Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Comparar: construir o destruir

Es imposible deshacerse de comparaciones cuando la sociedad insta a realizarlas.

Precios, autos, marcas; tarifas y servicios; países y ciudades; escuelas y universidades, alumnos, docentes; hoteles, destinos y distancias; políticos y gobiernos; corrupción, inseguridad y bienestar; trabajos, profesiones y jefes; viviendas y barrios; bebidas y comidas; hermanos, hijos, padres, parejas y familias; heterosexuales y homosexuales; clubes y deportistas; diarios y portales de noticias; épocas, avances y retrocesos; los varones en cierta etapa, hasta sus genitales…

¡Interminable la lista!

¿Por qué nos comparamos? ¿Enemiga de la autoestima o plataforma hacia el crecimiento y la superación?

La tendencia realizar comparaciones no viene en el bagaje genético, un recién nacido vivirá en un “mundo de felicidad inconsciente” o limbo ideal por un tiempo acotado, puesto que entre el primer año y los dieciocho meses se da un acontecimiento que marcará para siempre su desarrollo.

Mi querido lector seguramente usted ya no lo recuerda, pero alrededor de los dos años se topó con un espejo, se miró y se reconoció por primera vez en la imagen que el cristal reflejó. Si estaba en compañía de sus seres queridos hasta hubo una especie de celebración, y usted con un gesto de sorpresa y con el mismo dedo índice que exploraba el mundo, tocó su propia imagen.

Concibo ese día como un segundo nacimiento o “día del descubrimiento de uno mismo”; de ahí en más todas las palabras y mensajes positivos o negativos, todos los gestos, aun las omisiones o la indiferencia de su grupo familiar y otros cercanos y significativos, fueron esculpiendo su autoestima; posteriormente parte de ese modelado caería en mano de sus educadores y compañeros de escuela.

Teniendo en cuenta las interacciones, considerando que hayan sido positivas, óptimas, afectuosas, y de acuerdo con la teoría de Sigmund Freud, usted fue creando su “yo ideal” indispensable para poseer y gozar de una muy buena autoestima para su vida presente y futura.

Sepa mi querido lector que el mundo que lo rodeaba, constituido por personas, objetos y lugares se convirtieron en los semejantes y diferentes, en parecidos o distintos. Esos nuevos espejos constituyeron, a partir de ese momento el mundo de comparaciones, de confrontaciones y similitudes.

Espejos y cristales que se multiplicaron en la adolescencia con grupos de amigos y otros modelos sociales continuaron aportándole información sobre su identidad y hasta su destino; si el cristal reflejó información negativa seguramente su identidad se vio resquebrajada.

¡Vamos! ¡Piense conmigo! Recuerde las comparaciones a las que fue sometido y el impacto que produjeron. ¡Piense también en las comparaciones que hace en este preciso momento…!

Las comparaciones taren consigo etiquetas: quien toca el piano es el creativo de la familia, quien disfruta dormir es el holgazán y quien tiene habilidad deportiva se convertirá en estrella de las grandes ligas.

Imposible deshacerse de comparaciones cuando la sociedad insta a realizarlas, a veces de manera cruel; comparar, compararnos centrándonos permanentemente en las debilidades por sobre las fortalezas, en las carencias por sobre las facultades, recrearse mirando lo que el otro es o tiene es una forma de dinamitar la autoestima.

Haga un autoexamen, seguramente advertirá que tiene más cualidades de las que cree, más atributos de los que imagina, no es malo comparar si es una plataforma para lanzarse hacia otras oportunidades o se constituye en una vía de superación; terrible resulta cuando comparando la inseguridad se torna crónica y quedamos adheridos sin poder salir de allí.