Bastante más que un simple gran espectáculo
Se dice que los sueños de la razón --o sinrazón-- tecnológica pueden producir monstruos. Hulk grafica --involuntariamente-- esa aseveración.
En cambio es deliberada una cierta ambición filosófica, aportada por el guionista James Schamus. Esto se aprecia, por ejemplo, en las escenas destinadas a explicar los recuerdos reprimidos y el emergente trauma psicológico que padece el protagonista desde su infancia.
Hulk, el cómic, fue creado en 1962 por Stan Lee y Jack Kirby. A lo largo de varios años se pudo ver una versión televisiva interpretada por Bill Kirby en su faz humana, y Lou Ferrigno como el hombre verde que se vuelve incontrolable cuando se enoja.
Ahora llega esta versión fílmica, más ajustada al cómic original que la serie de televisión. Y como ocurrió con otros monstruos, Hulk hace una celebración de la tecnología y los efectos especiales, que se convierten en uno de los atractivos del filme.
El rostro humano de Bruce Banner lo proporcionó el modesto y poco conocido actor australiano Eric Bana, mientras que el monstruo verde, de casi cinco metros de altura, fue creado por la empresa Industrial Light & Magic a partir de imágenes de fisicoculturistas que posaron para la acción y la generación de los movimientos.
La historia se inicia en 1966 en un laboratorio de biotecnología nuclear del Ejército, en Berkeley. Allí el científico David Banner se obsesiona con la manipulación del sistema inmunológico y como no le permiten experimentar con seres humanos, lo hace con su propio ADN. Y las secuelas las transmite a su hijo Bruce.
Ocurre una tragedia, David es encarcelado y su hijo es criado por otra familia. Extrañamente, cuando grande, también le interesa la ciencia. Investiga la aplicación de los rayos gamma y lo hace con la ayuda de Betty Ross (Jennifer Connolly, de buena labor), quien mantiene tensas relaciones con su padre, un general del Ejército.
Lo que Bruce no sabe es que los rayos gamma que eventualmente pueden recibir ahora, de grande, harán estallar lo que está latente en él desde niño. Y la tragedia sucede.
Pero el poder que adquiere --su gigantismo, su fuerza hercúlea, la capacidad para curar sus heridas y su inmunidad a las balas-- no es precisamente una bendición, sino más bien lo contrario. Y esto es así a pesar que en algún momento le comenta a su amiga Betty: "Lo que más me aterra es cuando me pasa, cuando pierdo el control, me gusta".
Pero sin villanos no hay historia. Y en este caso el villano es otro científico, que pretende comercializar el secreto en beneficio propio. Los militares, a su vez, procuran frenar la furia de Hulk con lo que mejor conocen: las armas. Y tiran no solamente a matar, sino a destruir. Total, después lo reconstruyen.
La mayor preocupación de los autores fue lograr que el monstruo actúe como un ser humano. En algunas secuencias lo logran. Por caso, cuando debe destrozar edificios. Pero en otras fracasan. Por ejemplo, cuando Hulk da saltos kilométricos o pivotea sobre las montañas, como en otros tiempos lo hizo King Kong, con el que guarda similitudes.
El director evitó la creación de un nuevo superhéroe. Su idea fue "desarrollar y mostrar el posible Hulk que está dentro de cada uno de nosotros". Y este aspecto está logrado. Por lo expuesto, también se puede decir que esta versión es más mítica que heroica.
Es probable que aquel filón psicológico mencionado en el comienzo, el tiempo (40 minutos) que los espectadores deben esperar hasta ver al monstruo en acción y la duración de la película, puedan conspirar contra el interés de los más pequeños. Pero si sabe valorar todos los aspectos, Hulk resultará bastante más que un simple gran espectáculo.
Con su buen gusto estético, su habilidad para armonizar la música, los sonidos y los efectos especiales, el director aporta un plus a su filme. También logra dinamizar el ritmo, sintetizar ideas y ampliar la lectura mediante el uso de la pantalla fragmentada.