Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Juan Terranova: “El amor solo no existe, siempre viene adjetivado”

Juan Terranova presenta su libro, El amor cruel, en el que resume experiencias a partir de lo cotidiano.
Juan Terranova.

Dolores Pruneda Paz

Agencia Télam

El amor cruel es el nuevo libro de Juan Terranova: doce cuentos escritos en los últimos diez años a partir de su cotidianeidad, de lo que leyó en diarios y de otros escritores en Internet, de charlas con amigos e intercambios de mails; un inventario del amor en algunas de sus formas.

Estos cuentos forman una cartografía pop y sentimental de Buenos Aires. El amor al que se refiere en los textos parece ser, ante todo, un amor a la juventud, a la iconografí­a que representa o delinea esos años y, por elevación, a la vida urbana y suburbana de su aprendizaje amoroso.

“Lavalle y Pellegrini, por ejemplo, me emociona. Me da la sensación de estar en un estuario, o en la entrada de un delta. Como si fuera la desembocadura del Río de la Plata. El agua trayendo la humedad y su sabiduría mundana, como si todo se estuviera pudriendo con mil camalotes flotando en la corriente de barro”, escribe en El proyeccionista.

La belleza parece otra clave en ellos: una belleza muy años noventa, que no sólo parece venir de un beato de los cómics y filmes Sci-Fi clase B, sino de un melómano que devoró sonidos entre fines de los 80 y principios de 2000.

“La atmósfera estará sucia, comunicarse por radio será imposible, ni las imágenes ni el sonido podrán viajar por el aire de Marte”, escribe en El señor de la Electricidad.

--¿Por qué el tí­tulo?

---Porque el amor solo no existe, siempre viene adjetivado. Y adjetivar el amor es una de las principales actividades de un escritor que quiere contar historias. El amor incompleto, el amor inestable, el amor animal, el amor simple, el amor irredento, el amor expandido, el amor que se muerde a sí­ mismo como una serpiente se muerde la cola.

--¿Con qué criterio seleccionaste los cuentos?

--El criterio que me impuse fue de "historias que podrí­a contarle a una mujer desnuda con formación terciaria o universitaria en la cama de un hotel del conurbano bonaerense."

--¿La mirada desencantada que atraviesa cuentos como "Hablame de lagartos" está relacionada con una educación sentimental transcurrida en los 90?

--No creo que sea una mirada cí­nica, sí­ irónica. Y desencantada puede ser, pero en el libro hay momentos de gran plenitud. Los 90 están en mí­, es verdad. La adolescencia te marca siempre.

--Dos cuentos escapan al tono general del libro, para narrar un amor más desinteresado: "Soy el hijo de Sue" y "Mi fin del mundo nuclear". ¿Cómo se generaron?

--Hace unos años, unos hipster españoles me pidieron un cuento sobre el tema de la madre para una antologí­a. Y me parecí­a un tema difí­cil y no iba a empezar a sondear mi edipo, grande y atrofiado. Eso me parecí­a peligroso y contraproducente. Así­ que me robé un procedimiento, el de la vida doméstica del superhéroe, se lo robé a un escritor español, Matí­as Candeira. La otra historia, la del programador japonés, surgió cuando me pidieron una crónica sobre el desastre nuclear de Fukushima. Dije que la idea de viajar a Japón para escribirla me encantaba y me respondieron que tení­a que hacerla por Internet. Así­ que mandé ese relato y se publicó. Fue una serie de equí­vocos muy rara.