Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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La otra pregunta del millón: ¿Hacia dónde va la agricultura argentina?

“Necesitamos llegar a una actividad más sabia. Será la que utilice el conocimiento, pero que también sea más justa con la gente y con el ambiente”, sostuvo el Dr. Esteban Jobbagy, del Grupo de Estudios Ambientales, IMASL-Conicet & Universidad Nacional de San Luis.

La agricultura argentina tuvo en los últimos 40 años una transformación abrumadora. Sucedió entre principios de la década del ’90 y los comienzos del siglo XXI. / Fotos: Rodrigo García y Pablo Presti-La Nueva. y Archivo LN.

Guillermo D. Rueda / grueda@lanueva.com

   “Me preocupan mucho las huellas ambientales que deja la agricultura, que tienen que ver con la sustentabilidad. Me ha desconcertado durante mucho tiempo esa característica, porque es muy distinta respecto de otros países”.

   Para el ingeniero agrónomo Esteban Jobbagy, del Grupo de Estudios Ambientales, IMASL-Conicet & Universidad Nacional de San Luis, acaso sea la razón por la cual “emerge un comportamiento mezquino y apurado de nuestra agricultura”.

   Haciendo una comparación entre la agricultura nacional y la que se desarrolla en la India, Jobbagy sostuvo se trata de “un campo vibrante, de gente trabajando, pero lo increíble es que el cielo está surcado de cables eléctricos”.

  También señaló que, en aquel país, cada campo de una hectárea tiene su bomba de riego.

  “Hay un milagro en la India y es que han logrado sostener la producción de alimentos para abastecer a una población que crece muchísimo a fuerza, en gran parte, de regar”, agregó.

Dr. Esteban Jobbagy, del Grupo de Estudios Ambientales, IMASL-Conicet & Universidad Nacional de San Luis.

   “Es un granero del mundo que riega tanto, usando aguas subterráneas, que se están vaciando sus acuíferos”, aseveró.

   El planteo de Jobbagy se realizó en el marco del congreso de maíz tardío de Brevant Semillas, que contó con la asistencia virtual de más de 1.000 participantes, en un espacio colaborativo donde los actores de la cadena forman parte del proceso creativo de conocimiento, que apunta a aumentar la productividad de un cultivo que, este año, será el de mayor producción en el país con más de 60 millones de toneladas.

   “Pero en la Argentina nos encontramos con lo opuesto”, describió Jobbagy, quien es doctor en Biología por Duke University (2002), en los Estados Unidos y disertó ahora en el panel sobre La impronta ambiental de la agricultura en nuestro país.

   “En la Argentina regamos muy poco y en nuestra agricultura sobra agua. Nos inundamos cada vez más seguido, tenemos recurrencia de anegamientos y se salinizan porque sobra agua”, dijo.

   “Tenemos un sistema que es totalmente distinto en el uso del agua”, agregó.

   También destacó otro punto clave: el manejo de nutrientes.

   “Para sostener la producción en el mundo hay un uso opulento de los fertilizantes”, comentó.

   “Existe una sobrefertilización y, cuando se fertiliza mucho, parte de los nutrientes se escapan al agua y los ecosistemas acuáticos son los primeros en sufrir esos excesos de nutrientes, porque se llenan de algas”, indicó.

 “En la Argentina subfertilizamos; aún le estamos robando nutrientes al suelo”, aseguró Jobbagy.

   “Hacemos minería de los nutrientes del suelo y este es un problema en cuanto a la sustentabilidad de la agricultura y, también, por cuestiones ambientales, porque si vas minando el suelo pierde su materia orgánica, el humus, que le permite secuestrar carbono”, explicó el experto.

   “Este es otro signo de la Argentina, que es opuesto a lo que vemos en otras partes del mundo”, comentó.

   Jobbagy rescató al maíz tardío, ya que ha aportado a la sustentabilidad al permitir intercalar soja y maíz y dar más estabilidad a las rotaciones.

   “Pero fue funcional a este esquema que yo llamo mezquino, porque sembrando tarde usamos mejor los nutrientes del suelo y no debemos fertilizar y tenemos un uso de agua muy acotado, con un target de producción chico o mediano muy seguro”, aseveró.

   También dijo el especialista que a la subfertilización y al exceso de agua se suman otros dos problemas.

   “Para mantener una estación de crecimiento corta y el resto del tiempo que no haya plantas creciendo tenemos los herbicidas. Y usamos mucho; somos campeones del mundo en el uso de herbicidas. Esto nos trajo problemas, como malezas resistentes y la preocupación en la sociedad por la contaminación”, sostuvo.

   Jobbagy aludió al futuro. Y se mostró optimista.

   “Hoy podemos ver muy bien los campos con satélites y tomar el pulso del verdor a lo largo del año. Estamos encontrando que, en los últimos cinco, ese tiempo muerto que teníamos en los inviernos está reverdeciendo cada vez más y eso ocurre porque los productores están recurriendo más a los cultivos de servicio y un poco más a cultivos de invierno”, comentó.

   La otra señal positiva se observa al analizar las estadísticas de uso de insumos en la Argentina.

   “En los últimos cinco años bajamos mucho el uso de herbicida y subimos el uso de fertilizantes, sobre todo nitrogenados”, añadió.

   “Tenemos 9 % menos de herbicidas y alrededor de 40 % más de fertilizantes nitrogenados, pero hay que tener cuidado porque estamos produciendo 70 % más de trigo y maíz”, explicó.

   También se refirió el especialista a las políticas de Estado y, en tal sentido, puso el acento en el trabajo que se viene realizando en Córdoba.

   “Allí existe una interacción entre la cartera de Agricultura, la de Ambiente y la de Recursos Hídricos. Y de esa forma se han llegado a impulsar programas como los de Buenas Prácticas Agrícolas, que dan algunos incentivos a los productores”, aseguró.

   El experto recordó que nunca la agricultura ocupó tanta superficie y nunca tuvo tanta impronta en el ambiente, pero nunca fue tan invisible cultural y económicamente. Y que en el año 1850 era el 90 % del Producto Bruto global y que hoy es el 3 %.

   “Necesitamos llegar a una agricultura más sabia, en la que hace falta conocer, pero también ser justo. Y una agricultura sabia será la que use el conocimiento, pero que también sea más justa con la gente y con el ambiente”, sostuvo el Dr. Jobbagy.

   Por su parte, el especialista Emilio Satorre (Fauba-Aacrea) dijo que la agricultura argentina tuvo, en los últimos 40 años, una transformación abrumadora y que los primeros años transcurrieron entre principios de la década del ’90 y los comienzos del siglo XXI.

Emilio Satorre, de la Fauba-Aacrea.

   “Cuando esto empezó, la Argentina sembraba unos 15 millones de hectáreas y producía alrededor de unas 40 millones de toneladas. En los 30 años siguientes esa transformación revolucionó la agricultura en base a la expansión del cultivo de soja y permitió cambios tecnológicos muy importantes, y la superficie sembrada llegó a 36 M/H y casi 140 M/T”, detalló.

   “Tenemos tecnologías duras y blandas; tecnologías que implican modificaciones en la forma de hacer las cosas, que generaron cambios organizacionales y productivos, y tecnologías que permiten cambiar los procesos, las formas en que las cosas se hacen”, añadió.

   “Tuvimos dos etapas. La primera, en la que el cultivo de soja fue el actor dominante y muchas de las tecnologías fueron de la mano de su expansión. Y, en los últimos 15 años, el cultivo de maíz comenzó a ser un actor preponderante, balanceando la estructura de nuestros sistemas productivos”, indicó.

   “¿Los cultivos tardíos? Su rol fue muy importante para generar este proceso de transformación en la agricultura”, sostuvo.

“Los cultivos tardíos permitieron, a través de un cambio en la fecha de siembra, generar que este proceso de expansión permitiera al maíz avanzar sobre ambientes que eran menos privilegiados para la agricultura”, dijo Satorre.

   “También facilitaron la incorporación de un actor polifacético, que generó un guión distinto dentro de la obra y permitió un tercer papel con los cultivos de maíz de segunda, propiciando nuevos actores. Ahora tenemos muchos cultivos de maíz que, antes, no teníamos y todo eso es gracias a la tecnología”, dijo.

   Como ejemplo, Satorre citó a la reducción de la densidad de siembra para que las plantas puedan producir más con menos variabilidad y, sobre todo, cambios en la genética que accionaron sobre la productividad, más tolerancia a los factores adversos y protección frente a diversas adversidades.

Cuando todo gira en torno al maíz

   “El maíz es integrador porque aúna muchas actividades. A partir de este cultivo se desarrolla en la Argentina el aporte al sistema energético con energías renovables y la producción de bioetanol pero, sobre todo, es un integrador de actividades dentro de la empresa agropecuaria”, dijo Emilio Satorre.

   “El maíz permitió la expansión del sistema ganadero extensivo, en la ganadería de carne vacuna y porcina, la producción aviar, y de su mano no sólo se rotan cultivos, y se conservan recursos del sistema productivo, sino que, además, se permite el ciclado de nutrientes”, sostuvo.

   También comentó Satorre que la innovación pudo mostrar todo su potencial de la mano del cultivo de maíz.

   “Las primeras innovaciones tecnológicas en el agro, de la mano de la digitalización, llegaron con los sensores remotos, sensores en satélites, que percibían heterogeneidad dentro de los establecimientos productivos. También a través de los monitores de rendimiento y sensores en máquinas cosechadoras se iban detectando diferencias y, así, se pasó de producir en áreas supuestamente homogéneas a ambientes homogéneos y eso transformó la agricultura para llegar a la agricultura por ambientes”, explicó Satorre.

   “El maíz es el cultivo que más tecnología tiene en la semilla. La cantidad de eventos apilados que tiene el germoplasma de la semilla de maíz le permite al productor manejar un cultivo con una versatilidad y una seguridad que era impensada años atrás”, sostuvo.

   “En tal sentido, la agricultura está trabajando en poder incorporar mejoras y cambios en su sistema productivo que permitan reducir, o atenuar, el impacto de esos procesos de deterioro y exaltar la productividad con un mínimo impacto en el ambiente para que nuestros procesos no sólo produzcan gran cantidad de alimentos, de la mejor calidad, con una agricultura más amigable con el ambiente y que eso contribuya a construir junto con las comunidades rurales y la sociedad”, aseguró el investigador.

Apuesta al cultivo de servicio

   “En 2014/2015, el 4 % de los productores en la Argentina usaba cultivos de servicio. Al año siguiente era el 9 %; al siguiente, 11 %; luego, 13 % y, en la campaña 2019/2020, el 19 %”, explicó Gervasio Piñeiro, del LART-Fauba, Ifeva-Conicet y Fagro Uruguay.

   “Con esta práctica el ecosistema está mejor, más saludable, las cosas funcionan mejor y los cultivos rinden más. Mi sensación es que, cuando un productor entra en el sistema, observa sus bondades y que es más complejo, pero no necesariamente más complicado para trabajar”, añadió.

   Hacia el futuro, Piñeiro opinó que se vienen sistemas de cultivos de servicios más pensados.

“Me parece que, para hacer un buen cultivo de servicio, la clave es hablar del período en que se termina y se prepara para sembrar el maíz tardío, o el cultivo que viene”, dijo Piñeiro.

   “En ese período es clave la captura de agua y la sincronización de la oferta y demanda de nutrientes”, completó Piñeiro.