Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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A 65 años del último brote de Polio en el país: historias bahienses de una pandemia que quedó en el olvido

A mediados de siglo XX, poco se sabía de la enfermedad que atacaba primordialmente a niños y que en el año 43, producto del éxodo de la gente de la Capital hacia el interior por temor al contagio, llegó a nuestra ciudad. Para fines de 1955 los enfermos en el país ya eran cientos y al año siguiente, miles.

Fotos y fuentes: Archivo-La Nueva y Google

Laura Gregorietti

lgregorietti@lanueva.com

 

   Poco recuerda mi mamá de la triste historia que envolvió a nuestra familia en la década del 40 y que se llevó la vida de sus dos hermanas y su hermanito recién nacido. Solo que de eso no se hablaba. Nadie hablaba.

   Yo, como nieta curiosa, solo registro una situación que se daba a menudo cuando le preguntaba a mi abuela quiénes eran esos nenes rubios de rizos dorados que estaban en las fotos de su habitación y que tanto llamaban mi atención: "soy yo cuando era chica", respondía ella, cortando todo clase de atisbo de continuar con la conversación.

   Claramente se trataba de cosas demasiado dolorosas para recordar.

   "Nadie nos contaba nada porque fue un dolor imposible de superar para mis padres. Mi prima nos decía que habían aislado la casa, no se podía pasar ni por la vereda. Ella no se explicaba cómo mi mamá no había enloquecido, ya que al volver del cementerio de enterrar a una de sus hijas se encontraron con que su bebé había muerto también. Y al poco tiempo su otra hija, la única que llegué a conocer, corrió la misma suerte", cuenta Alicia quien nació en 1944 y después de tantas tragedias, confiesa haber sido criada "entre algodones".

   La poliomielitis es una enfermedad muy contagiosa causada por el poliovirus. El virus se transmite de persona a persona, invade el sistema nervioso y puede causar parálisis en cuestión de horas. Afecta sobre todo a menores de cinco años y no tiene cura. 

   Una de cada 200 infecciones produce una parálisis irreversible (generalmente de las piernas) y un 5% a 10% de estos casos fallece por parálisis de los músculos respiratorios.

   Las primeras referencias a la polio aparecen en un grabado de una estela funeraria del antiguo Egipto, donde se ve a un funcionario con signos inequívocos de las marcas de la enfermedad en una de sus piernas. 

   El médico inglés Michael Underwood describió por primera vez la enfermedad en 1789 y en 1840 el ortopedista alemán Jacob von Heine la individualizó clínicamente. La última década del siglo XIX marcó el comienzo de las epidemias, primero en los países escandinavos y EE.UU., situación que fue in crescendo en la primera mitad del siglo XX.

   La Argentina logró declararse libre de Polio en el año 1984.

   En 1943 Dolly Arias tenía 6 años, a punto de cumplir 7.

   "Por esa época a todas las niñas nos mandaban a aprender a tocar el piano pero a mí no me gustaba. Cada vez que tenía que sentarme a practicar, alguna excusa me inventaba, pero esa tarde algo no estaba bien. Ante mi insistencia me llevaron al médico, donde constataron que tenía fiebre, pero nada más", asegura Dolly, quien recuerda cada detalle como si hubiera pasado ayer.

   Pero a la noche los síntomas se agravaron.

   "Me acosté y de repente me senté de golpe, dura. Luego, del cuello para abajo comencé a sentirme toda blanda, inmóvil.  Al cabo de 4 días me mandaron de urgencia a internar al Hospital de Niños de Buenos Aires donde estaba lleno de chicos con Polio".

   En ese entonces, nada se sabía de cómo prevenir esta enfermedad que parecía ensañarse con los más chicos. La gente solo atinaba a huir de las grandes ciudades.

Jornada de vacunación en nuestra ciudad

   "Mi papá tenía un campo y como mi mamá tenía miedo de quedarse acá, en las vacaciones nos fuimos todos. Ese año me tocaba empezar la escuela pero, sin que nadie supiera cómo, me enfermé. Nadie de mi entorno se contagió, ni mi hermana mayor ni mis amigos, lo cual acrecentó más el misterio".

   Dolly cuenta que el Hospital de Niños era un mundo aparte. Enfermeras, médicos, padres y un sinfín de camas con niños postrados.

   "La planta baja y el primer piso estaban destinado a los enfermos de Polio. Eramos unos 42 o 45 chicos, la mayor tenía 13 años y la más chica, 2. Había médicos recibidos y algunos por recibirse, todos ayudaban porque no daban abasto y recuerdo especialmente a dos enfermeras que llegaron de Estados Unidos con un tratamiento innovador que se aplicaba allá y que, en mi caso, me brindó una mejora relativa".

   Seis meses de internación con lo poco que había por hacer en ese entonces no lograron devolverle la sensibilidad en las piernas.

   "Recuerdo que en el medio de la sala había un tanque gigante con agua hirviendo en el que se sumergían unos paños de tela tipo frazada, pero más fina, se pasaba por los rodillos para secar y en mi caso, me envolvían de la cintura para abajo como si fuera una momia. Y las enfermeras no podían con tantos chicos por eso las madres colaboraban, y mi mamá era una de ellas, que llegaba a las 7 de la mañana y se iba a las 7 de tarde".

   Dolly recuperó la movilidad completa de la cintura para arriba y pudo volver a caminar dos años después, con tareas de "reeducación", como se conocía en esa época, hoy llamada fisioterapia.

   "Lo que nunca volvió a la normalidad fue mi lado derecho, pero me las fui arreglando con operaciones, estudié e hice vida normal. No pude tener hijos, pero tengo un hijo del corazón y hoy con 84 años, hasta sigo manejando", concluyó Dolly.

   El de 1955-56 no fue el primer brote de polio en la Argentina, pero sí el más grande.

   Entre 1942 y 1943, solo en la ciudad de Buenos Aires hubo 2000 casos, y el periodismo denunció la existencia de focos considerables en Santiago del Estero, Rosario, Bahía Blanca y, el más importante, en Mar del Plata, porque la falta de difusión por parte del Estado de la gravedad de la situación facilitó la diseminación del virus, especialmente en los lugares de veraneo.

   Los 435 casos registrados en diciembre del 55 no hicieron más que alertar a las autoridades que lo peor estaba por llegar: 6.500 contagios, caos y pánico entre la población.

   El terror se apoderó de las familias y todos huían con sus hijos al interior para escapar del virus desconocido que creían estaba solo entre la gente de la ciudad.

Largas filas para vacunar

   Los padres preparaban collares con bolsitas de alcanfor o los hacían practicar vahos con agua de eucalipto buscando fórmulas milagrosas para tratar de prevenir el mal.

   Otro rasgo que distinguió la época y que perduró durante muchísimos años fue el de pintar con cal las paredes, los cordones de la calle y los árboles. También se hizo costumbre hervir el agua y usar litros de lavandina para desinfectar las veredas.

   "No hubo una comunicación desde el área de salud para que se hicieran esas cosas. Fueron simplemente medidas que tomaba la gente ante la falta de soluciones porque no había vacunas", consigna una edición de "Clarín".

   El pediatra local Jorge Gabbarini no tiene recuerdos personales de esa pandemia ya que en ese entonces, contaba con apenas tres años.

Jornada de vacunación en la Escuela 2

   "Pero sí recuerdo que se abrió el instituto Irel para tratar las secuelas motoras que dejaba la enfermedad y que también tenían una escuela, que con el tiempo dejó de funcionar para pasar a integrar a los niños a escuelas comunes, como debe ser".

   Años después, ya habiéndose recibido de médico, le tocaría realizar la residencia de pediatría en el Hospital de Niños de Buenos Aires, al que por entonces derivaban a la mayor cantidad de enfermos.

   "Allí tenían esos viejos respiradores cilíndricos llamados pulmotores, que resultaron ser efectivos para quienes sufrían de crisis respiratorias".

   Por su parte, el pediatra Carlos Kohler, quien vivió de cerca la época en la que apareció la vacuna, recuerda las filas interminables de gente que se hacían en el hospital Penna, a pleno sol, para vacunar a los chicos, porque había mucha angustia y miedo".

"Yo fui uno de los primeros vacunados y también tengo en mi recuerdo los árboles y los cordones pintados de color blanco", aseveró.

Jonas Salk 

Albert Sabin

   Beatriz Mercedes Godoy, hoy de 67 años, contrajo Polio cuando tenía 4 años y medio. Fue en Buenos Aires en la zona Oeste, en Morón.

   "Me quedaron secuelas en una pierna. Tengo recuerdos y también me queda lo que me contaron. Fue en el año 57, cuando de repente un día no pude caminar más. Una pierna se recuperó bien, pero la otra me quedó más corta y el pie, más chico".

   En esa época, según cuenta, no existían los tratamientos.

Los "pulmones de metal", llamados pulmotores

   "Me mandaron a un Hospital de Infecciosos, el Muñiz, porque no había tanta información sobre cómo tratar esta enfermedad. Ahí estuve más o menos un mes y una enfermera le dijo a mi mamá que me sacara de ahí y me llevara a la Asociación de Rehabilitación para Niños Lisiados (ARENIL), una clínica como es  IREL acá. Ahí es donde comencé con mi recuperación. Estuve desde los 5 hasta los 12 años yendo todos los días ahí y sólo quedó esa secuela de la pierna izquierda. Comencé a caminar a los 6-7 años nuevamente y gracias a Dios no volví a tener más problemas".