Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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La palabra, el “arma” del siglo XXI

Dardos, flechas, lanzas, misiles, son distintos tipos de armas lanzadas mediante la fuerza mecánica, que se emplean tanto para la defensa como para el ataque. En ocasiones el objetivo es aniquilar a otro. Hoy el uso de ellas es casi excepcional.

Considero que el "arma" del siglo XXI es la palabra, pues brinda la posibilidad de significar las vivencias, dar sentido a la vida desde los superficial hasta lo profundo. Es un vehículo de contacto con la realidad, con los otros.

¿Utilizar las palabras hoy en día se torna un arte? ¿Existen seres que solo emplean vocablos para aniquilar vidas ajenas? ¿Tienen poder curativo?

Las palabras se asemejan a un puente, pues nos permiten acercarnos a mundos a veces desconocidos, a los otros y también a nosotros mismos. Contrariamente las palabras sirven para alejarnos, tomar distancia de algo o alguien, situarnos desde una perspectiva, descubriendo matices, contrastes, diferencias y similitudes.

La palabra tiene un poder ilimitado: porta sentimientos, deseos, experiencias vividas, metas logradas y proyectos truncos. En un punto condensa la vida misma, evoca las voces de los afectos que nos rodean, el nombre de seres queridos, de aquellos que ya no están. Por medio de ella también traemos a la memoria sensaciones y personas poco gratas. La palabra crea y recrea, significa y resignifica.

Cuando iba a la escuela primaria me maravillaba aprendiendo unidades de medidas: kilogramo, metro, litro… sabía que esos conocimientos me permitirían manejarme en el mundo adulto. Hoy pienso que así como existe el “sistema métrico decimal” debería haber “un sistema métrico verbal”, pues algunas personas carecen –quiero creer-- del arte de aplicar la palabra justa en el momento indicado, y tienen el “don” de hilvanar una a una las palabras con un único fin: el maltrato.

La palabra también intimida, descalifica, somete, agrede, y está comprobado que las secuelas de mensajes destructivos son más nocivos que un golpe.

Una palabra positiva, pronunciada con amabilidad y alejada del grito, puede iluminar un momento, torcer un destino y, según la circunstancia, quedar grabada como una huella indeleble. La palabra sorprende, conmueve y también obstruye y paraliza. La ciencia ha comprobado que ciertas palabras en determinados momentos tienen poder curativo, que son el vehículo para expresar la ira, la rabia, las frustraciones, que alivian dolores y por encima de ello “liberan”.

La palabra permite establecer contratos, y entablar diálogos, pero para que ello suceda deben existir las mismas posibilidades de expresión, escucha atenta y predisposición para el encuentro, pues cuando alguien formula “vamos a hablar” y la “invitación” se remite a que solamente se habilita el decir de uno, no solo que no hay diálogo sino que seguramente el sometimiento ronda como fantasma en dicho encuentro.

Saber expresar deseos, sentimientos y necesidades es una tarea casi artesanal; encontrar la palabra adecuada, “medirla”, contemplando la situación y sobre todo su destinatario requiere de conocimiento pero especialmente de habilidad. Dice el proverbio: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas”; y hoy es tan valorable aprender a hablar como aprender a callar.

Evidentemente no todos saben medir sus palabras ni tienen conciencia del alcance de las mismas, de cómo pueden moldear una experiencia. De más está decir que cuando se sabe emplear las expresiones adecuadas no se requiere levantar la voz. Conocí a alguien que con sus palabras habilitó sueños, experiencias, afecto, desafíos y aprendizajes, también dolor, angustia y desilusión, celebro que en el diccionario existe la palabra "perdón".