Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Los argentinos y una nueva forma de tomar vino

Nuestro paladar se sofi sticó a la par que el producto. El consumo per cápita es mucho menor que en los ‘70.

   Según aporta el sommelier Aldo Graziani, considerado uno de los mejores del país, en los 70’ los argentinos teníamos un consumo per cápita de 90 litros y en la actualidad ese número descendió a 22 litros por persona.
   ¿Por qué se dio este cambios de hábito en el consumo y de qué manera impactó en la industria vitivinícola?
   El vino empezó hace 20 años a recorrer un camino inverso del que había tomado en los ‘70: cuando lo que contaba era la cantidad y no la calidad.
   Según el historiador Felipe Pigna en esa época fuimos uno de los principales productores y consumidores de vino masivo, como el Bordolino y la industria era tan fuerte que había publicidades de más de un minuto.
   Los cambios de hábito tuvieron una gran incidencia en la baja del consumo, entre ellos que la gente haya dejado de almorzar en su casa y que los chicos cambiaran el vino por la gaseosa.
   “Al no comer en la casa, el consumo del vino cayó a la mitad porque al mediodía no se toma. Y en los 70´, la familia se podía consumir una botella porque tomaba la mamá, el papá, los chicos. Con soda y hielo. Después de esto, el vino nunca recuperó”, se detalló.
   Como contrapartida, la calidad del vino argentino sigue creciendo y por ello ocupan lugares destacados en los ranking más importantes del mundo.


   El vino en Argentina comenzó a popularizarse con los inmigrantes, pero ya para entonces la bebida había recorrido un largo camino, que había comenzado por Europa, en la época de la colonia, explicó Felipe Pigna.
   “La gente acá tenía un vino para ricos y un vino para pobres. El vino para ricos era, básicamente, importado de Málaga y Francia. Y el de los pobres se tomaba en la pulpería”, resumió.
   Ese “vino para pobres” era el “carlón”, al que se le agregaba mosto para que no llegara avinagrado, porque tardaba dos meses en llegar a Buenos Aires desde Mendoza. Pero, en verdad, la bebida popular era el agua ardiente.
   “El vino empieza popularizarse con los inmigrantes, cuando ya tenemos una producción, una gran cantidad de bodegas y un mercado de consumo. El migrante tiene en su dieta el vino”, precisó.
   Recién a partir de los 80 y los 90 del Siglo XIX se crea un “mercado serio” y con la llegada del ferrocarril a Mendoza ya se mueven grandes volúmenes de producción, que le van a permitir a la Argentina convertirse, 40 años más tarde, en un importante productor y consumidor.
   De todos modos, en aquellos años 20 “la élite seguía tomando vino importado y poco vino argentino. Para los años 30 y 40, sin embargo, ya hay buen vino, lo que podríamos denominar de alta gama”, detalló Pigna. Luego, en los 30, en una gran crisis se arrancaron muchas hectáreas de viñedos.
   La vitivinicultura sufrió una segunda crisis, pero seguida de una reconversión, en los 70 y los 80, hasta que en los 90, de la mano de enólogos como el francés Michel Roland, que pensaron en apuntar más a la calidad que a la cantidad, se empezó a producir y exportar vinos de alta gama.

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La industria

Incentivo: declarar al vino como “bebida nacional”

Ganar terreno. Según el sommelier Aldo Graziani, el consumo de vino es cada vez más bajo, pierde terreno ante la cerveza o el fernet y “la gran lucha pasa por sostenerlo con incentivos como nombrarlo bebida nacional”.
Calidad. Hoy gran cantidad de vinos argentinos se exporta a Europa y Estados Unidos, donde aparecen en las cartas de importantes restaurantes. Además, los vinos de guarda son un ejemplo de cómo creció el estándar de calidad de los vinos en la Argentina más allá de las “situaciones extraordinarias” que se dan, señala el sommelier.
Añejos. “La Argentina está trabajando de otra manera los vinos de alta calidad y hoy ya podemos pensar en los que van a durar un montón de tiempo porque fueron pensados para eso”, destacó el sommelier. (Agencia Télam)