Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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CongeladaMente

¡Desapasionarse! Fue la sugerencia recibida días pasados; una vez más recurrí al diccionario de sinónimos para bucear en un tema tan apasionante. Apasionar remite a “encender, emocionar, enfervorizar, entusiasmar, interesar”, también a “enardecer, alterar”; surgen preguntas que comparto con usted mi querido lector.

¿Apasionarse está permitido en escenarios específicos? ¿Es mayor el prestigio de la frialdad?

Reviso situaciones cotidianas y extraordinarias, escenarios laborales, deportivos, políticos y también aquellos en los que hay un único protagonista, analizo personas y personajes tratando de dilucidar si lo que impera son las pasiones o la frialdad.

No es casual que en esta “era de hielo” en la que se congelan las emociones tenga cada vez más prestigio la frialdad y sea concebida junto a la elocuencia y objetividad como garante de buenos resultados. Con una pincelada misógina se les atribuye a las mujeres esta capacidad de apasionarse por algo o alguien y se considera negativa la influencia de sentimientos y emociones, tal vez por eso los “hombres no lloran” o solo lo hacen cuando el equipo de fútbol da la vuelta olímpica.

Al momento de tomar decisiones, máxime si implica consecuencias para muchos, los apasionados deben abstenerse; emociones y sentimientos deben quedar al margen, ser reprimidos, disimulados y hasta maquillados, prohibido conmoverse.

¡Venerada frialdad! La apatía legitimada se ostenta como imparcialidad, justicia, ecuanimidad; la indolencia se presenta como mesura y se disfraza de prudencia; la indiferencia se exhibe como compromiso en “justa medida” y se convierte en una vara de medición.

Desapasionarse es el primer paso hacia la insensibilidad, hacia el control de los afectos, y resulta paradójico que en tiempos en el que los sentimientos se exhiben, televisan, se publican en las redes sociales y se trivializan, apasionarse sea una muestra de debilidad.

¡Reverencias a la frialdad! Se convierte todo en gestos y mensajes vacíos, en muecas y posturas congeladas, en poses y relatos desafectados; los sentimientos se atrofian, se paralizan, las distancias se aumentan, sin posibilidad alguna de registrar al otro, de ponerse en el lugar del otro.

Jean Piaget, epistemólogo, psicólogo y biólogo suizo, considerado el padre de la epistemología genésica y pionero en estudios sobre el desarrollo de la inteligencia sostenía que no hay mecanismo cognitivo sin elementos afectivos y viceversa; por ello, sumergirse en un frío polar anula el aprendizaje, la construcción de relaciones y vínculos, el hacer carece de sentido y el trabajo no encuentra significados.

La frialdad congela, petrifica, sin afectos no hay efectos, solo fortalezas protectoras devenidas en rituales individuales, sociales y hasta políticos, en cálculos fríos y distantes que enarbolan la bandera de la razón y del cerebro como si emociones y sentimientos residieran en vaya a saber qué lugar del cuerpo humano.

No concibo el paso por la vida sin sentir, sin ver, sin gozar, sin padecer; enaltecer la frialdad es una forma de anestesiar-se, de alejar-se, de evadir-se, de resistir-se, es tal vez la coartada para no comprometer-se.

Para algunos la frialdad es una ventaja, pero reviso la historia y si bien algunos fervorosos cometieron errores con consecuencias nefastas, la mayoría de las célebres biografías estuvieron impulsadas por la pasión y la convicción; no se trata de grandes proezas, tal vez su vecino educa con pasión a sus hijos, realiza con pasión su trabajo o barre la vereda. Indudablemente prefiero a quien se apasiona, yo vivo ApasionadaMente.