Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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El pibe que vivió y es recordado como un héroe

Hugo Eizaguirre respondió a valores solidarios obtenidos de su familia, y fiel a su vocación perdió la vida por ayudar a una mujer en un robo.

Fotos: Emmanuel Briane-LN.

   “Era libre. Hacía lo que le parecía. No tenía límites. Era una persona normal y hacía todo lo que hacen los chicos de su edad. Para mí era todo. Perfecto, aún con todos los defectos que pudiera tener”.
   Gloria Cisneros con una simpleza cargada de enorme sentimentalidad, recuerda los últimos momentos compartidos con su hijo Hugo Daniel Eizaguirre (19 años), quien el atardecer del miércoles 2 de julio de 1986 falleció luego de recibir una puñalada del ladrón al que persiguió tras escuchar los gritos de una mujer, a quien le había robado la cartera en la primera cuadra de calle Brown.
   “Habíamos ido a la ferretería Argentina y veníamos caminando por Donado, entre Brown y Saavedra, donde había dejado el auto. Salió para ayudar a la señora, pero el tipo le sacó la cartera y él lo corrió. Tuvo la mala suerte, aunque pienso que los dos la tuvieron, porque lo chuzó mal; algunos tienen quince balazos y viven, pero éste le pegó en un lugar que no pudo sobrevivir”, describió.
   Hugo murió poco después, mientras era asistido en el Hospital Interzonal de Agudos Doctor José Penna.
   Por el hecho la Justicia condenó a prisión perpetua a Juan Edgardo Villanueva Norambuena, quien fue detenido en Cipolletti pocos días después del letal ataque.
   Gloria recuerda que “esperé y esperé, pero como no venía, se hizo de noche y él tenía plata para el colectivo, me vine para casa, y cuando llegué me estaban esperando con la noticia”.
   Agrega que “el esposo de la enfermera que lo atendió justo está en el nicho de abajo. Yo voy los viernes al cementerio y ella me dijo que lo había atendido, y que lo único que dijo fue ‘díganle a mi vieja que estoy bien’. No me gusta ir cuando hay mucha gente, por eso cuando viene el Día de la Madre voy antes, pero voy casi todos los viernes. Es como la gente que va a misa; yo no voy a misa, voy al cementerio”.


   El solidario gesto de Hugo -líder de la rama Rover del grupo de Scouts de San Roque y al momento de su muerte conscripto en el entonces Distrio Militar- sólo fue correspondido por la circunstancial presencia de un amigo que vio la acción y lo reconoció, porque ningún automovilista se prestó a su traslado y ni siquiera la mujer que había padecido el robo de su cartera se quedó en el lugar.
   “Nunca más la vi, nunca apareció, nunca supe nada de ella, jamás. Cuando falleció Huguito me fui casi dos meses de Bahía. Mi marido (también llamado Hugo Daniel) dejó el negocio (ubicado en Beruti 556 y cerrado definitivamente en el año 2000, pocos días después de un robo), porque dijimos ‘no vamos a arriesgar más’”, dijo Gloria.

Un ejemplo

   La hermana de Hugo, tres años menor que él, actualmente vive cerca de Montreal (Canadá).
   Allí se casó con un alemán y son padres de una nena de 8 años y un nene de 6, por lo que “los chicos saben hablar alemán, español, francés e inglés; pobrecitos”, dice Gloria con orgullosa candidez.
   Helga dialogó con La Nueva. y contó que sus padres estuvieron “un mes dentro de la casa (en Villa Rosas) porque había muchos periodistas. Se encerraron hasta que pudieron irse a Monte Hermoso, al departamento de una vecina, en la costanera. Hacía mucho frío, fue muy triste. Salía a caminar hasta que encontré un lugar donde había un soldado de 20 o 25 años con el que hablaba. El resto del tiempo hacía el duelo con mis padres, pero yo no necesitaba estar sola. El mío era un tipo de duelo distinto al de ellos”.
   Cuenta que su hermano fue un “ejemplo de vida, y fue como él quiso morir... Él leía (la revista) D’artagnan, en la que el bueno corría a los malos. Él murió como siempre había idealizado. Después, papá se cuestionó porqué le compraba esas revistas”.
   La familia parece haber buscado la contención en su propio espíritu.


   “Nunca salimos a reclamar Justicia. Incluso, luego de ocurrido (el homicidio) se dijo por qué no salíamos a hablar”, dice Gloria, quien “por respeto a Huguito” se acercaba al grupo de scouts, pero aunque “el padre José (Conti) me decía que tenía que confesarme, nunca lo hice y él lo respetó”.

No juzga a nadie

 

   Helga, quien asegura que “Huguito tenía muchos seguidores”, tampoco se atreve a juzgar. Ni siquiera a su homicida.
   “No sé cómo llegó a esa situación. Tal vez fue alguien al que golpearon mucho o una una persona a la que enloquecieron”.
   Tampoco juzga a la mujer socorrida, quien desapareció para siempre.
   “No puedo entender, pero ni quiero juzgar, porque tampoco tuve la oportunidad de hablar con ella. No me gustaría hablar de la señora ni del señor. Yo no podría juzgar a otra persona a ese nivel. A pesar de todo lo que tuve pasar, agradezco estar de este lado y no del otro, el del ladrón. Mi mamá siempre dijo que para juzgar a alguien tenemos que caminar cinco kilómetros con los zapatos de esa persona. Tenemos valores muy altos, sabemos empatizar mucho. Respeto a mi familia y no puedo hablar mal de otra persona. Las reglas de Sócrates (respecto de los filtros de la verdad, la bondad y la utilidad) siempre las mencionaba mi padre y, para mí, él es un filósofo”, concluyó.
   Pasaron más de tres décadas, pero cada mañana, al despertarse Gloria se pregunta si “¿habré soñado?”. Es que no puede haber peor pesadilla para cualquier madre.