El espíritu de Compay vibró junto al Septeto Matamoros
Mientras pasaban los bises, el cantante Genaro Camacho, en ese momento a cargo de las tumbadoras, observaba la hora y con la mirada les apuntaba el reloj a sus compañeros. Eran casi las 23 y el micro que los llevaría a Buenos Aires para luego tomar el avión a Cuba, salía apenas un rato después.
De todas maneras, el Septeto Matamoros, referente histórico del son cubano, no parecía en absoluto cansado, desganado o demasiado apurado por irse, pese a que estaba realizando el último show de una extensa gira por la Argentina.
El domingo por la noche, en el Rossini Teatro Bar, fueron dos horas donde canciones como Lágrimas negras, El son de la loma, Hasta siempre Comandante y otras clásicas del género y sus fundadores (hubo un homenaje a un grande, Compay Segundo, quien irónicamente estaba expirando en su país) se turnaron en medio de un concierto de primera línea.
Continuador de la tradición del son, el conjunto recibió el legado de Miguel Matamoros, compositor de principios del siglo XX que, junto a otros artistas de la isla, sentó las bases de esta música.
Al igual que la mayoría de los estilos centroamericanos, éste nace de una mezcla entre determinados elementos y características de orígenes europeo y africano.
Esa síntesis, por ejemplo, se da con la utilización de la guitarra española como un recurso no sólo armónico sino también rítmico, que llega a colaborar con el fraseo de la percusión, área en la que resulta habitual el uso de las congas, las maracas y el bongó, para otorgar un sonido marcadamente agudo.
De hecho, los vocalistas de son suelen tener la voz en ese registro, algo que asimismo complementa el requinto, el instrumento solista. En este caso magistralmente ejecutado por Alexander Cosm, es una especie de guitarra más pequeña y con un tono más alto.
Otra señal del son es el solo del cantante durante los estribillos, jugando con alguna frase del coro para modificarla en su forma y en su contenido, cambiando ciertas palabras o las entonaciones para pronunciarlas.
El colorido del folklore de esa región se completó aquí con el contrabajo en la base y la trompeta en los arreglos y solos, más un brillante juego de voces en el que todos se mostraron capaces de participar.
El Septeto Matamoros presentó lo más destacado de Nuestra herencia, el segundo de sus cinco discos de son, bolero, rumba y guajiras, que en Bahía Blanca recibieron el acompañamiento de varias ocasionales parejas de baile que le dieron un justo toque a un espectáculo elaborado por artistas cuyo principal mérito es que saben hacer acabadamente su música, y por eso van a perdurar.
Maximiliano Allica
Al son del talento y la alegría
LA HABANA (Reuters) -- Compay Segundo, leyenda del son cubano que falleció anteanoche en La Habana, disfrutó de una segunda juventud cuando a los 90 años se lanzó a recorrer el mundo vestido, como siempre, con un impecable traje y sombrero, y cantando su inolvidable Chan Chan.
Francisco Repilado, su verdadero nombre, nació en 1907 en el pueblo de Siboney, a pocos kilómetros de Santiago de Cuba.
Hasta pocos meses antes de su muerte siguió dando conciertos en el extranjero, disfrutando de esa gloria tardía con la energía y el entusiasmo de quien lleva toda la vida esperándola y cumpliendo su promesa de no retirarse jamás ni del son ni de las mujeres.
Con la picardía y el sentido del humor que no perdió nunca, presumía de haber tenido en sus brazos a más de 50 mujeres y de estar tratando de tener otro hijo.
"Las flores de la vida le llegan a todo el mundo, sólo hay que estar atentos para no perderlas. Las mías, por ejemplo, me llegaron pasados los 90", dijo en una reciente entrevista, sosteniendo en la mano uno de los cigarros habanos que aseguraba haber fumado desde que tenía cinco años.
Pero no pudo cumplir su sueño de llegar a los 116, edad a la que murió su abuela, para entonces "pedir una prórroga". Compay dejó de existir en su casa de La Habana víctima de una insuficiencia renal.
Además de su Chan Chan y otras canciones, Compay se hizo famoso por su optimismo vital y por su filosofía de vida, que no se cansaba de repetir por el mundo entero.
"Para llegar a viejo hay que hacer de todo pero con moderación", aseguraba, afirmando que el secreto de la longevidad es "cuidarse del hastío".
"En vez de comerme un pollo entero pido sólo un cuarto. Así no me atraganto", argumentaba.
La fama mundial le llegó en 1997 con su participación en el álbum ganador de un Grammy, Buena Vista Social Club de Ry Coodere, pero Compay Segundo había comenzado su carrera musical ocho décadas antes.
Cuando era un adolescente compuso ya su primera canción y comenzó a tocar en grupos de Santiago con su famoso armónico, un instrumento de siete cuerdas, entre la guitarra española y el tres cubano, inventado por él.
Fue parte del Quinteto Cuban Stars y luego entró en el conjunto de Miguel Matamoros. Pero sería en el dúo Los Compadres, en el que hacía de segunda voz junto con Lorenzo Hierrezuelo, cuando comenzó a ser conocido como Compay ("compañero" en el habla coloquial del oriente de Cuba).
Macusa, Yo canto en el llano o Los barrios de Santiago se convirtieron en los éxitos de un repertorio que lo hizo conocido en las noches cubanas de los años '50. Pero con el triunfo en 1959 de la revolución castrista, que acabó con la vida nocturna de juego y prostitución controlada por la mafia de Nueva York, Compay Segundo cayó en un olvido durante décadas, en las que se dedicó a torcer tabacos en una fábrica de La Habana.
En los '80, volvió a la música y empezó a tocar para turistas en La Habana y a participar en algún concierto en los Estados Unidos y en España. Pero fue el Buena Vista Social Club lo que le permitió lanzarse al estrellato, al igual que a otros músicos olvidados como Elíades Ochoa o Ibrahim Ferrer.
En los últimos siete años, tocó ante millones de espectadores en los escenarios más prestigiosos del mundo y grabó nueve discos (el último, Duets, junto con Cesaria Evora, Charles Aznavour y Antonio Banderas, entre otros) que transformaron a la música tradicional cubana en un fenómeno de masas.
"Si no fuera por el son, habría en el mundo una tristeza bárbara", decía.