llamar la atención, proclamando que es blanco de todos los ataques y persecuciones y que el mundo está en su contra, cree ver “conspiradores” donde verdaderamente no los hay; sin dudas la máscara de “llorona” le reditúa grandes beneficios, aunque no siempre duraderos.

   El castigado o masoquista, que enmascara humillaciones padecidas en los primeros años de vida, cubre la pena y la vergüenza transitando por la vida buscando dolor.

   ¡Máscaras! ¡Cientos, miles! ¡Una para cada ocasión! A veces usamos tantas que olvidamos ser quien en verdad somos.