Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Las penas (y culpas) del fútbol argentino

Si bien es cierto que varios portales internacionales aseguran que el clásico entre Boca Juniors y River Plate es uno de los más trascendentes del mundo, habrá que analizar con seriedad cuántos lugares del planeta están tan interesados o conmovidos por la final que jugarán estos equipos por la final de la Copa Libertadores.

Cualquier despabilado televidente de, digamos, Hungría, Atenas o Estocolmo, que vea algún partido de las ligas argentinas, seguramente se sorprenderá de la escasa o nula cantidad de espectadores que concurren a ver este deporte que, se sabe, es el más popular del país.
Un clásico como Newell’s-Rosario Central, disputado días atrás, se jugó a cancha vacía, vacía de cantos, de gritos, de festejos, de protestas. Solo indicaciones sueltas, pedidos perdidos, silencios ajenos.

La realidad es que la Argentina no permite que las hinchadas visitantes asistan a los partidos. En otros casos no permite que tampoco lo hagan las locales. En otros se cierran las puertas a propios y ajenos. Eso es el espectáculo del fútbol de cada semana.

La razón de esta decisión, que lleva más de una década, es la violencia que se genera entre los aficionados de uno y otro equipo. Los enfrentamientos entre las denominadas “barras bravas”, a piedra y cuchillo, a tiros y palos. Con muertos, heridos, detenidos.

Con la particularidad de que, cuándo el público visitante dejó de asistir, se detectó que las guerras son entre los propios integrantes de una misma hinchada, divididos por intereses, odios y espacios de poder.

En este contexto, una final entre Boca Juniors y River Plate impulsó al presidente de la Nación, Mauricio Macri, expresidente de Boca Juniors, a plantear la posibilidad de que, por excepción, concurran las dos hinchadas, para así recuperar “el folklore, el color” de este juego.
La sugerencia, descartada por los clubes, suena a poco menos que locura. A riesgo innecesario, a politizar un partido donde un herido puede resultar fatal para el presidente. 

La cultura deportiva ha quedado en el olvido. El Estado, la AFA, nadie ha logrado encontrar una respuesta a la problemática. Nada parece indicar que aquellos cándidos cánticos de los 60 -“suben las papas suben los melones...”- volverán a reemplazar a los de los últimos años, con letras de muertes y balazos.