Europa, entre la bienvenida y los reclamos
Una foto con el primer ministro británico, Tony Blair, y los líderes que --en teoría-- enarbolan la bandera de la tercera vía; el encuentro con el director ejecutivo de la Unión Europea, Romano Prodi, para avanzar en la integración del Mercosur con el Viejo Continente, y la cita con el presidente español, José María Aznar, y el rey Juan Carlos. Estas serán las principales instantáneas del primer viaje del presidente Néstor Kirchner a Europa, donde será recibido como el hombre que está consiguiendo afianzar los valores democráticos en un país que estuvo al borde de la desintegración social. Pero también como el responsable de poner en marcha, de una vez por todas, medidas que se siguen postergando y afectan directamente los intereses de las millonarias inversiones europeas en el país.
Es probable que el santacruceño se sienta mucho más cómodo en esta primera etapa de la gira que en la segunda. Tendrá una gran oportunidad para mostrarse como uno de los nuevos líderes del "progresismo" ya bien entrado el siglo XXI. Por supuesto, la participación de quienes hoy se autoinvitan a las reuniones de la denominada Tercera Vía es más que discutible.
Sin ir más lejos, Blair reafirmó durante su gobierno --quedó demostrado lapidariamente en la guerra con Irak-- la cercanía a Estados Unidos, donde el gobierno de George Bush mostró, sin ponerse colorado, su ala conservadora (muy distante a los valores que en su momento elaboró el demócrata Bill Clinton). Y Lula da Silva tiene orígenes obreros, aunque su gobierno está tomando medidas inclusive más ortodoxas que las de su antecesor, Fernando Cardoso.
Pero, más allá de la ubicación política en la que se pueda encasillar el nuevo gobierno, para los europeos es todo un logro que la Argentina haya podido efectuar elecciones libres y transparentes, de las que surgió un presidente democrático con un mandato de cuatro años. Para los países del G-7, una situación mucho más tranquila sirve también como elemento estabilizador para las endebles democracias que aún tienen muchos Estados de América del Sur.
No faltarán, obviamente, temas de alto calibre político en esta gira. La discusión siempre presente de Malvinas y la posibilidad de abrir la puerta para que los militares sean juzgados fuera del territorio argentino serán los temas más candentes del viaje. Pero la preocupación principal que hoy existe en Europa respecto de la Argentina es cómo sigue el plan económico y qué posibilidades ciertas tiene el país de retomar un sendero de crecimiento sostenido que evite los enormes serruchos (con violentas mejoras y caídas) que marcaron la década del '90.
Para los países del primer mundo, al cual pertenecen todos los que integran la Unión Europea, el leit-motiv de las discusiones con el gobierno argentino pasan por conseguir reglas claras y el respeto de la seguridad jurídica. En otras palabras, quieren respeto para los contratos de las empresas que decidieron instalarse en la Argentina, ya sea para explotar servicios públicos concesionados o un mercado que apuntaba bien, por ejemplo, en el sector del consumo masivo.
En estas discusiones, obviamente, estarán en un primer plano las referidas a la situación de las compañías privatizadas y la necesidad de readecuar las tarifas. Los principales grupos que operan en el país, cuyos dueños son de origen fundamentalmente español y francés (aunque también hay italianos e ingleses), redactaron extensos informes para los gobiernos de sus respectivos países; arma que utilizarán tanto el presidente francés, Jacques Chirac, como Aznar, en España, cuando les toque sentarse a la mesa con Kirchner.
El presidente argentino tiene decidido no moverse de la posición que viene manteniendo en la Argentina y ni siquiera está dispuesto a efectuar promesas de readecuación tarifaria urgente, que en realidad considera que puede esperar. "No me importa lo que diga el marco regulatorio. Lo único que les pido es que mejoren la calidad del servicio y sin pedir aumentos a cambio", fue la frase lacónica que el ministro de Planificación Federal, Julio de Vido, dijo a las telefónicas en una reunión más que tensa, la semana pasada.
"Estamos abiertos a escuchar. Pero ningún lobby nos va a imponer nuestro programa económico, que además tenemos muy claro cómo llevar adelante", señaló el propio Kirchner el jueves, en el aniversario de la Bolsa de Comercio.
Kirchner sabe que debe manejarse con una alta dosis de diplomacia. Inglaterra, Alemania y Francia son países con presencia clave en el directorio del Fondo Monetario Internacional. Si cualquiera de ellos desconfiara de las intenciones argentinas, podría poner en peligro la firma de un nuevo acuerdo de largo plazo. Por eso, la decisión será explicitar en el programa a tres años a negociar con el FMI todas las decisiones que reclaman los países desarrollados, pero con el compromiso de cumplimiento gradual (por ejemplo, en lo que respecta a la cuestión tarifaria) y no de definiciones inmediatas.
Aunque la situación económica internacional se muestra favorable para la Argentina y esto le da al gobierno cierto margen, es evidente que las cosas no están como para confiarse demasiado. El caso de Brasil es el más relevante. La llegada de Lula mejoró ampliamente el humor de los mercados, reflejado en una baja drástica del riesgo país, lo que permitió al gobierno volver a colocar bonos en el mercado internacional.
Aparte, la situación se vio más favorecida por la caída de las tasas internacionales hasta los niveles más bajos de los últimos 40 años. No obstante, las altas tasas en el mercado interno terminaron jugando en contra de los niveles de producción locales y el país entró en recesión, lo cual puede significar un nuevo escollo a superar para la Argentina.
Kirchner tiene este desafío a la vuelta de la esquina: procurar que la reactivación incipiente iniciada con más bríos en el último trimestre de 2002 tenga continuidad y evitar el estancamiento en niveles todavía muy bajos de consumo y de actividad interna. Los anuncios de aumentos para los salarios y las jubilaciones mínimas van en esa dirección, aunque de por sí no son suficientes. Es necesario recrear un clima de confianza y de seguridad para los inversores que volvieron a fijar su atención en el país. Pero todavía no encuentran señales contundentes como para definirse. Más bien, hasta ahora, observan con cierta perplejidad la actitud de un gobierno que salió a jugar con los tapones de punta.