Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Elsa Calzetta invita a tocar la luna con el alma

La escritora y coordinadora de talleres literarios desde hace más de 30 años presentará “Luna de siete caras”, el miércoles 26, a las 20, en el Teatro Municipal.
En el Café Miravalles, junto a alumnos de su taller literario.

   Anahí González / agonzalez@lanueva.com  

   La luna y Elsa. Elsa y la luna. Se aman desde siempre. Desde muy chiquita solía salir al patio a mirarla. Sus cráteres fueron el regazo amable en el cual la niña descansó soledades que no podía contar. Tuvo una infancia que le costó mucho comprender, superar. Y la luna siempre estuvo ahí. La identificación, el reflejo, un espejo. Solas. Una en la tierra; la otra, en el cielo. Unidas en la cara visible y en el misterio de la que permanece oculta. Ella lo contó así.

   -Más que hablarme, la luna me abrazaba.

   La escritura también la acompañaba: se recuerda enhebrando palabras cuando aún ni siquiera sabía de lectura ni dislexia, inventando historias, creando mundos.

   Hoy, la mujer, escritora, madre de cinco hijas, coordinadora de talleres literarios desde hace más de 30 años, maestra, amiga, poeta; Elsa Calzetta, rinde homenaje a sus dos grandes sostenes: la luna y la palabra.

   Con Luna de siete caras, recuperó la poesía que creía haber perdido desde la partida –hace algunos años- de su amiga Mirta Itchart, con quien compartía la vida y la pasión por la escritura.

   Sin embargo, sus versos estaban vivos en alguna parte. O se estaban gestando y hallaron el modo de nacer.

   “Luna de siete caras” llegó a la orilla de sus intuiciones como arrastrado por la marea, esa que da y quita, y a veces también devuelve, como por estas horas, que le devolvió la voz, la palabra.

   Lo presentará en el Teatro Municipal el próximo miércoles 26, a las 20 (que por esas casualidades o causalidades de la vida coincide con la fecha de cumpleaños de su amiga) Estará acompañada por familiares, músicos, colegas y amigos y por la luz de la luna, proyectada sobre el escenario. La protagonista.

   El camino

   Desde los ocho años Elsa vivió con sus abuelos maternos. Su abuelo fue un pilar. Le transmitió el amor por la literatura y la historia y le regaló la posibilidad de fascinarse con una biblioteca en la que desfilaban Los Tres Mosqueteros, Rebelión en la Granja, Los Miserables y La Cabaña del tío Tom, entre otros títulos que la cautivaron.

   -El abuelo era un llorón divino. Me leía poesía y lloraba. Mi abuela le decía “¡Por favor, Armando! Vas a hacer llorar a la nena.

   Por esos años había libros no recomendados para las jovencitas porque narraban romances pecaminosos.

   -Abuelita me decía “Este libro te lo voy a dar cuando tengas edad para leerlo”. Pero yo los leía a escondidas. Cuando leí María pensé que me iba a morir llorando. Tendría 15 años.

   Su abuelo, socialista y ateo, también la llevaba a ver obras de ballet y al cine a ver películas como el Acorazado Potemkin que despertaban en la rebelde niña inquietudes y reproches: ¿Por qué su abuelo no había hecho la revolución?

   -Mi abuela era casi analfabeta. Por eso mi abuelito, todas las noches de su vida le leyó en la cama en voz alta.

   La pequeña Elsa se dormía escuchando esas historias que no alcanzaba a comprender y que luego su abuelo debía explicarle.

   A los 19 años su vida cambió con la llegada de su primera hija y luego, en los siguientes con el nacimiento de otras cuatro, fruto de dos matrimonios.

   La experiencia de la maternidad temprana y otras fuertes vivencias hicieron que fuera dejando atrás ciertas fases –como la luna- para transformarse.

   -En mi juventud tuve planteos meramente intelectuales que llevaba a la práctica de forma combativa. Hoy me acerco al mundo desde un lugar más vinculado al sentimiento, a la unidad y no desde la crítica.

   Por años, pasó momentos muy duros, en los que debió ponerse el hogar al hombro y aún con magros ingresos sacar a flote el barco para poder criar a sus hijas. Más allá del sacrificio, de las tristezas y de la presión de quien debe tomar todas las decisiones de la casa, nunca dejó de escribir. Sus hijas la recuerdan tecleando en la vieja Olivetti. La reconocen escritora y la apoyan en este camino. También la acompañan quienes asisten cada semana a sus talleres de escritura y reciben sus respetuosas sugerencias y su amor por el decir más que por la técnica.

   -Mi libro nació gracias a esta posibilidad que tengo de amarlos y de ser amada. Estoy muy agradecida.

   Amistad

   Elsa vivió en Río Negro parte de su juventud y volvió a Bahía Blanca en 1975. Se sumergió en el ambiente cultural bahiense de la mano de una amiga: Mirta Itchart. Con ella compartió más de 20 años de inspiración, de asistir a encuentros de escritores y de intercambiar poemas y escritos en papelitos. Se daban ánimo mutuo. Era su otra luna.

   Cuando Mirta partió, hace algunos años –luego de dar batalla al cáncer- en Elsa se produjo un quiebre. Algo se rompió, se desprendió y dejó de escribir.

   -Creí que ya no iba a hacerlo, que ya estaba.

   Sin embargo, un día se destrabó. Se abrió una compuerta y el agua empezó a fluir, primero borrosa y luego cristalina.

   -Fue como parir. Sentí ese alivio de dejar salir aquello que estaba gestándose adentro mío. La poesía que hoy alcanzo, breve, minúscula, es como querer pinchar con un sonido, tocar la nada.

   Lo entrego. "Ojalá alguna palabra del libro abra la grieta hacia el deseo de mirar la luna respetarla y sentir que somos parte de ella. La luna me acompañó siempre, nos acompaña siempre. Está presente en los tsunamis y en las mareas más amables. Sus siete fases tienen todas las posibilidades de amar y de odiar que tenemos también los hombres", expresó.

   Temor. "La espalda de la luna da a lo que no se conoce y que no sé si la luna conoce. Me da mucho miedo pensar en la nada, en esa cosa oscura que no termina nunca, lo desconocido", confesó la escritora.

   El libro. Se editó en junio pasado en el taller de la Cooperativa El Zócalo Ltda. La fotografía de tapa es de Claudio Molfino y el diseño es de Marisa Nuñez, también escritora, quien acompañó en esta gestación, con la delicada dedicación del amor. La autora agradece especialmente a Oscar Liberman, quien estuvo codo a codo, dando ánimos y compartiendo dudas y repliegues.

   Elijo una y otra vez la poesía (por Elsa Calzetta)

   Elijo una y otra vez la poesía con la esperanza de que algún poema me permita, expresar lo que vislumbro, sin poder jamás aprehenderlo. Cuando chiquita giraba sobre mí misma hasta marearme y a partir de ese momento viajaba casi sin cuerpo. Continuaba hasta caer al suelo. Era una sensación similar a volar, caer abandonada, a un abismo, o ser una burbuja girando en el espacio, entre estrellas. Al hacerlo tenía la certeza de tocar (uso este verbo intencionalmente) algo que hoy sigo buscando.

   No sé qué mueve a los científicos, ni a los místicos a acercarse al conocimiento, pero sí qué mueve a los artistas a insistir en alcanzar lo que a las palabras se les escapa. La escritura es un doble acto que alterna entre humildad y soberbia.

   Simultáneamente sabemos que sólo vislumbramos un mundo intangible, inalcanzable, negado. Y movidos por la soberbia nos auto convencemos que esta vez, que en este poema, cuando la luna llegue al cenit alcanzaremos lo que buscamos. No tenemos sospecha acerca de qué podemos descubrir.

   Escribimos, en un gesto desesperado, para conocernos y al encontrarnos con nuestro interior, responder las preguntas que la humanidad se hace desde el comienzo de los tiempos. En esto hay una conjunción que enlaza a la ciencia, la filosofía, el misticismo con el arte.

   El lenguaje es un impedimento y a la vez la única materia de que dispone el poeta, de ahí el desaliento que nunca mata completamente a la esperanza, de que algún poema, alguna vez, ofrezca la respuesta a todas las preguntas.