Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Sylvester supo transformar el trauma de la guerra en inspiración para equipos

El ex piloto argentino que atacó y hundió una fragata inglesa en la guerra de Malvinas, dio una conferencia sobre grupos y liderazgo en nuestra ciudad.

Roberto Sylvester, durante su conferencia en el auditorio del club Argentino, el último viernes. Fotos: Tomás Bernabé-La Nueva y gentileza Nicolás Sylvester.

Por Ricardo Sbrana - rsbrana@lanueva.com

(Nota de la edición impresa)

   Para contar su experiencia en la guerra de Malvinas en formato de charla abierta, Roberto Sylvester visitó nuestra ciudad invitado por el club Argentino, institución de la que fue entrenador de rugby. Este veterano de guerra que tuvo rol protagónico como piloto de caza y ataque de la 3ra. Escuadrilla de la Armada, fue partícipe del hundimiento de la fragata inglesa HMS Ardent.

   Sin  embargo su misión más difícil fue asimilar la experiencia Malvinas y exponer el trauma de la guerra en "El valor del equipo", una charla que se convirtió en un aliento transformador.

   "Después de dar una charla lo peor que me podrían decir es que soy un héroe. Me tocó la suerte de participar en el hundimiento de la fragata Ardent, pero no fue eso lo que me llevé de la guerra. Me llevé algo distinto", explicó Sylvester, de 70 años y rosarino de nacimiento, aunque bahiense por adopción ya que su papá (Gerardo) fue piloto de la Armada establecido en suelo bahiense y profesor titular del Departamento de Matemática de la UNS.

Roberto, primero desde la derecha, junto a compañeros de la Escuadrilla y con los A-4Q de fondo, con los que hundieron la fragata Ardent.

   "La charla está basada en mis debilidades y fortalezas. Cuento cómo se fue formando un equipo en serio y cuáles fueron las características que fuimos logrando sin darnos cuenta, a medida que avanzó la guerra", dijo Roberto en diálogo con “La Nueva.”.

   Su CV es enorme, tanto en la faz militar (retirado con el grado de Capitán de Navío) como en las actividades que inició tras el conflicto en el ámbito civil (Licenciado en Sistemas Navales Aéreos, docente y máster en Administración de Empresas). Ayer, piloto de T-28, Aermacchi 326, A-4Q y Súper Etendard. Hoy, conferencista para empresas y organizaciones.

Auditorio colmado en Argentino, para escuchar las historias de Sylvester.

    -¿Cómo fue posible volver de la guerra con algo positivo?

   -Siempre comento en mis charlas que lo primero que viví después de Malvinas fue un período de duelo. Cuando volví atravesé un duelo personal enorme. No comprendía lo que estaba pasando ni lo que me había pasado. Estaba con mucha bronca contra el mundo entero. Pero de un día para otro, unos dos años después, salí del duelo. Me tuve que disculpar con un montón de personas con las que fui excesivamente agresivo. Y empecé a buscar, con calma, cuál era la esencia mía respecto de Malvinas.

   -¿Y qué sacó en limpio? 

   -Pasados nueve años de la guerra un día fui a una charla de un infante de Marina. Primera vez que iba a una charla de un ex combatiente. En este caso el infante había luchado cuerpo a cuerpo con el enemigo. Dijo algo que me marcó: cuando vio que los ingleses estaban por pasarlo por encima a él y a sus soldados, le pidió a la artillería propia que disparase sobre él y sus hombres. Lo analicé más profundamente y por primera vez empecé a pensar que se me estaban perdiendo cosas. ¿Cómo fue que ese infante le pidió a su artillería que disparase sobre ellos, para matar al enemigo que se les venía encima? Muy lentamente, luego de dos años más, empecé a entender que en ese equipo de infantes tenían que haber pasado cosas extraordinarias. Supranaturales. Algo muy fuerte. Y analicé y comprendí cómo había sido nuestro comportamiento durante la guerra, el de los pilotos de la 3ra. Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque.

Roberto, ya como piloto de Súper Etendard, saludado por superiores de la Aviación Naval.

   -Dicen que el piloto lleva una esencia individualista. ¿Se refiere a eso?

   -Sí, absolutamente. No habíamos sido nunca un equipo sino una sumatoria de individualidades excelentes. Sobre todo los que volábamos aviones de alta perfomance en portaaviones como el A-4, en mi caso, el Súper Etendard o el Aermacchi. Éramos muy individualistas y con esa impronta empezamos la guerra: todos queríamos hacer el primer ataque, todos quisimos hacer el primer vuelo. Como si todo terminase ahí. Fuimos muy profesionales pero muy individualistas. En principio tuvimos tres aviones A-4 operativos, pero gracias a un trabajo extraordinario de los mecánicos mañana, tarde y noche, se recuperaron cinco aeronaves más.

Roberto, al centro, en la toma de comando de la Fuerza Aeronaval Nº2, en el año 2000.

   -Bueno, de alguna manera se habían convertido en un equipo para entonces...

   -Los pilotos no éramos un equipo. Todavía no. Fuimos un equipo en serio en la guerra, pero para llegar a eso tuvieron que pasar más cosas. Yo creía que lo éramos. Estaba convencido. Y me fui de la guerra creyéndolo, hasta que lo entendí. De nuestro bautismo de fuego, entre el 21 y el 23 de mayo, cuando participamos del hundimiento de barcos ingleses, volvimos con tres aviones menos, de los ocho. Y reducidos en pilotos. Para nosotros, ahí empezó la guerra y también nuestro cambio de actitud. Éramos excelentes pilotos, muy preparados, pero de ahí a formar un equipo... Para formarlo no sólo se necesitan individualidades excelentes, como las tuvimos. Fui entendiendo que había que conocerse. Recién ahí es cuando empezamos a intercambiar nuestros sentimientos más profundos. Y ahí se puede cerrar una comunidad. Un equipo que se multiplique, en el que dos más dos dará siete. Donde hay sinergia. Y por mi experiencia en Malvinas, la sinergia ocurre en el plano horizontal. Es el plano más importante para un equipo. No el vertical. Sin darnos cuenta, cada uno está dentro del otro.

Como entrenador de rugby infantil en el club Argentino, rol que ejerció durante cuatro años.

   -¿Podemos trazar un paralelismo con el rugby, deporte que practicó y del que fue entrenador?

   -Totalmente. Por mi experiencia el alma del equipo es lo que generalmente desconocemos de nosotros mismos, que es nuestra singularidad. Nuestro verdadero Yo. En cambio nuestra personalidad es un disfraz que nos ponemos por encima nuestro para presentarnos en sociedad. El problema es que no somos nosotros. La singularidad aflora en los momentos límite. Yo tardé mucho tiempo en entenderlo y en darme cuenta dónde ocurrió: cuando quedamos con menos pilotos, con menos aviones... En las noches no podíamos volar por nuestro escaso instrumental. Y porque teníamos que volar 700 kilómetros de ida y otros 700 de vuelta sobre el nivel del mar. La misión del 21 de mayo fueron 2 horas y 20 minutos ida y vuelta, más o menos. Todo ese desafío hizo que nosotros nos fuéramos conociendo desde nuestro verdadero Yo. Segregábamos tanta adrenalina que no era fácil dormir. Las noches era larguísimas... Dormitábamos, conversábamos y contábamos chistes... Y en esas noches, lentamente, a partir del 23 de mayo y hasta el 14 de junio, fuimos conformando un equipo. El cambio fue total, absoluto, parecíamos otras personas.

   -¿Qué recuerdos tiene de su etapa como entrenador en Argentino?

   -Pasé cuatro años inolvidables como entrenador de infantiles, a fines de los '80. Me llevó el entonces capitán Edgardo Espina para entrenar la Décima. Hice grandes amigos como "Clavi" Legorburu, mi más grande amigo allí. Siendo adolescente jugué en Palihue, en Cuarta y en Quinta hasta 1969. De ahí me fui a Buenos Aires a estudiar en la Escuela Naval, donde formé parte del equipo de rugby de Reserva en el torneo de la URBA. También jugué al baby fútbol en el club El Nacional de Bahía.