Cartas y sugerencias
Hay tiempo para cambiar
En 1874, Avellaneda gana las elecciones presidenciales a Mitre. El primero no duda en tener ministros opositores. Hoy, calles y monumentos recuerdan a ambos en todo el país. Fue el resultado de la conciliación nacional. Gracias a esto, nuestros ancestros, "los inmigrantes", llegaron aquí.
Decía Avellaneda: "El olvido es un deber de los poderes públicos de la Nación y de las provincias, respecto de los extravíos del pasado". "No basta, para ser hombre
de Estado, poseer el genio de las combinaciones políticas, ser diestro en los negocios públicos, brillante en el Parlamento o valeroso en la guerra. Se necesita, además, llevar el sentimiento de la igualdad dentro del alma y amar al pueblo con pasión invencible".
Atrás había quedado la sangrienta revolución de 1874.
Los primeros 40 días del actual presidente parecen ser la antítesis de estas ideas, hoy. Siempre hay tiempo para cambiar. La hora lo exige.
Patricio Avellaneda
[email protected]
En pos de la noche llega la aurora
Es natural que en momentos tan ríspidos como los que estamos atravesando a todo nivel, se intente insuflar oxígeno esperanzador que arrastre dudas y suspicacias no aventadas todavía. No está mal. Dice el adagio: "Obras son amores y no buenas razones". Sin duda, el cambio anhelado importa pensar profundamente que exigirá como moneda de cambio sacrificios no pocos; obligándonos sí o sí a un nuevo accionar personal y comunitario, basado en profundos valores morales y éticos. Muchísimas voces esgrimen cambios a rajatabla, pero silencian que los otros, no ellos, no yo, el de enfrente. Teñida hipocresía.
Así hemos llegado a una "fragmentación social", de la cual ha hablado días atrás el cardenal Bergoglio. Lamentablemente, hay en nuestra sociedad voces que no son escuchadas, aunque se oyen; porque expresan verdades que lastiman, a veces hasta sangrar. Muchos "hablantes de moda" pretenden disimularlas con dialécticas retorcidas que no convencen ni a quienes las formulan.
Que hay que sanar a nuestro país, todos lo afirman. Todo está en el cómo hacerlo. Y esto es serio, sin duda. Pareciera que los monólogos, a través de ciertas ideologías, han fracasado rotundamente; hay que realimentar el diálogo, no entre sordos.
Un diálogo profundo, solamente de mera convivencia, sino que dé frutos de unidad, no de uniformidad, de esperanza aunque cueste, de valoración de todo hombre en su dignidad y derechos inviolables, no prefabricados, en las sociedades intermedias no vendibles en la defensa del bien común y de la identidad legítima de nuestro ser nacional.
Deben terminarse las apetencias non sanctas de ciertos cenáculos políticos, gremiales, económicos a digitar lo que impida a la Ley --con mayúscula--, base de nuestro ordenamiento jurídico su vigencia, evitándose violación y manoseos que van en desmedro del país que viene sufriendo sus consecuencias, que ya cuesta medirlas. El entramado social no debe seguir agravándose, pues nos daríamos de cabeza contra el muro de nuevos fracasos, de los que la gente ha empezado a hartarse. Creo que la mayoría tiene buena voluntad para aportar lo máximo.
Tienen que entenderlo los que están en función de dirigentes que nada ha de cambiar si no cambiamos los hombres y mujeres con responsabilidad. Una comunidad que sólo es un remedo, "una mentira" de su razón de ser; es un disolvente que malquista las energías y siembra infinidad de fracasos en la unidad a la que siempre apuntan "de pico", disfrazando intereses espurios, antesala del caos. Algunas experiencias tenemos.
Hoy, más que nunca, para remontar la cuesta y superarla, para que todos los sacrificios que nos comprometamos a realizar fructifiquen, es necesario reclamar a Jesucristo que lo necesitamos, ya que queremos ser una "Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso del bien común, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Que nos conceda la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda" (Oración por la Patria).
No olvidemos que la oración del hombre es la omnipotencia del hombre, frente a la debilidad de Dios. Animo, hermanos, para que, después de la noche, luzca la aurora.
Lorenzo Gil
Bahía Blanca