Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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La jovencita agraciada y el muchacho del overol

A los 90 años --él-- y 83 ella, se siguen emocionando cuando evocan su largo camino recorrido basado en el amor.

 

Cecilia Corradetti

Ccorradetti@lanueva.com

 

   Tan feliz se sintió Delia cuando Máximo le pidió casamiento, que aquella noche no pegó un ojo.

   Tenían “veintipico” y cumplían todos los requisitos de la época para comenzar una vida juntos: trabajo estable y muchos deseos de formar la familia que anhelaban.

   Con una próspera carrera en Gas del Estado, Máximo, que había nacido en la localidad de Laprida, recaló temporariamente en nuestra ciudad en la década del 50 para trabajar en la construcción de un gasoducto.

   Se instaló con su padre, también empleado del gas, en un hotel de Soler al 600.

   Unos metros hacia el centro vivía Delia, ocho años menor, hija de un matrimonio de inmigrantes italianos y locutora de LU3.

   Entre saludos y sonrisas, empezaron a frecuentarse.

   “Lo veía con el overol, trabajador, buena persona, respetuoso...”, lo recuerda ella, con una sonrisa ancha y una admiración que no disimula.

   De inmediato él posó los ojos en aquella señorita “agraciada” y ya no quiso alejarse de Bahía.

   “¿Secretos? No creo que haya. El amor es la base de todo, así como el respeto y saber callarse a tiempo. Pero también hay algo de suerte en el amor, algo de lotería”, reflexiona Delia, que apenas se casaron, obedeciendo el mandato de aquellos tiempos, dejó su empleo y se dedicó al hogar.

   “En casa nadie manda, nadie impone. Eso sí: yo le digo lo que pienso y si él no está de acuerdo, me quedo en silencio porque sé que al rato pasa, todo vuelve a la normalidad”. A Delia la sigue enamorando la capacidad de su esposo de aceptarla tal cual es.

 

 

   “Porque tengo mis cosas, mis defectos”, advierte, mientras él asiente con la cabeza y agrega: “Es una excelente ama de casa, una cocinera de lujo y se ha dedicado de lleno a los hijos y al hogar”.

   Se casaron en la parroquia de Laprida el 14 de julio de 1956 “con todas las de la ley”. Por eso, los 14 de todos los meses; de todos los años y de todas las décadas que llevan juntos, resultan ser especiales. Un padre “ejemplar”.

   Poco tiempo después llegaron los hijos, Carlos de 61 años y Ricardo, de 59. Tienen cuatro nietos: Nicolás, Micaela, Abril y Facundo.

   Delia relata con orgullo el padre ejemplar que fue su esposo y que aún hoy sigue siendo.

   “Cuando los chicos eran adolescentes y tenían dudas propias de la edad, se encerraban en la habitación y hablaban largo rato mientras yo me quedaba en la cocina”, evoca.

   Y asegura que siempre tuvo una palabra justa para con ellos. Hoy, remata Máximo, le siguen consultando por temas trascendentes y también de los otros, y para él no deja de ser una satisfacción personal. Porque, según dice, los años de experiencia cuentan, así como también haber trabajado en la calle, donde “siempre se aprende”.

   “Vengo de una familia que fue por derecha y que se ha basado en el diálogo, en la unión”, acota. La receta para un matrimonio sólido y duradero Siempre caminando de la mano, Delia y Máximo se sorprenden cuando los observan extrañados.

   “Por lo visto no debe haber muchos, porque suelen sonreírnos, felicitarnos. Días atrás frenó una pareja que iba en moto y nos pedía la receta”, recuerda, y ríe.

   Recorrieron juntos casi todo el país, aunque hoy prefieren disfrutar de la tranquilidad de su casa, donde reciben a sus hijos y nietos.

   Delia sigue recapitulando la historia de su vida. Y rememora con profunda gratitud a la periodista bahiense Beatriz Serruya, “Helen”, ya jubilada, quien cuando más lo necesitaba, le abrió las puertas para trabajar en LU3.

   “Hoy somos amigas y siempre le digo ¡gracias! Cuando empecé en la radio no teníamos ni para comer. Con mis hermanas habíamos quedado huérfanas, por eso aquella etapa fue la más difícil de mi vida”, señala.

   Aquella pasión que es el micrófono la pudo volcar, años más tarde, en el voluntariado del Hospital Municipal, donde trabajó durante casi 30 años.

   Y él, como no podía ser de otra manera, la acompañó como en cada decisión que Delia tomó en su vida. Ella insiste en que no hay secretos ni misterios para el éxito del matrimonio. Simplemente, asegura, hay “complementos”. Y vuelve a contar que ella encontró el suyo en Soler al 600, allá por 1952, cuando Máximo se cruzó en su camino con un overol azul gastado.