Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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El velero argentino que disfruta de la Libertad

El buque escuela zarpó hace dos meses de Buenos Aires y pasó por Estados Unidos. Este año tiene una tripulación de 117 guardiamarinas, luego de que en 2015 no pudieron viajar. De nuestra corresponsal en Nueva York
La imponencia de la Fragata Libertad aparece en toda su dimensión, con sus tripulantes cumpliendo diferentes funciones.

A casi dos meses de zarpar desde Buenos Aires, la fragata “Libertad” tocó puerto en Nueva York. Se trató de la cuarta escala en el 45º viaje de instrucción del buque escuela argentino, que ya ha pasado por Recife, Baltimore y Norfolk. Fue también su última parada en continente americano.

Su regreso a la ciudad tras siete años de ausencia es significativo: aquí tiene su sede la gestora de fondos de riesgo Elliott Management, cuya filial NML logró que la justicia ghanesa embargara la fragata entre el 2 de octubre y el 18 de diciembre de 2012 por incumplimiento de pago de deuda; aquí también reside el juez federal Thomas Griesa, que ese mismo año falló a favor del pago a NML y otros holdouts, y que en mayo de 2014 rechazó una cautelar contra posibles nuevos embargos a la Argentina.

Hoy todo eso ha quedado atrás. El buque navega el mundo con la libertad que su nombre le merece, suscitando orgullo tanto en quienes lo tripulan como en quienes lo visitan. El Teniente de Navío Sebastián Eduardo Bett, a cargo de las relaciones públicas, lo considera un hito en su carrera dentro de la Armada. Así también lo viven los guardiamarinas a bordo, cuya promoción al rango de oficiales tras cuatro años de estudio en la Escuela Naval depende de su desempeño durante el viaje.

“Uno lo espera desde que entra en primer año”, asegura el Guardiamarina en Comisión Ignacio Maldacena, quien ingresó porque buscaba una carrera “emocionante”.

Sortear con éxito la travesía implica cumplir con una serie de requisitos teóricos y prácticos. Dado que este año hay una dotación de 117 guardiamarinas (la camada del año pasado no pudo viajar), se han compuesto dos brigadas. Mientras una cursa clases en Derecho Marítimo Internacional, Reglamentación y Administración de Secretarías o Navegación, la otra ocupa guardias y cargos en las áreas de comunicaciones, máquinas y servicios, entre otras. Así, cada alumno rota entre funciones y adquiere una visión completa del manejo de la fragata.

El mayor desafío hasta el momento ha sido, al menos para Maldacena, “el estar de guardia y tomar decisiones que puedan afectar el destino del buque” y, ya en lo personal, el estar lejos de los afectos durante tantos meses; sobre todo en altamar, donde no hay Internet sino un teléfono satelital que permite enviar y recibir emails sólo en ciertos días de la semana.

La experiencia, no obstante, lo vale: “no hay cosa más linda que estar en medio del océano y ver el cielo estrellado de noche, o todas las velas desplegadas. Navegar sólo a vela -algo que se hace cada tanto, cuando hay viento y para ahorrar combustible- es lo más marinero que hay”.

Pero la instrucción técnica de los guardiamarinas en comisión no agota los fines educativos del viaje: también se espera que los jóvenes visiten los puertos en los que atracan para “acrecentar su acervo cultural” a partir de la “diversidad de cada uno de los pueblos” por los que pasan, explica Bett. En Nueva York, Maldacena eligió clásicos como el Central Park y el Empire State; agrega que “ver la Estatua de la Libertad cuando entramos fue algo impagable”.

La llegada a puerto de la fragata también da cabida a su papel de embajadora de buena voluntad. La idea es fomentar el intercambio cultural entre la Argentina y el mundo, objetivo que se logra a partir de la visita tanto de autoridades diplomáticas como de turistas.

“Nueva York en particular es una ciudad bastante cosmopolita --dice Bett-- así que hemos tenido visitantes de todo tipo de nacionalidad”.

Entre los extranjeros, Kirk Dahl, de Wisconsin, descubrió el buque gracias al Museo del portaviones Intrepid.

“Durante años había oído hablar del Intrepid y quería visitarlo; luego vi que había (la Fragata Libertad) atracado justo al lado, en el muelle 86”. A Dahl siempre le ha interesado lo marítimo; alguna vez fue dueño de un velero y un par de barcos a motor, además de haber cruzado el Atlántico en un carguero. Aún así, lo han impresionado el largo de la fragata y la altura de sus mástiles. Es que, incluyendo el bauprés, este “velero de mástiles altos” mide 103,75 metros, lo que lo convierte en el sexto más largo del mundo.

La primer visita de Josefina Grullón, a diferencia de la de Dahl, no fue casual: la dominicana residente en Nueva York fue invitada a bordo por Inés Segarra --funcionaria del área de Turismo del Consulado Argentino en Nueva York-- como parte de un grupo de agentes locales de viaje. La idea es que esta visita impulse la promoción de nuestro país como destino turístico en los Estados Unidos y Canadá, aunque Grullón asegura que “ya conozco bien la Argentina y la vendo mucho”.

Segarra explica que el grupo de agentes de viaje es sólo uno de tres convocados por el consulado. El segundo es un contingente de estudiantes de la Marina Mercantil de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY) y el tercero, la comunidad argentina en general.

De hecho, gran parte de quienes visitan la fragata son argentinos. Alberto “Beto” Pérez, por ejemplo, ya la ha recorrido en nuestro país. Es por eso que la reconoció de lejos mientras caminaba bordeando el Hudson, y también por eso que ahora prefiere relajarse en el deck antes que participar del tour que ofrece un guardiamarina en impecable inglés. De todos modos, dice, “me hice una escapadita para verla” porque la considera “un ícono de nuestra amada Argentina”.

No es el único; ni tampoco el único habitué. Esta es la cuarta visita de Nino y Liliana Del Core, que hace treinta años viven en el estado de Nueva York. “Tratamos de venir cada vez que viene”, dice Liliana, “porque es un pedacito nuestro”. Nino explica: “Eso lo aprendí cuando era chico, al visitar junto a mi padre la fragata misilística de la marina italiana “San Giorgio” en su paso por Buenos Aires. Mi papá había combatido en la Segunda Guerra Mundial con el ejército italiano y emigrado a la Argentina a su finalización; antes de subir al barco le dijo al marino que estaba apostado en el puente, “pido permiso para entrar en un pedacito de mi país”. Para Nino y Liliana, la “Libertad” es eso: un breve regreso a la patria tras décadas en Nueva York, donde -se lamentan- aún se sienten extranjeros.

“Es un muestrario de lo que somos, de la Argentina federal”, agrega Nino en referencia a los guardiamarinas, que provienen de todas partes del país. “Da gusto ver chicos tan educados, porque la gente puede tener sus estereotipos sobre la Argentina, creados por lo que ve en películas o noticieros o lo que fuere, pero esto es la realidad también; la realidad positiva. Somos una gran nación”, concluye.

Una particular historia

Varios tripulantes de la fragata hablan de la Armada como de un sueño que se remonta a la infancia. Para al menos uno de los actuales cadetes, no obstante, la historia es algo más intrincada.

El joven cuenta que terminó el secundario sin deseos de estudiar y trabajó durante años en una estación de servicio, hasta que empezó a repensar su decisión: extrañaba el desafío intelectual y le pesaba la rutina.

Poco después recibió una visita inédita en su lugar de empleo --la de un oficial de la Marina--, a quien le cargó nafta entre tímido y curioso; quiso saber el porqué de su buen porte y uniforme, pero no se atrevió a preguntarle.

Por fortuna, el oficial volvió más de una vez y el joven se aseguró de ser siempre quien lo atendiera. Un buen día, se animó a entablar conversación con él. Así aprendió sobre la vida en la Armada y supo que quería postularse a la Escuela Naval.

Su inquietud: faltaban pocas semanas para el examen de ingreso y hacía mucho que él había dejado la academia. Algún otro, en su lugar, se habría rendido o al menos esperado al año siguiente, pero él no podía esperar: tenía la edad límite de ingreso a la carrera.

Decidido a reencauzar su vida, invirtió sus ahorros en tutores que lo prepararan para cada una de las materias a rendir. Cinco años más tarde, ya no es playero sino guardiamarina en comisión y candidato a oficial.