Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Laureano: el lustre de más de tres lustros

Hijo de una mapuche, nació en Chubut. Tiene 67 años y los últimos 17 se los ganó lustrando zapatos.
El final de una larga historia a los pies de los bahienses. Laureano Sea se jubiló y regresó a Trelew.

Ricardo Aure / haure@lanueva.com

Cuando un amigo se va...

Por estos días hay un espacio vacío en la esquina de Colón y Chiclana, es el que dejó Laureano Sea, el lustrabotas que lo ocupó por 17 años cuando llegó desde Trelew en busca de un trabajo, y a la ciudad que ahora regresa después de jubilarse.

“La verdad es que me encariñé mucho con Bahía, y especialmente con su gente. He sido muy bien tratado. Comprobé que no es cierto eso de que es muy apática”, comenta mientras, por última vez, camina por calle Blandengues con el cajoncito en la mano derecha, el banquito en la izquierda y la mirada en el tiempo pasado.

Hijo de una mapuche, Laureano nació en 1947 en Gan Gan, una pequeña comunidad rural de la precordillera del Chubut. A los 14 años, analfabeto, lo recibió una familia de Trelew. Fue durante el Servicio Militar en el Grupo de Artillería 9, con asiento en Colonia Sarmiento, donde aprendió a leer y escribir. “Sobre la evolución de las especies”, de Charles Darwin, es uno de los libros que más lo apasionó. También se entusiasma con la oceanografía, la geología y la historia antigua, en particular la griega.

Corría 1982 cuando fue despedido de una fábrica textil que funcionaba en Trelew. Después, por 12 años, junto a un amigo bahiense, José Luis, vendió rifas por toda la provincia del Chubut. A los 47 años decidió probar suerte en Bahía. Aquí fue empleado por media jornada en Arias Hermanos y dedicó las tardes a lustrar. Primero vivió en una pensión de calle Caronti y luego en una de 19 de Mayo. Finalmente pudo alquilar un pequeño departamento en Blandegues 195.

“El trabajo en la concesionaria se achicó con la importación de autos brasileños y tuve que dedicarme solo a lustrar. Con el desastre económico de 2001 agregué la reparación de zapatos, siempre en la calle. Así me gané la vida. Unos días con unos cuantos pesos y otros con apenas monedas. Conocí a mucha gente, sobre todo a jueces y personal del Poder Judicial, los clientes más constantes. También a periodistas como José Román Cachero y futbolistas como Tombolini, que fue arquero de Olimpo”.

Durante ocho horas, por lo menos, cada día Laureano Sea fue un cotidiano protagonista del centro. ¿Por qué se va? Porque en Trelew lo esperan sus cuatro hijos, cinco nietos y un bisnieto. Y después de poco más de tres lustros deja miles y miles de zapatos bri-llan-te-men-te lustrados.