Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

William Irish, maestro de la literatura de suspenso

Si escribir un cuento es un arte, el escritor de cuentos tendrá que ser un gran artista. Nosotros, que desde hace años mil nos hemos sentido subyugados por el cuento en general y por el policíaco en particular debido a nuestra especialización en el tema --y que incluso hemos publicado algunos de nuestra propia cosecha en periódicos y revistas-- reconocemos la dificultad que entraña tal modalidad. A través de los siglos, los mejores escritores del mundo nos han dado muestras sobradas de su talento como cuentistas. Pero ¿qué cualidades han de predominar para que un cuento prenda la atención del lector, de forma y modo que no se sienta defraudado?


 Si escribir un cuento es un arte, el escritor de cuentos tendrá que ser un gran artista. Nosotros, que desde hace años mil nos hemos sentido subyugados por el cuento en general y por el policíaco en particular debido a nuestra especialización en el tema --y que incluso hemos publicado algunos de nuestra propia cosecha en periódicos y revistas-- reconocemos la dificultad que entraña tal modalidad. A través de los siglos, los mejores escritores del mundo nos han dado muestras sobradas de su talento como cuentistas. Pero ¿qué cualidades han de predominar para que un cuento prenda la atención del lector, de forma y modo que no se sienta defraudado?


 Si el planteamiento es bueno y el desenlace sorpresivo estaremos no sólo ante un buen cuento, sino ante un cuento excelente. Ejemplos hay a carretadas, pero no es este el momento de explayarnos sobre el tema ni disponemos de espacio para ello.


 El cuento policíaco, pues, es, para nosotros, el que más se acerca a estos cánones, y, dentro de lo policíaco, elegiríamos el apartado del suspenso o suspense, vocablo anglosajón equivalente a incertidumbre y ansiedad. Pero ¿qué autor encaja mejor en esta definición? Para nosotros no existe nadie con más méritos que William Irish, de auténtico nombre Cornell Woolrich (1903-1968), indiscutible maestro en este campo.


 "Más que un escritor puramente policíaco al viejo estilo --manifiesta Ross Pynn--, se trata de un malabarista del suspenso". La mayoría de los cuentos de Woolrich-Irish basan su fuerza en la incertidumbre, la ansiedad y en ocasiones su buena dosis de angustia.


 "Tiene el arte de conducir al lector --seguimos con Ross Pynn-- a través de un laberinto de dudas y amenazas inminentes que nos destrozan los nervios".


 Entre los muchos títulos recogidos en volumen o publicados sueltos o en diversas Antologías, hay auténticas joyas. Sin embargo, a nuestro entender, sobre todo en las novelas, se excede en el lenguaje. Domeña la palabra, sí, y a la par es esclavo de ella. Literato antes que otra cosa, su estilo es brillante, pero no escueto. La morosidad es consubstancial en él, porque parece emborracharse de su fácil inspiración, y entonces utiliza un lenguaje recargado, profuso, bello incluso, pero barroco, por no decir retórico.


 De ahí que nuestro autor alcance sus mejores logros en el relato breve. "Entre los autores de narraciones policíacas --ha escrito M. B. Eudrebe--, el mejor desde G. K. Chesterton es, sin lugar a dudas, William Irish".


 Chesterton, efectivamente, fue asimismo un excelente cuentista. Sólo que su fuerte era la paradoja, mientras que en Irish predomina la angustia, la incertidumbre, la ansiedad, por lo que la parcela del cuento parece más errónea que la de la novela larga para alcanzar su objetivo de que esa angustia, esa incertidumbre y esa ansiedad no se diluyan.


 "Irish es, ante todo --opina Fereydoun Hoveyda--, un autor de narraciones cortas; sus novelas parecen más bien relatos estirados". Puede que los profundos estudios psicológicos a que somete a sus personajes y las descripciones de los paisajes urbanos --en El plazo expira al amanecer, la noche de Nueva York y el reloj de la Paramount tienen una influencia enorme en el ánimo de la protagonista-- no sean sencillos de lograr escatimando medios verbales y acaso esta sea la razón de que se apoye excesivamente en un estilo recamado más propio para ofuscar que para convencer.


 "Supo concebir temas que deslumbran por su ingenio leído a la media luz de la tarde --ha dejado dicho Julian Symons--, pero que, al llegar la mañana, hallamos artificiosos".


 Artificioso o no, Woolrich-Irish es el más original de cuantos cuentistas abordaron el género criminal en su época. Muchos de sus contemporáneos acusan ciertas influencias de quienes les precedieron. Irish, no; él es él y nadie más. Para nosotros, se trata del verdadero creador del suspenso. Y aunque así no fuera, al menos cultiva el género mejor que nadie.


 En numerosas ocasiones se permite el lujo de sugerirnos una solución que se nos antoja verosímil, para luego ofrecernos otra no menos plausible, pero más sorprendente. En su propósito de mantenernos siempre en vilo, quizá se corresponda, cada uno en su campo, con Alfred Hitchcock.


 A ninguno de los dos ni el más exigente de sus lectores o de sus espectadores podrá negarles un talento fuera de lo común, una recia personalidad y una gran maestría, puestos siempre al servicio del arte al que se dedicaron con prodigalidad y sin desmayo hasta que la muerte puso punto final a su tarea.


 Por la mañana, a mediodía y por la tarde, esto es, a cualquier hora, los cuentos de William Irish, al menos una inmensa mayoría de ellos, se nos antojan auténticas filigranas. No en vano se le considera "el Poe del siglo XX y el poeta de sus sombras".

Antonio González Morales/Especial para "La Nueva Provincia"

Enrique Oliva: una clarinada de fe






 Como el añorante Enrico, de Edmundo d'Amicis en "Corazón", el mendocino Enrique Oliva atrapa al lector en La vida cotidiana. Periodista de esa especificidad tan riesgosa como la política internacional, nos juntamos y a veces confraternizamos en torno de alguna campaña en puerta: que el Congo o Afganistán, que Chechenia, que un Irak antes o sin Saddam...


 Por no referirnos a la paciencia, el bostezo, el apartarse un ratito de los grandes discursos en Ginebra y otros ámbitos, a veces en la parisina Rue de Grégoire de Tours cerca de la Catedral de Nôtre-Dame, tan próxima a todo con un poco de remanente romanticismo, echando de menos a los seres distantes.


 Todo eso ya pasó y es la hora y el impulso de echarse más hacia atrás, admitiendo que la carrera tocaría por fin al arrullo de la familia, a la reminiscencia viva o memorial de algunos ex colegas y camaradas de riesgos.


 Motivos todos de comentarios en la confitería aledaña a la Academia Nacional de Periodismo o en su ruta, siempre en miércoles y con seres amables de tersa custodia: que Bernardo Ezequiel Koremblit, que Landrú, que Napoleón Cabrera, que Cora Cané, que Ulises Barrera, que José María Castiñeiras de Dios...


 Los hay más, muchos y nobles, tantos cuanto las luces y las sombras de niñez y adolescencia y presunta madurez instando a la evocación acrítica, y a la confirmación de un legado que repara de los inviernos ya en puerta.


 Enrique perfila en La vida cotidiana la formación de un argentino retoño de andaluces, y de las fructíferas Chacras de Coria por añadidura. A sus cinco años el primer terremoto, una suerte de readelanto del Apocalipsis donde sucumben con sus apellidos familias coloniales y peones sin data.


 Trascartón: escuelas, comité de la dinastía gubernamental, Lencinas de luto por su Gauchito masacrado desde la metrópoli del Plata, el bandolero Juan Bautista Vairoleto, los inmigrantes, los arrieros y todo un collar de álamos.


 Sin embargo, al autor no lo sacuden ni amilanan temblores de la vida, porque el recuerdo es actualidad lanza en ristre, escudo contra la ingratitud.


 En las páginas que prologa la erudita Laura San Martino de Dromi aparecen atletas del espíritu como Antoine de Saint-Exupéry (no en vano Enrique un buen día atravesó los Andes en una avioneta, con la seguridad que sólo imprimen los años mozos), amén de Martin Heidegger y hasta el seráfico Juan Pablo II.
Es así como la complexión humana e intelectual de Enrique encuentra su enmarque plurifacético y principista, en sus no por ello menos divertidos y didácticos apartados (ya no rutinariamente capítulos) de La vida cotidiana, que continúa siendo un cuadro de valores, una clarinada de fe.

Nota: "La vida cotidiana" fue presentada en la Biblioteca Nacional el pasado 31 de julio, 59 aniversario del trágico fallecimiento de Antoine de Saint-Exupéry.

Martín Allica/"La Nueva Provincia"

Juan Facundo Quiroga (Elegía para su muerte)

Barranca Yaco, 16 de febrero de 1835

En esta tarde de cuchillos y de olvido,
estoy pensando en ti, Don Juan Facundo,
en lo alto de la muerte y en el camino estrecho de la sombra.

Todavía no comprendo tu muerte y yo estoy solo en este lugar,
en esta planicie donde venían las aguas. Hoy, tu tierra está cubierta de penas y largas soledades,
y el sol no entra por la espesura que tiene el olvido.
Algunos te recuerdan y te nombran. La partida es de otros y Barranca Yaco entra como la noche hasta mi piel.

Algunos hombres avanzan hacia el norte, se detienen y ensayan para saber cómo matarte. ¡Es la entrada al olvido!

Pero tú, hermoso General Quiroga, llegas con la majestad de tu barba y tus cabellos y vienes precisamente a ver el lugar que te espera.

Tú no sabes de la traición, y por eso llegaste desnudo a enfrentarte con el destino. Cerca del mediodía se escucha el galopar de los caballos tirando una carreta. ¡El instante es supremo!

En los alrededores, la muerte se colma de una angustia precisa cuando sale la bala y Juan Facundo Quiroga cae sobre la tierra que tanto ha pisado y querido con un golpe en los cabellos y un puntazo de cuchillo que llega hasta su cuerpo.

A ti que has vivido en otro tiempo y tantos días sólo te queda estar tirado, con un amigo, sin nadie,
sin vientos siquiera, mientras la lluvia lava la sangre confundida con el destino.

Aquí la muerte ha vencido las barreras de la Argentina,
y la galera tomó también el camino del luto entre ciénagas y lanzas. Tu poncho también es de algunas manos bárbaras.

Después que te matan llega la banalidad para enterrarte con pompa y la angustia metida en él,
como un llanto.

El viento de La Rioja llega ornando el día y la pampa está metida en él,
como un llanto.

La culpa, el sitio y el tiempo pronunciarán tu nombre,
Don Juan Facundo Quiroga, en ese misterioso día donde tu cabeza descubierta y sin miedo se alzará por este suelo de la Argentina:

¡No es total el olvido!

Héctor Dante Cincotta

Identifican al autor de "El Lazarillo de Tormes"

















































 "El Lazarillo de Tormes", la obra cumbre de la picaresca española, fue escrito por Alfonso de Valdés, el secretario de cartas latinas del rey Carlos V, según la catedrática de Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona Rosa Navarro.


 La investigadora, que ha dedicado los tres últimos años a investigar el misterio de la autoría de El Lazarillo de Tormes, que hasta ahora se había considerado anónima, divulgó un comunicado en el que explica su hallazgo literario.


 Las dos ediciones más antiguas que se conservan de El Lazarillo son de 1554, editadas en Burgos y Medina del Campo y ambas proceden de una anterior, que a la vez procede del original que fue editado fuera de España --seguramente en Italia-- después de la muerte del autor, en 1532.


 Navarro asegura que inició su investigación al darse cuenta de que faltaba una página en el prólogo de la obra, en la que el autor explicaría el argumento y la intención de la obra y presentaría al personaje protagonista, Lázaro, "instrumento de una aguda crítica de origen erasmista a la corte y la Iglesia".


 El marco temporal escogido para narrar la historia --entre la derrota de Gelves (1510) de Fernando el Católico y la entrada de Carlos V en Toledo, en 1525-- es otra evidencia que apoya la argumentación de Navarro.


 Según la investigadora, "sólo un fiel e inteligente cortesano como Valdés podría haber escogido con tanta finura el momento que cierra la evocación de Lázaro".


 Navarro tiene en cuenta también que las otras obras conocidas de Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, Diálogo de Lactancio y un Arcediano y Diálogo de Mercurio y Carón, fueron atribuidas a su hermano Juan hasta finales del siglo XIX y principios del XX. El mismo Juan de Valdés se tuvo que exiliar a Italia, perseguido por la Inquisición, después de la publicación de su Diálogo de doctrina cristiana, en 1529.


 "Por tanto --afirma Navarro--, no es extraño que el "El Lazarillo" viviera oculto tantos años. Sólo la mutilación de su texto oscureció algo su sentido y permitió que saliera a la luz en España a principios de los años cincuenta del siglo XVI, pero la Inquisición acabó prohibiéndolo en 1559".


 La profesora Navarro realizará durante este verano diversas conferencias en universidades españolas para dar a conocer los resultados de su investigación.


 Los alumnos de su asignatura han creado en Internet la página elazarillo.net para difundir el descubrimiento y crear un espacio de debate que recoja opiniones y publicaciones relacionadas. EFE