Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Cuando de pérdidas se trata

Ana revuelve en su cartera: entre celular, cargador, billetera, agenda, chupete, pañuelos es una misión imposible dar con las llaves, al cabo de unos minutos y evocar varios santos asume que las perdió.

Perder llaves, documentos, bienes, amigos, la pareja, un trabajo, un brazo, los padres o la peor y más terrible, un hijo, se inscriben entre las pérdidas a las que se enfrenta el ser humano; dicho suceso implica indefectiblemente un proceso, quien perdió un objeto tan insignificante como unas llaves o tan valioso como los afectos, la salud o un trabajo sabe de qué se trata.

Mis queridos lectores, el tema de hoy es vital y universal; quien lo atraviesa se formula un sinfín de preguntas, interrogantes íntimos y únicos, por ende hoy no hay lugar para las preguntas habituales; las pérdidas duelen, atraviesan y marcan.

Según Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra suizo-estadounidense, asumir y aceptar una pérdida conlleva una serie de fases por las que no se transita de manera sucesiva, sino que se va de una a la otra, en ocasiones la persona puede estancarse en una de ellas, pasos necesarios para aprender y elaborar la pérdida.

La primera etapa es la de la negación, dicho mecanismo de defensa se pone de manifiesto para prorrogar el impacto de la noticia; “no puede ser cierto, debe haber un error” son las respuestas habituales; tregua entre pensamientos y realidad mitiga el primer impacto; invade un sentimiento de incredulidad del que se debe ir saliendo poco a poco.

Aunque el enojo es constante durante todo el duelo y cuando ya no es posible negar u ocultar la pérdida, el velo que negaba la realidad se corre y toma protagonismo la ira. ¿Cómo puede pasarme esto a mí?, es la pregunta de esta etapa que se canaliza por medio de la rabia y la violencia hacia familiares y extraños, a objetos o hacia uno mismo; el dolor se reviste de resentimiento. El enojo temporal, debiera ser pasajero y necesario para procesar las emociones.

La etapa de la negociación es la más breve: ¿qué hubiera sucedido si...? permite ensayar respuestas, avizorar salidas y es el último esfuerzo para encontrar alivio a tanto dolor.

Luego de la pugna entre fantasía y realidad, deviene la fase de la depresión, se comprende la pérdida de forma real y certera. Tristeza, miedo, incertidumbre reflejan la atención centrada en el presente, pero el dolor permanece. Necesidad de dormir largas horas por agotamiento físico y mental y sentir que la depresión invade para siempre acompañan esta etapa. Tal estado no es sinónimo de enfermedad mental, sino que su presencia posibilita salir de la depresión.

Por último, es tiempo de culminar la pelea y hacer las paces con la pérdida; la aceptación permite acordar con el dolor y reconocer la realidad; el nuevo escenario y la frase “todo va estar bien” se despliegan y se encienden como señales del tiempo y el esfuerzo demandados. Con cansancio y debilidad tras renunciar a una realidad a la que no es posible regresar se comienzan a delinear los pasos hacia el futuro, a realizar un balance íntimo.

Perder llaves o documentos se elabora a partir de la negación y el enojo por los inconvenientes que ocasiona, perder la salud, un trabajo o un ser querido implica vivenciar en tiempos tan únicos como personales una ausencia.

No es cuestión de tiempo sino de lo que cada uno puede hacer en ese tiempo. Hay seres que según nuestra concepción parten por adelantado, el duelo permite atesorar en el interior momentos y aprendizajes compartidos. De eso se trata.