Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Razones del entusiasmo presidencial

Razones del entusiasmo presidencial. Crónicas de la república La Nueva. Bahía Blanca

Puede parecer paradójico que el mismo presidente que en privado o en reuniones de gabinete ha reconvenido y a veces apostrofado a sus ministros y secretarios sobre la necesidad de evitar triunfalismos o celebrar nada por adelantado, sea el mismo que en las últimas jornadas se ha dedicado puntillosamente a resaltar en plan electoral los logros de su gobierno. Y también a deslizar en público y enfatizar en privado el optimismo que le invade de cara a las elecciones legislativas que se vienen. Se le adjudica en la Casa Rosada una frase que por ahora nadie ha desmentido sobre el resultado de ese paso por las urnas: "El 22 de octubre vamos a arrasar", dijo.

Aquella paradoja no lo sería tanto a poco que se tengan retazos de lo que se conversa hacia el interior del Gobierno en general y entre quienes suelen frecuentar los despachos presidenciales o de la Jefatura de Gabinete en particular. Primero, no hay ninguna duda de que, en su fuero íntimo, Macri está absolutamente convencido, y lo están todos en su gobierno y en Cambiemos, que el oficialismo ratificara con números más contundentes la victoria de las PASO en todo el país. Y que le agregará la frutilla del postre que será derrotar a Cristina Fernández en Buenos Aires. No importa que machaque delante de los suyos: "No quiero triunfalistas en la tele, todavía no ganamos nada".

Con todo, los números que maneja el cerrado circulo de la mesa chica, entre los que reciben de consultoras independientes y los que encargan ellos mismos, van de una victoria de Bullrich sobre la expresidenta por entre dos y cinco puntos, con algunos picos de sondeos que no pagó la Casa Rosada que hablan de una ventaja de ocho. Ninguno de todos esos papeles que aterrizan a diario en los escritorios de Macri, Peña, Frigerio y los vicejefes Quintana y Lopetegui, hablan a estas alturas de la posibilidad de un empate técnico, lo que se traduciría en una victoria ajustadísima del exministro por unas décimas, ni mucho menos del fantasma de una nueva derrota en la provincia.

No hay dudas de que Cambiemos ampliara a nivel nacional su victoria de agosto, con triunfos aun más resonantes como el que ocurriría en Córdoba, y chances ciertas de arrimar el bochín en Tucumán, donde Manzur barrió en las primarias a Cano por 22 puntos. O de estar hoy cabeza a cabeza con el kirchnerista Rossi en Santa Fe.

Dicen los confidentes que el presidente está convencido que la sociedad ha percibido el cambio, o el inicio de la recuperación económica, y que todos los indicadores que ahora dan para arriba serán el combustible para que el votante que ya siente que de a poco mejora su poder adquisitivo, que son cientos de miles los que van en busca de un crédito hipotecario, que ha vuelto a conseguir empleo, ratifique su confianza en Cambiemos.

En política suele decirse que nada es seguro y todo es posible, pero Macri se convenció y busca ahora convencer al resto de que los candidatos del oficialismo recibirán aportes de parte del peronismo, del massismo y del randazzismo. Cuentan que hasta se envalentona, un poco en broma pero no tanto, "con algún kirchnerista desilusionado por la tremenda corrupción" pasada.

El presidente no estaría tan entusiasmado con los números de octubre, o no sólo con lo que le anticipan los pronósticos, sino con el día después. Un Gobierno fortalecido en las urnas y con una buena cosecha de bancas para aumentar su tropa y su poder de negociación con gobernadores, empresarios y sindicalistas, y de hecho con la oposición en el Congreso a partir del 10 de diciembre. No es poco.

Le va a permitir, por ejemplo, avanzar con la profunda reforma de la administración pública que planea llevar adelante para reducir, de manera "extraordinaria" según algunos voceros, el gasto del Estado que pagan todos los ciudadanos con sus impuestos.

Esa no es una apuesta menor porque hay que decirlo: el achique de gastos y la supresión de ministerios y secretarías, que le ronda en la cabeza desde hace meses y que fue registrada oportunamente en estas crónicas, supone el despido de miles de trabajadores estatales considerados "improductivos" para el esquema de gestión que imaginan Francisco Cabrera y el dúo Lopetegui-Quintana.

Nadie lo va a decir en público pero Macri tiene obsesión con los miles de "agentes" de La Cámpora que quedaron ocultos entre las capas geológicas de la administración y que todo el tiempo trabajan no para él o su Gobierno, sino para su enconada enemiga expresidenta. Eso, mas los ajustes que vendrán en tarifas, subsidios y otros recortes, se hace desde la fortaleza de una elección legislativa "bien ganada", como suelen repetir a su lado. O con el inestimable aporte bien visto por la sociedad de su lucha contra las mafias sindicales.

Por otro lado, pero no menos importante, porque ese triunfo marcaría el principio del fin de la carrera política de Cristina, a priori condenada a una banca en el Senado donde ni siquiera pareciera en condiciones de retener la contención, y muchísimos menos la sumisión, de sus antiguos y serviciales aliados del FpV. O de lo que queda de ese sello. Que esa es, cabe remarcarlo, su otra gran obsesión: borrar del mapa a "esa mujer" a la que acusa de ponerle palos en la rueda todo el tiempo.