Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

Los imperios de la soledad

Por Guillermina Rizzo

Manuel, médico que cumple tareas en un servicio de emergencias, llega en ambulancia a la casa de don Alfonso ante el llamado de un vecino. Años de universidad le permiten acreditar saberes, pero jamás imagina que plasmaría en el acta de defunción semejante diagnóstico: “Muerte por soledad”. ¿La soledad causa mayores estragos que ciertas enfermedades? ¿Se puede estar solo aun rodeado de gente? ¿Se puede vencer la soledad?

Meses atrás el diario británico "The Guardian" publicó una investigación que revela que la soledad significa un riesgo mayor que la obesidad para personas comprendidas dentro de la tercera edad, y que el aislamiento puede aumentar un 14 por ciento las posibilidades de muerte prematura.

El diccionario de la Real Academia Española define que soledad proviene del latín solitas y que es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

La psicología expresa que soledad es la carencia de intimidad, en el sentido que la persona no puede establecer lazos y relaciones íntimas con los otros.

Paradójicamente, en la era de la revolución tecnológica son reiterados los casos en el que las redes sociales ofrecen la posibilidad de tener “miles de amigos”, pero con la imposibilidad de estrecharlos en un abrazo, pues lo virtual y la comunicación a través de la red no permite el contacto físico; hay conexión pero el vínculo se torna inexistente.

La soledad es similar a la depresión y la ansiedad, y reviste tres características: resulta desagradable para quien la experimenta y provoca angustia; es una sensación subjetiva puesto que la persona puede sentirse sola estando aun en un grupo y, es el resultado de relaciones sociales deficientes. A su vez se pueden establecer dos categorías: la soledad social que implica la falta de pertenencia a un grupo con el cual compartir intereses, y la emocional que equivale a la ausencia de un vínculo intenso con otro ser que tiene como resultado el placer, la seguridad y la satisfacción.

Días pasados el Papa Francisco ante 40 mil abuelos expresaba que “el abandono de ancianos es como la eutanasia”.

El ser humano es un ser social y desde el nacimiento la presencia de los otros es imprescindible, cubrir necesidades de afecto y nutrición en los primeros años es no quedar librado a la muerte física y simbólica. Con el devenir de los años la presencia de los semejantes y las interrelaciones permiten afianzar la autoestima, revalidar la confianza y construirnos a nosotros mismos.

Si bien la soledad tal vez por ingratitud y desconsideración es más frecuente en los ancianos, no es excluyente de generaciones jóvenes.

Gustavo Bécquer sostenía que “la soledad es el imperio de la conciencia”, entonces concebirla como un estado transitorio aleja de lo traumático y habilita un espacio para el autoconocimiento y la reflexión. Realizar un viaje hacia el interior tal vez resulta intenso y requiere de coraje, pero en el punto de llegada reside la posibilidad de descubrir ambiciones e ilusiones; saber quién soy, cómo me siento y cómo ven, son interrogantes que permiten terminar con el exilio. Si bien a veces la realidad parece adversa vencer el destierro puede deparar gratas sorpresas, quizá en el lugar y en el tiempo menos imaginado y casi como por arte de magia, sucede; pues como canta el catalán Joan Manuel Serrat: “Fue sin querer, es caprichoso el azar, no te busqué ni me viniste a buscar; yo estaba donde no tenía que estar  y pasaste tú, como sin querer pasar; tanto tiempo esperándote...".