Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Comunicados por la madera

En su taller ubicado en Undiano al 400, Celso Biondo enseña tallado. Uno de sus alumnos llegó para olvidarse de la depresión tras la muerte de su esposa.
Alfredo sale de la depresión de la mano de Celso. (Fotos: Pablo Presti-La Nueva.)

Maximiliano Palou

mpalou@lanueva.com

Son los 90 en Trelew. Entel dejó de ser Entel y pasó a ser Telefónica.

Celso termina su turno a la hora de la siesta en la oficina y se encamina al taller de tallado que descubrió su mujer Marta.

—Ella vio que eran trabajos hermosos. Y me dijo “no es para mí”.

Se ve que eran para Celso. Más de 20 años después Celso Biondo da clases de tallado en madera en su casa.

Celso nació en Médanos hace 66 años. Trabajó en la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel) en su pueblo. Después lo mandaron a Trelew.

-Cuando me dieron el retiro me vine a Bahía, en el 2008, y pensé en hacer lo que me gustaba.

Lo que le gustaba era el tallado en madera que aprendió en Chubut. Empezó a dar clases y hasta se construyó un taller en la parte de arriba de su casa.

A la tarde los alumnos van pasando. Celso corrige, aconseja, ayuda...

-En Trelew aprendí las bases, pero el tema es que no hay mucha bibliografía.

Abajo Marta ceba mate y convida “su” torta de mandarina entre varias esculturas: la que llama la atención es esa repleta de animales de la Patagonia.

-Se me ocurrió -dice con simpleza Celso. Como si tallar fuera tan fácil.

-¿Qué me diría para la primera clase Celso?

-Hablaríamos un poco de la historia del tallado y después ya a trabajar. Lo primero es hacer relieves: olas, un sol, montañas... trabajar en distintos planos. Después puede venir lo que se llama trabajar en volumen.

Se apasiona y dice que hay que tener las 2 manos ocupadas para evitar accidentes.

Y resalta:

-Lo principal es venir con ganas.

Uno de los alumnos es Alfredo Tancredi. Tiene 86 años y se crió en el barrio Pacífico. Fue empleado de Iuale. Hacía tapas de frascos y de botellas con la fresa. Llegó a tener 60 personas a su cargo.

—Vengo para fijar la mente en algo y estar en ocupado. Es mi manera de esquivar a la depresión antes de tomarme una pastilla.

Alfredo perdió a su mujer. Y a la voluntad.

—Se me cortó el motivo de vivir... Y todas esas cosas.

Antes ya había sufrido otro dolor. Grande.

—Mi hija murió a los 20 años. Luchamos 4 años hasta que no se pudo hacer más nada. Mi señora no lo pudo superar y cayó en manos del psiquiatra.

Alfredo empezó a ver mejor su mundo.

—Tengo a mi hijo y 2 nietas... Es bastante, mucho. A veces la misma depresión no deja apreciar lo que uno tiene. A veces me pregunto ¿Alfredo que te falta?

—¿Y qué le falta Alfredo?

—Yo mismo no sé que contestarme.

Sigue los consejos de su psiquiatra: “A la mañana levantante y salí”.

—Cuando vengo acá ni tomo el Revotril. Me gustaría dejarlo para siempre.

Mientras le da forma a un cóndor, Alfredo no detiene su relato.

-Esto me atrae. Cuando vengo acá me olvido de todo.

Celso se siente bien.

—Es una alegría poder ayudar a la gente y saber que le sirve para mejorar su salud.

—¿Qué le dijo Alfredo cuando vino al taller?

—Que estaba deprimido y que quería encontrar algo que lo motive. Al principio ni hablaba. Ahora se lo ve alegre y hasta me llama en la semana para ver que más puede hacer.

Aprovechando el ambiente relajado en el taller de calle Undiano...

—¿Es fácil, Celso?

-Repito: hay que venir con ganas. Y la madera te va llevando.

Dice que el año pasado tuvo una alumna de 11 años y “llegué a tener un nene de 6”.

-¿Cómo le pone precio a sus obras?

-Ja. Por los materiales, el tiempo... Pero por ahí el precio se va arriba, ja, ja, ja. En realidad lo que vale una obra es lo que te puede pagar el que la quiere comprar.

Dice que a los extranjeros se les puede pedir un poco más.

-En Esquel una vez me pagaron con maderas. Fue el dueño de un hotel. Me las dio y me dijo: “¿Cuando puedas me haces un indio?”. Me volví con el coche lleno de maderas.

-¿Y el indio?

-Lo puso en su cabaña.