Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Ese mano a mano con Diego, los 50 segundos más largos de mi vida...

Me di el gusto de cumplir el sueño que cualquier periodista deportivo pudo tener: hablar con “Dios”, entrevistar exclusivamente al mejor futbolista de toda la historia. Fue menos de un minuto y solo pude hacer tres preguntas, lo sé, pero fue la nota más importante en mis 25 años ligados a esta profesión.

Fotos: Archivo-La Nueva.

Por Sergio Daniel Peyssé / speysse@lanueva.com

   Cuando uno se convierte en periodista, comienza a trabajar en un medio y dentro de la sección Deportes lo eligen para hacer fútbol, se inicia en el subconsciente una peregrinación de sueños que, con el paso del tiempo, pueden hacerse realidad o pasan a ser prácticamente inalcanzables...

   Aunque siempre hubo uno que perseguimos con toda la esperanza del mundo, con paciencia, con esa espera lógica de encontrarnos alguna vez con él en algún lugar donde se respire fútbol. Sí, una nota exclusiva, un mano a mano, un diálogo, por más corto que sea, con Diego Armando Maradona...

   No importa la época, si naciste antes o después que él o si lo viste jugar o no, porque hasta el día de su muerte, el que alguna vez mantuvo un ida y vuelta a solas con el “el Diego” sintió que en ese momento Dios le abría las puertas del cielo.

   Tal vez no piensen lo mismo los periodistas que siempre estuvieron al lado de él, los que en la gran Capital han mantenido más de una charla con el 10, pero el Diego es el Diego y puedo dar fe que hablar con él es sentir que tu cuerpo se transforma en un circuito eléctrico con descarga directa al corazón.

   Y en ese cara a cara no creo que importe si sos del interior o trabajás para el canal deportivo más popular de nuestro país. O si recién empezás en la profesión o sos un experto de mil batallas, entre ellas ser un periodista conocido y considerado por Maradona.

   Lo hablé con más de un colega de Buenos Aires, y ellos me explicaron que entrevistar a Diego siempre te produce una adrenalina especial, que los síntomas que se les manifestaron son los mismos que sentí en carne propia el 14 de diciembre de 2005, cuando “Pelusa” pisaba el estadio Roberto Carminatti del club Olimpo por segunda vez en su vida, aunque en esa ocasión como hincha y no como jugador.

   Había venido a ver a su Boca, que con el bahiense Rodrigo Palacio en cancha, tenía que ganarle al aurinegro para coronarse campeón del torneo Apertura.

   Fue 2-1 para el equipo que orientaba otro nacido en este suelo: Alfio Basile. Aunque esa es otra historia…

   En el relato de aquella época, en un espacio de papel tipo cuartilla donde no pude describir todo lo que había sentido, solo me enfoqué en la cronología de la llegada de “Dios” a nuestra ciudad, paso a paso, hasta su arribo al estadio, una hora y 25 minutos antes del inicio del encuentro (pactado para las 17.10).

   Y ahí se da lo que aquel día no puede explicar con lujos de detalles pero que si puedo ampliar en este momento, con la libreta de apuntes de ese campeonato en mano, porque para recordar hay que guardar y para contar siempre debemos tener evidencias.

   Esa tarde, nublada, Diego ingresó, con cinco guardaespaldas y varios allegados, por el portón lateral del gimnasio Norberto Tomás que da a avenida Colón, enfiló hacia el vestuario visitante sin dirigirle la palabra a nadie y ahí permaneció hasta minutos antes del arranque del partido.

   Cuando los equipos estaban por salir al campo de juego, Diego dejó el camarín visitante raudamente y encaró hacia la zona baja de plateas, equivocando el camino, porque en vez de entrar a la cancha, donde tenía su lugar ya destinado al lado del banco de suplentes xeneize, encaró para el lado de calle Chile.

   En ese instante, presintiendo que se había confundido y que los que estaban con él tampoco les iban a saber indicar porque no eran de acá, corrí a su encuentro, alcanzándolo antes de llegar a la puerta de entrada al buffet.

   Caminando a su lado le pregunté por Boca y si pensaba pasar las vacaciones en la costa balnearia, cerca de nuestra ciudad. En un momento frenó su marcha, me miró fijo y me contestó acomodándose los lentes negros y con un habano entre sus labios.

   Fueron 50 segundos eternos, mágicos, como si me hubiese sumergido en el sueño que siempre había tenido. Enseguida llegaron más colegas, el sector se inundó de gente y el 10 huyó despavorido.

   Antes, le llegué a consultar: ¿te acordás cuando viniste a esta cancha?

   —Casi nada, pero tengo la impresión de que no es la misma, que algo le hicieron.

   Sí, claro... Cuando Diego había venido por primera vez a Bahía, el 13 de mayo de 1978, en el último compromiso amistoso que la Selección Argentina de Menotti disputó antes del Mundial, el estadio Carminatti estaba rodeado de tribunas con tablones, hasta que a principios de 2002 cambió su entorno con gradas de cemento, además de recibir una remodelación completa.

   Ese día, la albiceleste goleó 7-0 a un combinado de la Liga del Sur, Diego reemplazó a Mario Kempes promediando el segundo tiempo y una semana después fue desafectado por Menotti (junto a Bravo y Bottaniz) al momento de presentar la lista definitiva para el campeonato Mundial.

   Después de festejar el título con Boca en 2005, Diego nos hizo otra visita. Fue el 23 de octubre de 2007, integrando el plantel argentino de showbol, que en el mítico estadio Casanova superó 15-11 a Perú en un cotejo de exhibición.


Diego, el habano, aquel día...

   La crónica de La Nueva Provincia: A las 13.30, en el aeropuerto Comandante Espora, tres aviones privados aterrizaron casi a la par. En el primero llegaron 70 simpatizantes de Boca, entre ellos el jefe de la “12”, Rafael Di Zeo; de otro desembarcaron 70 dirigentes y allegados del club boquense y en el último apareció Diego Armando Maradona, acompañado sólo por cinco personas de su entorno.

   El “Diego” se subió inmediatamente a una camioneta trafic y sin almorzar se alojó en la suite presidencial Nº 426 del Hotel Argos. Abandonó el edificio de España 149 a las 15.30 y 15 minutos más tarde ingresó en el estadio Roberto Carminatti, el que no pisaba desde hacía 27 años, más precisamente el 13 de mayo de 1978, cuando vino con la Selección Argentina que dirigía César Menotti, la que le ganó 7-0 a un combinado de la Liga del Sur.

   “¿Tanto pasó? Sin embargo en Bahía he estado en alguna otra ocasión, ya que pasaba las vacaciones acá cerca, en Oriente. La verdad, no te puedo decir si todo está igual o distinto porque no me acuerdo casi nada de esta cancha”, le dijo el “10” a “LA NUEVA PROVINCIA”.

   La exclusividad duró muy poco, ya que enseguida los medios se abalanzaron sobre el mejor jugador de todos los tiempos, quien permaneció en zona de vestuarios —debajo de las tribunas— hasta que empezó el partido, cuando, después de fumar un habano de singulares dimensiones, se ubicó dentro de la cancha, al lado del banco de suplentes de Boca y a la derecha de la manga para los visitantes.

   “¿Cómo los veo a los muchachos? Muy concentrados, confiados en que van a ser campeones. Todos queremos festejar, pero a nadie le dieron la Copa antes de que la gane”, admitió antes de que los equipos ingresen al campo de juego.

   —Tus vacaciones, ¿pueden ser por acá?

   —Quiero ir a un lugar tranquilo con Giannina, porque Dalma ya es grande y tal vez no quiera ir, pero ese lugar es muy difícil de encontrar.

   Después, el partido: Diego “sufrió” como casi siempre, aunque no observó el tiempo de descuento, cuando Boca estaba a punto de desatar la euforia. En el pasillo de los vestuarios, con la camiseta número 10 y pantalones pescadores oscuros, caminó de un lado hacia el otro, con las palmas de las manos unidas, en señal de ruego para que su sueño se hiciera realidad. En todo momento apareció acompañado por el periodista Marcelo Palacios.

 

Mi humilde homenaje

 

   El día de su partida, un 25 de noviembre que de ahora en más no pasará inadvertido para nadie, después del cimbronazo y las lágrimas por un final que nosotros, los terrenales, creíamos que era imposible para un ser que siempre coqueteó con la vida como un imortal, escribí…

    “Murió el Dios del fútbol.

   Hoy le cortaron las piernas a toda la humanidad.

   Diego, el de los goles a Inglaterra, el de los insultos a los italianos, el de las frases inmortales…

   Si nunca vieron a llorar a una pelota, hoy es el día.

   Se paró el mundo, hoy la tierra se unió con cielo, los malos y los buenos lloraron juntos y no hay diferencias entre hinchas y colores.

   Se fue Diego, físicamente, porque la leyenda será eterna. Porque los héroes nunca mueren…”

   Víctor Hugo Morales, tiempo después de haber relatado el gol de todos los tiempos, la mejor conquista en la historia de los Mundiales, dijo: “las palabras me salieron del alma, no era yo el que relataba, era Dios”.

   A mi me pasó algo parecido: siempre cuesta escribir algo lindo, poner el corazón en cada palabra, pero yo sentí que mi mano iba al mismo ritmo que mi inspiración. Era la mano de Dios.