Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Vivir con la muerte en la cabeza

La situación traumática que viven familias como Ferro Moreno, que debió enfrentarse en su casa con un delincuente armado, no termina con el hecho delictivo.

Juan Pablo Gorbal / jgorbal@lanueva.com

   La noticia, el lunes, nos impactó a todos. Una muerte en situación violenta siempre impacta. Y que haya sido un delincuente, durante una entradera y con una familia resistiendo el robo, tiene otro cariz. A cualquiera le puede pasar. De un segundo a otro te cambia la vida.

   Pero el impacto del lunes se nos pasó a casi todos, menos a los Ferro Moreno. "El recuerdo de esa noche nos va a perseguir por siempre, porque no tiene arreglo", reconocía Norma Arbilla, una de las víctimas, mediante una carta.

   ¿De qué manera puede una familia convivir con ese trauma?, ¿es posible superarlo?

   En Bahía Blanca, al menos en los últimos 20 años, hubo cuatro casos similares al frustrado robo en la vivienda de Blandengues y Bolivia.

   Todos sucedieron en comercios y terminaron sin carga penal para los damnificados: se produjeron en legítima defensa, como se supone que fue baleado mortalmente Leandro Agustín Merloz, al filo de la medianoche del domingo pasado.

   El 28 de enero de 2000, el farmacéutico Armando Fabio Hernández se defendió de un asaltante armado que ingresó en su local de Sixto Laspiur y Adrián Veres. Con disparos de Mágnum 357 repelió el ataque armado. El ladrón, Sergio García (26), con fuertes antecedentes, murió. Hernández fue herido gravemente, pero se recuperó después de pasar 14 días internado.

   El 1 de octubre de 2005, Pablo Coronel y Ernesto Macaya entraron con fines de robo en la despensa de Pedro Magnelli, ubicada en Cacique Venancio 1747. El comerciante se resistió y, en medio del enfrentamiento, Macaya fue ultimado. Los peritos determinaron que el tiro que terminó con la vida del joven había partido del arma de su cómplice -y también primo-, a quien condenaron a 12 años de prisión.

   El 21 de diciembre de 2006, otro robo con armas terminó de la peor manera. En la heladería Vito, de Necochea 526, Juan Abraham Caro se presentó a punta de pistola, sin contar que entre los clientes estaba el sargento Hugo Rubén Cabral. El policía dio la voz de alto, pero recibió un disparo en el rostro. En esa acción se defendió y ultimó al delincuente.

   La noche del 8 de junio de 2007 se produjo el último caso recordado de legítima defensa con saldo fatal. Sucedió en la pollería de Eduardo González 710, casi avenida Alem. Dos ladrones redujeron a la empleada Luciana León, entonces de 21 años, y a una amiga y sustrajeron dinero de la caja y los celulares. Cuando escapaban, uno se quiso llevar la moto de Luciana y la joven tomó un cuchillo de su trabajo y enfrentó a los asaltantes: Juan Manuel Molina, uno de ellos, murió y el otro logró escapar, aunque fue herido.

"Que no se crean que son culpables ni algo por el estilo"

   Pedro Magnelli hoy tiene 78 años. Y pese a quiere vender su almacén del barrio Don Bosco, lo sigue atendiendo, a más de 12 años del incidente.

   "Lo vendo no por la inseguridad sino porque llevamos más de 30 años y con mi señora estamos cansados. Desde ese día, gracias a Dios, no nos asaltaron nunca más", asegura.

   La situación fue claramente traumática para él y su familia. Su hijo, entonces de poco más de 20 años, estaba en el negocio aquella noche del frustrado asalto. "No recibimos atención psicológica, lo fuimos sobrellevando, aunque mis hijos sufrieron mucho", advierte.

   Armarse de paciencia les aconsejó a los Ferro Moreno.

   "El tiempo ayuda mucho, hay que tener paciencia, ir de a poco. Tienen que saber que los van a llamar muchas veces de la fiscalía, que les van a preguntar siempre lo mismo, parece que los delincuentes fuéramos nosotros. Nos hacían ir constantemente, cerrar el negocio, hasta que un día me cansé y se los dije. Que no crean culpables ni algo por el estilo. Ellos, como nosotros, defendieron lo que es de uno. Nos pasamos la vida laburando para que, en 2 minutos, te saquen lo que ganaste en un año. Tienen que seguir con la vida porque sino ganan 'los otros'", opina Pedro desde la experiencia personal.

Estrés postraumático: especial atención en los cambios de conductas 

   Las familias de los delincuentes vivían a unas 10 cuadras de su despensa. "Amenazas sufrimos varias veces, especialmente mientras estaba el juicio (a Coronel) y también en una oportunidad, cuando hacían la presentación de los midgets en el Parque de Mayo, me encontré con un familiar de ellos y me amenazó. Lo volví a ver al fiscal (Gustavo) Zorzano y lo denuncié, pero no me molestaron nunca más", recuerda.

   Pedro siempre tuvo armas, desde chico, cuando iba a cazar con su padre. "Están declaradas, son de caza, rifles a cartucho, no las tengo por otra razón", explica.   ¿Volvería a actuar de la misma manera?, se le pregunta.

   "No sé, depende del momento", responde.

“Pasaron más de 10 años y las piernas aún me tiemblan”

   La que tampoco la pasó nada bien fue Luciana, la empleada de la pollería de Villa del Parque.

   Seis meses después del enfrentamiento que tuvo con los ladrones, la justicia la sobreseyó. La jueza de Garantías Susana Calcinelli consideró que había actuado amparada en la justificante legal de legítima defensa.

   "En la emergencia, su acción resultó necesaria a fin de neutralizar la agresión ilegítima que sufrieron su 'propiedad' e 'integridad corporal'", había concluido el fiscal Gustavo Zorzano, quien llevó adelante la investigación.

   Tampoco advirtió una "disparidad escandalosa" entre la conducta defensiva de León y la acción delictiva.

   Sin embargo, la joven se tuvo que ir de Bahía. ¿Por qué? por que ya nada fue lo mismo. Intimidaciones a su familia y la imposibilidad de conseguir un nuevo trabajo. "Cada vez que me presentaba por un aviso, me decían que lo iban a analizar pero me rechazaban. Eso me jugó en contra y decidí irme", comenta hoy, desde Córdoba. 

   Primero pasó algún tiempo en el sur del país y luego se instaló definitivamente en la provincia mediterránea, donde formó pareja y tiene dos hijos pequeños.

   "Es complicado. Por más que uno quiera volver en el tiempo atrás es imposible. Hoy pasaron más de 10 años y cuando hablo del tema las piernas aún me tiemblan", asegura.

   Luciana estuvo mucho tiempo despertándose por las madrugadas, observando siluetas que no existían en los pies de la cama. Y creyendo que todo el mundo la miraba en la calle.

   "Hasta el día de hoy que no sé qué sucedió. Te sentís mal porque nadie es Dios para decir quién vive y quién no. De hecho, estando en Bahía, fui al cementerio a llevarle flores (al ladrón que ella atacó)", revela.

 "Los costos invisibles que tiene el delito"

   Luciana lamenta muchísimo lo que tuvieron que pasar los Ferro Moreno. "Seguramente la vida les va a cambiar, pero no lo tienen que ver como que mataron a alguien sino que defendieron su vida y lo que es suyo. Es difícil vivir en el mismo lugar, pero tampoco tienen que tener miedo a cambiar, a mudarse, es un desafío, pero los puede aliviar", opina.

   Preguntada si cree conveniente la ayuda psicológica, recuerda que durante los primeros 10 días de su caso le ofrecieron todo tipo de apoyo, pero después "quedás vos con tu familia y nadie más. No hay mejores psicólogos que tus hermanos", dice.

El sargento que no aguantó y se alejó de la fuerza

   "Yo le quité la vida a una persona; para mi, no soy el mejor. No quiero ser más policía porque defraudé a la fuerza". Al sargento Hugo Cabral le costó asimilar la decisión de matar para salvar su vida y la de terceros. De hecho, y pese a un ascenso, se retiró por discapacidad psicológica y hoy cobra el haber de retiro.

   Cabral vive en Punta Alta y solo una vez volvió a hablar del tema públicamente, poco días después del asalto a la heladería de Villa Soldati.

   Tuvo graves secuelas físicas, porque el disparo que recibió en la cara le perforó el maxilar inferior y le volvió a ingresar por el cuello, pero las más difíciles de sobrellevar fueron las mentales.

   "No estoy bien, porque nadie está bien después de un caso como el que sucedió", explicaba. El apoyo de sus seres queridos fue clave para tratar de sobrellevar "la experiencia más fea que he vivido en mi vida".

   El expolicía llegó a pedirle perdón a la familia de Caro "porque nadie quiere sacarle un ser querido a nadie". 

   "Quizás este chico no pensó en ese momento lo que cometió, porque iba pensando en el dinero y no en la vida de los demás", explicaba.

Se mudó 300 metros pero sigue con la farmacia

   Como Pedro Magnelli, Armando Hernández continuó al frente de su local luego de vivir -hace más de 18 años- la traumática experiencia de tener que tirotearse con un ladrón, aunque se mudó a 300 metros: hoy está en Sixto Laspiur y Coulin.

   Armando, aún en la actualidad, prefiere no hablar públicamente del caso. Siempre mantuvo un perfil bajo. Solo reconoce que fue muy duro y brusco el cambio de vida que el destino le impuso.

   Le gusta aconsejar, pero "de persona a persona". A muchos de sus clientes les transmite la experiencia y su opinión sobre la forma de actuar frente a estos hechos.

   Nunca denunció amenazas y el tiempo lo ayudó a superar el trauma, al tiempo que el trato judicial que recibió fue el correcto.

   Después de estar en condición de aprehendido, mientras se encontraba internado en el hospital, recuperó la libertad con el alta médica.

   Se le tomó declaración, continuaron los pasos procesales de rutina y recibió el sobreseimiento judicial.

   Sergio García tenía 26 años y no debía estar en libertad. Se encontraba afuera por el beneficio de la condicional, luego de purgar en la cárcel de Sierra Chica varios años de una condena por un robo en Olavarría. Por buena conducta le habían dado las salidas el 29 de octubre de 1999.