Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El dilema de "Cristina la Buena"

   En los campamentos de campaña del macrismo creen que ya no queda tiempo, de aquí a las PASO que tendrán lugar dentro de 12 días, para torcer el rumbo de las cosas. También los ceños se fruncen en los alrededores de la mesa chica de Olivos cuando se aborda el tema. Que no es otro, más que una preocupación un verdadero dilema, que el intríngulis que les generó y seguramente lo seguirá haciendo durante lo que queda de aquí a octubre el cambio de roles de Cristina Fernández de Kirchner.

   Esa "nueva mujer" que se disfrazó de lo que evidentemente antes no era, la que mutó de aquella temeraria y furiosa doctora del látigo y la billetera, de las interminables peroratas, de las infumables cadenas nacionales, a ésta que se viste "de clase media, tirando a humilde", como la define un operador del equipo de Pro.

   Lo dice con acertada ocurrencia un hombre que trabaja a diario en los equipos de comunicación del gobierno. "Pasó de Cruela de Vil a Cristina la Buena". Y ese tránsito sin escalas entre la villana de 101 Dálmatas y esta nueva versión de la candidata que desapareció, o casi, de sus sitios en las redes sociales, que efectivamente ahora usa ropa "común" y que hasta se desprendió con fotos a la vista de su costosísimo reloj suizo que lucía en el ahora desaparecido Salón de los Patriotas Latinoamericanos, les provoca algún ruido. Algún sacudón no imaginado en los datos de las encuestas que aterrizan a diario en despachos oficiales.

   Si bien en general los habituales voceros del Gobierno dicen que efectivamente lo de Cristina es sólo un disfraz, lo cierto es que a dos semanas cortas de las PASO ese artilugio parece haberle dado resultados a la doctora. Sin ir más lejos, se nota en esos muestreos en las que o figura al tope de las preferencias del electorado bonaerense, o de mínima tendría asegurado un empate técnico con Esteban Bullrich, su principal rival en la madre de todas las batallas.

   Por si fuese poco, ya es un secreto a voces en aquellos campamentos que hay cierta mirada de reojo, cargada con algo de reproche, hacia el consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba. Todos dicen lo que es evidente: la doctora "copió" casi a la perfección el "modelo" duranbarbista y lo aplicó al dedillo desde que desembarcó convertida desde El Calafate. Y que mostró con mayor fidelidad en aquel primer "acto 360" en Arsenal de Sarandí. Ella en el medio rodeada de su público, sin impresentables a la vista, con apenas algunas palabras para presentar a su alrededor a ciudadanos del montón que "sufren el ajuste de Macri". Igualito a los escenarios que frecuentan el presidente y la gobernadora bonaerense.

   En el Gobierno creen que ese disfraz de "Cristina la Buena" de algún modo ayudó a "fidelizar" el voto duro del kirchnerismo en el conurbano bonaerense, y en el mejor de los casos le sumó algunos puntos de sectores que no la votaron pero que tampoco están conformes con los primeros dieciocho meses de gobierno de Cambiemos.

   "El grueso de la gente que en los focus dice que jamás la votaría es aquel que ya se quejaba de antes por el autoritarismo, por la corrupción, y que no cambia porque se haya vestido de lo que no es", dicen en esos despachos. Suena a poco a estas alturas, como también remarcar que en el fondo la dama de hierro no ha cambiado sus vicios aunque sí sus modales, como ocurrió con la visita al tambo de un supuesto quebrado económicamente de Lincoln, que resultó ser en verdad hermano de un exintendente kirchnerista del lugar. Que no habla con los periodistas para evitar preguntas molestas, y que ordenó a toda su tropa ir a defender a Julio De Vido, aunque ella en su nuevo rol no le haya dedicado ni un miserable tuit de respaldo.

   El macrismo, con Marcos Peña como voz cantante a la cabeza, buscó desde el arranque desmitificar ese supuesto nuevo ropaje de la expresidenta, a medida que aquella suposición de hace dos meses atrás sobre un triunfo cómodo en Buenos Aires con la campaña montada sobre los hombros de Macri y María Eugenia Vidal, se tornaba en ceños fruncidos.

   Que obligó casi sin disimulos a virar desde aquel discurso triunfalista a este de ahora mucho más cauto, donde el jefe de Gabinete dice que no se caería el mundo si Cambiemos pierde en Buenos Aires. O la propia Vidal, que reconoce como lo hizo hoy que Cristina puede ganar en las internas, lo que la obligará a redoblar la búsqueda de apoyos en la provincia para los comicios de octubre.