Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Desear, transformar o padecer

¡Mi querido lector le propongo hacer una lista! Seguramente usted me pueda ayudar: deseado, buscado, encontrado, perdido, “caído del cielo”, padecido, gozado, resignado, liberador, sacrificado, estresante, gratificante, llevadero, negado, legitimado, in-merecido, sobrevaluado, devaluado, degradado… ¿los peores? Los dejo para el final.

Pensar, analizar y comprender cómo una persona trabaja es una forma de conocer cómo vive y avizorar tal vez cómo serán sus últimos días, pues el trabajo desde mi profesión se convierte en un pilar fundamental que merece ser indagado, cuestionado y analizado.

¿Qué entendemos por trabajo? ¿Es creación y un modo de expresión? ¿Bienestar mental y trabajo se pueden conjugar?

Bibliografía extensa, profunda y sumamente compleja ofrece la Psicología sobre “el trabajo”; para el Psicoanálisis una labor promueve la salud mental o un estado de bienestar siempre y cuando se den dos condiciones: que demande “trabajo psíquico” y también el modo o cualidad de ese trabajo psíquico. En mi intento por hacerle asequible las ideas de Sigmund Freud el trabajo psíquico está relacionado con un deseo, con una fuerza que impulsa a llevar a cabo una acción con el objetivo de satisfacer tensiones internas, es el motor del desarrollo de una persona que le permite establecer relaciones con el mundo; de esta manera el trabajo atraviesa al ser humano, pues es una actividad transformadora de la realidad y de las relaciones que establecemos; siendo fundamentales las condiciones en las que se desarrolla y la retribución percibida.

Desde un enfoque existencialista, trabajar se sitúa más allá de la simple búsqueda de sustento, pues el desarrollo de una tarea implicaría crear, recrear, desplegarse en aquello para lo que se es capaz, virtuoso, conocedor, dejando el sello personal, dando lo mejor de sí, transformando el mundo, a los otros y así mismo; respondiendo a una vocación y a una consecuente tarea que enaltece y está plagada de sentido.

Pero la realidad en ocasiones emerge, asusta y cachetea; y pienso en todos ustedes mis queridos lectores, en el que va tras un trabajo deseado y debe conformarse con “lo que hay”, en aquel que está abonado a los avisos clasificados y no lo encuentra; en quien jamás se esforzó y llega un puesto como “caído del cielo”; pienso en aquel que sufre maltrato y lo padece pero no puede darse el lujo de mandar el telegrama de renuncia porque debe alimentar a su familia; pienso en quien desarrolla una tarea rutinaria, con resignación porque carece del valor de intentar nuevos caminos; en el que invirtió años de estudio y no es retribuido como merece.

Celebro quien puede gozar con su tarea, quien habita un ámbito laboral liberador, legitimado, pero no puedo dejar de pensar en quienes tienes roles estresantes máxime si no son remunerados de manera acorde; pienso también en aquellos que minuto a minuto ponen su vida en juego.

¿Cómo ante ciertas condiciones armonizar trabajo y bien-estar? ¿Cómo dejar a un lado la impotencia cuando algunos perciben salarios “casi obscenos” y otros cuentan monedas para llegar a fin de mes?

¿Los peores? ¡Los inadmisibles en el siglo XXI! El trabajo infantil, el trabajo esclavo y “hacelo gratis porque te sirve” frase indigna y denigrante acuñada en estos tiempos para avasallar y para disfrazar la explotación en pos de “ir acreditando experiencia y prestigio”.

Comprender cómo una persona trabaja es conocer también la calidad de líderes, dirigentes, ceos -palabra de moda -, dueños, patrones, gerentes, directivos que tenemos: algunos dignos de admiración ¿otros? Usted hará su propia lista.