Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Una multitud llevó a bendecir a sus mascotas

El padre Mauro, de la parroquia San Roque, realizó la ceremonia por tercer año consecutivo en las inmediaciones del predio de Vieytes y Castelli.

Fotos: Jano Rueda-La Nueva.

   Desde Brasil, perteneciente a la orden de los padres Barnabitas, llegó años atrás el padre Mauro Cantanhede para, según sus fieles, darle alegría a la comunidad de San Roque con su espontaneidad, alegría y gran convocatoria.

   Entre las iniciativas que propuso, hace 3 años, se encuentra la famosa bendición de mascotas que se realiza desde hace siglos en Roma y varias partes del mundo. 

   Ayer, entre las 10 y las 13, en el camino de Circunvalación, esquina de Vieytes y Castelli, realizó su tercera bendición de mascotas en nuestra ciudad con una amplia respuesta de la gente que ama y respeta a los animales.

   Malteses, caniches, razas PP (“puro perro”), schnauzers, yorkies, cruzas de foxterrier con algo más, todos con sus correas y pretales, fueron llegando de a poco para que el padre Mauro les otorgara una bendición y su correspondiente certificado.

   “Llegamos cerca de las 13 con mi nieto, Bautista, y parte de nuestra familia: la perrita ‘Tami’ y el grandote ‘Tribilín’”, contó Estela Trentini, quien aseguró que en breve el padre Mauro concurrirá a su casa a bendecir a la gatita “Lara”, enferma de cáncer.

   Según agregó, la gente se “engancha” mucho en cada propuesta del padre Mauro.

   “Es sincero y espontáneo, la gente lo quiere y respeta mucho”. En la ceremonia, además de las bendiciones que el padre repetía con cada animal que llegaba, se leyó la historia de San Roque, en cuya vida se relata que las lamidas de un perro curaron sus heridas.

   La historia cuenta que siguiendo su peregrinar en la ciudad de Cesanea, San Roque curó a un Cardenal, el cual lo presentaría con posterioridad al Papa. En Rimini continuó sanando a la gente y predicando el evangelio, pero cuando llegó a Piacenza contrajo la temida peste negra que mató a un tercio de la población de Europa, y se retiró al bosque, a una cueva, para no suponer una carga ni una fuente de contagio para nadie.

   Pero Dios, en su infinita Misericordia, tenía otros planes para el bueno de Roque, y apareció un perrito que le llevaba cada día una rosquilla de pan (en aquella época los panecillos se hacían con esa forma), y además, le lamía las ulceras que la enfermad había producido en su cuerpo.

   Este perrito pertenecía a Gottardo Pallastrelli, un hombre acomodado, y al ver que repetidamente su perro sacaba una rosquilla de la mesa y abandonaba la casa decidió un día seguirlo. El buen hombre al ver a San Roque y presenciar lo que su querida mascota estaba haciendo con él, decidió hospedarlo a su casa, donde tanto él como su entrañable mascota, lo alimentaron y cuidaron, mientras San Roque lo instruía en el Evangelio.