Alcohol al volante: un peligro que crece

Redacción de La Nueva.

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   Cada fin de semana aumenta la cantidad de conductores que dan positivo en el control de alcoholemia que realizan los inspectores municipales, superando los 0,5 g/l aceptados como tolerancia de alcohol en sangre.

   Un hecho curioso es que por ahora la mayoría de los accidentes se producen con coches que impactan contra árboles, carteles, postes, contenedores, paredes. Pero es claro que es cuestión de tiempo que esos elementos sean reemplazados por personas, en cuyo caso –se sabe—las consecuencias son terriblemente peores.

   Si bien el Concejo Deliberante local está demorando-postergando la normativa que bajaría a cero la cantidad de alcohol en sangre al conducir, la realidad es que poco va a cambiar si no hay una modificación cultural y de responsabilidad en quienes conducen.

   Una lata de cerveza o un vaso de vino son suficientes para no estar dentro de las condiciones adecuadas para hacerlo. Es decir que cualquier persona que regresa de una cena, una celebración o una confitería, no debiera estar al volante.

   Cuando se toma alcohol, el primer efecto es negar que algo puede pasar: “Yo lo controlo”, siente el conductor. En realidad el alcohol deteriora el sentido de la responsabilidad y de la prudencia y se potencian conductas impulsivas y agresivas. 

   Una persona bajo los efectos del alcohol percibe peor las luces, las señales, las distancias y las velocidades; sus ojos se fatigan con facilidad y pierde la coordinación. En ese estado comete muchos errores y la toma de decisiones se vuelve más lenta.

   Pero además se necesitan más de dos horas para que una lata de cerveza sea eliminada por el organismo. Hay que asumir con contundencia una verdad: quien va a conducir no debe tomar. Es parte de una responsabilidad humana, por el que conduce, por el que camina, por el bien común.