Bahía Blanca | Domingo, 07 de diciembre

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Kirchner busca coronar su perfil externo

Néstor Kirchner llegará el miércoles al Salón Oval de la Casa Blanca con el propósito de cerrar el "primer círculo" de lo que aspira y supone será su perfil internacional durante los más de cuatro años de mandato que tiene por delante. Se puede resumir en tres elementos, forjados a la vez --y en ese orden-- desde que llegó a la Casa Rosada: una fuerte alianza con el Mercosur a partir de una vuelta a las fuentes en la relación con Brasil; un decidido impulso a las relaciones entre la Argentina y la Unión Europea y la construcción de una asociación "madura, responsable, pero nunca sumisa", como la definió un encumbrado funcionario de la Casa Rosada, con Estados Unidos.




 Néstor Kirchner llegará el miércoles al Salón Oval de la Casa Blanca con el propósito de cerrar el "primer círculo" de lo que aspira y supone será su perfil internacional durante los más de cuatro años de mandato que tiene por delante.




 Se puede resumir en tres elementos, forjados a la vez --y en ese orden-- desde que llegó a la Casa Rosada: una fuerte alianza con el Mercosur a partir de una vuelta a las fuentes en la relación con Brasil; un decidido impulso a las relaciones entre la Argentina y la Unión Europea y la construcción de una asociación "madura, responsable, pero nunca sumisa", como la definió un encumbrado funcionario de la Casa Rosada, con Estados Unidos.




 Es cierto que este último era el punto más trabajoso de la estrategia, previsto tanto por la Presidencia cuanto por la Cancillería en un más largo plazo. No sólo por la resistencia casi ancestral de Kirchner a relacionarse con el país más poderoso de la Tierra, sino también a partir del convencimiento de la diplomacia argentina --razonable a poco que se mire el mapa internacional que suele desplegarse a diario sobre los escritorios de la Casa Blanca-- de que Latinoamérica no figuraba, precisamente, al tope de las preocupaciones de la administración de George W. Bush, como no sea sólo por la obsesión de éste por desterrar el terrorismo internacional de la faz del planeta.




 En el gobierno creen que dos hechos contundentes, al menos en el caso de la relación con Estados Unidos, aceleraron los tiempos: la fuerte impresión que dejó Kirchner a su paso por las principales capitales europeas y la propia curiosidad de Bush por desentrañar ese enigma que la figura del santacruceño significa para él, pero también para el Departamento de Estado y en mayor medida para las segundas líneas de la administración republicana, responsables de escudriñar allí donde aparezcan potenciales provocadores de problemas para la Casa Blanca.




 Es probable, como reconocen en fuentes diplomáticas argentinas y en el mismo entorno del presidente, que Bush no haya podido evitar la curiosidad de toparse tempranamente con el fenómeno Kirchner, quien logró, al fin de cuentas, lo que muy pocos de sus antecesores consiguieron en una semana: reunirse con cinco de los siete líderes de los países más ricos del planeta.




 O también puede haber ocurrido que Bush haya seguido los consejos del primer ministro británico, Tony Blair, quien le habló maravillas del nuevo hombre de la Argentina y que fue, al parecer, de entre todas las versiones circulantes entre el jueves y viernes, el verdadero factotum de la súbita concreción de la audiencia del miércoles en Washington.




 Una primera conclusión es reconocer a quienes así opinan en la cima del poder: cualquier iniciado en la diplomacia sabe que las audiencias con el presidente de Estados Unidos llevan meses de gestión y, en algunos casos, años. Y que hay un orden de precedencia para acceder al Salón Oval, rara vez modificado por la diplomacia norteamericana.




 Relatan en medios diplomáticos argentinos que Eduardo Duhalde nunca pudo ver a Bush en la Casa Blanca, no sólo porque también él, como de algún modo Kirchner, hasta el miércoles, rechazaba ese contacto. También porque el gobierno norteamericano no lo consideraba un presidente constitucionalmente surgido de la voluntad popular, sino de un acuerdo de cúpulas políticas repudiadas y desgastadas. Pero no es menos veraz que cuando el ex embajador en Washington, Eduardo Amadeo, intentó alguna gestión para lograr esa foto, terminó abrumado por la larguísima lista de espera que Duhalde debía soportar delante suyo, tanta que excedía largamente los tiempos de su propio mandato transitorio.




 Puede explicarse, entonces, la euforia de los principales colaboradores presidenciales. La audiencia con Bush es la frutilla del postre --dicen--, que corona el primer tramo de la agenda internacional armada entre Kirchner y Rafael Bielsa. No es sólo eso: el estatus de "visita oficial de Estado" otorgado por el protocolo republicano a la invitación permite que ambos mandatarios discutan temas a agenda abierta, sin preconceptos escritos o verbales. En cualquier otra condición, por caso el encuentro "de trabajo" al que gustan invitar los presidentes norteamericanos, resume a una agenda que, por lo general, responde a los intereses del local y pocas veces a los planteos del visitante.




 Tanto es así que Kirchner aprovechará para plantear tres temas "fuertes" a ojos de la Casa Rosada: el apoyo explícito de Bush para que la Argentina pueda avanzar en un acuerdo de largo plazo --que abarque de ser posible todo su mandato-- con el FMI. "Bush puede volcar su voto a favor de las posiciones más conciliadoras de Köhler contra la actitud beligerante de Krueger", estimó el viernes un colaborador directo del mandatario argentino.




 El siguiente asunto es la preocupación, que no es nueva ni patrimonio de Kirchner, sobre el proteccionismo del gobierno norteamericano. Y, finalmente, el planteo vinculado al tratamiento que, a juicio de los funcionarios económicos argentinos, debería darse a la deuda externa del país. No es un secreto para nadie que el gobierno considera casi un hecho consumado que, para avanzar en una salida a la espinosa cuestión, deberá plantearse en el medio la decisión política de producir una quita importante en el monto de lo adeudado.




 Un dato no menor estaba en duda, en estas horas de febriles preparativos: la presencia en la comitiva que acompañará a Kirchner del ministro Roberto Lavagna. Al margen de las trompetas que han sonado repetidamente en la Rosada, en señal de triunfo por el paso de su jefe por Europa, hay grietas evidentes abiertas entre el jefe del Palacio de Hacienda y los factores de poder que rodean al santacruceño.




 Lavagna deploró el ostensible desplante de Kirchner, en París, a los empresarios franceses con fuertes intereses en la Argentina. "No le gustó que lo deje solo en la primera línea de fuego", dijeron cerca del ministro. Menos gracia le causó el encuentro a trompicones del presidente con los dueños de empresas españolas que operan en nuestro país, el punto tal vez de más alta tensión de toda la gira.




 El ministro --interpretan sus hombres más fieles-- es un hombre que privilegia la búsqueda de consensos y de acuerdos y la palabra suave y comprensiva, por sobre la diatriba de púlpito que ejerció Kirchner y le mereció más de una queja de la prensa española, tras aquel episodio; más allá de que Lavagna pueda compartir en parte --conceden-- las críticas a las empresas extranjeras que se enriquecieron en la Argentina de los '90.




 Los datos que hoy ensombrecen la relación entre el ministro y el resto del gobierno y ponen dudas sobre su permanencia en el largo plazo al frente de la economía se nutren, asimismo, de detalles que pueden sonar pequeños, pero no lo son si se da por cierto que no hay gobierno que pueda pensar en crecer y desarrollarse al mismo tiempo que descree de la inversión privada. Ejemplo: Economía trajina sin éxito los pasillos del ceremonial de la Casa Rosada para que Kirchner responda aunque sea un puñado de los 130 pedidos de audiencia de variados sectores empresarios que duermen en un cajón desde poco después del 25 de mayo.




 El propio Lavagna entiende, en conversaciones privadas, el tipo de baile al que ha sido invitado después de florearse durante la gestión de Duhalde: él siente la política y la economía como una búsqueda paciente de acuerdos que permitan mejorarle la vida a la gente. "Kirchner sólo intenta construir poder y más poder", suele decir.




 La visión de la gestión de Lula es otro de los aspectos en los que han empezado a construir diferencias. Hay quienes cerca de Kirchner ensayan un discurso crítico a "la ortodoxia" desplegada por el presidente vecino, y hasta advierten sobre los graves peligros que esa inclinación, sumada a la fuerte recesión en el socio mayor del Mercosur, puede suponer para la economía argentina.




 No es lo que piensan en Economía, donde ponderan el paso de Lula por tierra española, horas antes de la embestida de Kirchner, hablando de la economía de mercado, de las bondades de la inversión extranjera y de la seguridad jurídica que ofrece su país como garantía.




 La propia visión positiva de Bush hacia la figura de Lula y su decisión de convertir al Brasil en su principal aliado estratégico en la región --Brasilia no dudó en militarizar su frontera con Colombia apenas le fue solicitado, mientras aquí se planea la creación "de un eje" con Chávez y Fidel que espanta a la Casa Blanca-- son datos centrales de la política global que parecen escapar a la comprensión de los estrategas del kirchnerismo, encandilados por los fuegos de artificio de su jefe.