Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Mucho más que deshojar 

   ¿Quién negaría que Leucanthemum vulgare o Chysanthemum Leucanthenum, nombre complicado si los hay, pertenece a algo tan simple y tan bello como una flor?

   Si bien hay variadas especies, con diferentes colores, tamaños, en torno a tan complejo nombre, la que seguramente usted conoce es la “típica” de color blanco.

   Existen en todo el mundo, razón por la cual es difícil determinar su procedencia, lo cierto es que abundan y ¿quién no se ha lanzado a la tarea de deshojarla?

   ¿Quién no ha tomado una margarita y se ha lanzado al azaroso diagnóstico?

   “Me quiere, mucho, poquito, nada, me quiere… mucho… poquito… nada…”.

   Algo tan simple, tan lúdico y hasta tan insignificante, se convierte en lo contrario cuando se da en los vínculos, pues las relaciones humanas no son como un cálculo matemático en que, si se dedica interés, atención, cuidados y afectos, la otra parte retribuirá en igual medida.

   Se trate de la pareja o la familia, amigos o en el ámbito laboral caben las preguntas. ¿Cuál es el grado de tolerancia cuando damos todo y no se valora? ¿Cómo emprender la retirada cuando se advierte que no se es bienvenido?

   ¿Cómo te ven, te tratan? ¿Cómo estipular la propia valía? ¿Dar todo implica que no se valore nada?

   Ciertas costumbres se transforman en obligaciones al punto tal que culminan en imposiciones o “sobrentendidos”. Quien siempre da, se esfuerza, ama, trabaja con esmero, termina enredado en una tenebrosa madeja en la que no se avizora la salida y ahogado en una serie de imposiciones y exigencias implícitas. Contrariamente quien poco da, hace o se esfuerza, es recompensado y hasta coronado con la gloria.

   No ser querido, valorado o reconocido no siempre implica egoísmo por parte de los otros, en ocasiones la incapacidad para apreciar valores ajenos se fundamenta en la carencia de habilidades, falta de entrega y hasta inseguridad; a veces también se niega el valor del otro producto de la envidia.

   Sentir “en carne propia” la desvalorización suele ser muy doloroso, deja huellas profundas y ocasiona daños psicológicos. Si bien cuando se padece esta “depreciación” a nivel familiar o en la pareja hay que iniciar un trabajo arduo, resulta complejo sobrellevarlo en los ámbitos de trabajo, máxime cuando la posibilidad de cambio de lugar no está a la vista.

   ¿Cómo evitar perder tiempo y energías con quien no lo valora?

   Lo primero será evaluar cuánto tiempo se lleva estancado en dicha situación y cuánto tiempo adicional está dispuesto a otorgar. Luego será cuestión de encontrar las palabras adecuadas para expresar el desencanto, tal vez lo que parece evidente, para los otros no lo es; expresar los sentimientos siempre es sanador.

   Habrá que dirigir la mirada a uno mismo y al tiempo propio, centrado la atención en las necesidades, en personas que tal vez ubicamos en un segundo plano y en oportunidades que se dejaron pasar.

   Las tareas para quien todo lo da y no es valorado son variadas, desde fijar límites evitando así el destrato y la infravaloración hasta desaprender la creencia de que el sacrificio por los otros o por un trabajo convierte en mejor persona o más valiosa.

   Soltar y salir: soltar es también dejar de soportar humillaciones, es liberar-se de quien lastima y de quien exige permanentemente; salir de lugares y situaciones que se convierten en ambientes tóxicos y hasta denigrantes.

   Habrá que ser persistente, dialogar sin confrontar, poniendo por delante el derecho a ser respetados y valorados, en ocasiones insistir con quien no te quiere, permanecer donde no te aprecian es una forma de “tirarles margaritas a los chanchos”.