Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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A 200 años, los mismos desafíos

El año del Bicentenario de la Declaración de la Independencia nos encuentra sin resolver el problema principal: ¿queremos un país federal en serio o solo en los papeles?

El centralismo, las venas que discurren hacia el puerto de Buenos Aires condicionan casi toda actividad y luego impactan en los debates más notorios, que en general son centralistas y engañosos.

Un ejemplo actual sobre el predominio del discurso unitario gira en torno a las tarifas de los servicios públicos, prontas a aumentar. En Bahía Blanca, sin ir más lejos, pagamos mucho más que en la Capital y Conurbano. En buena medida, los ciudadanos del interior venimos subsidiando a la metrópoli. En este caso, además, con un buque regasificador a cuadras de nuestros barrios.

Otro ejemplo fácil de entender es el Fútbol Para Todos, gratis para los hogares porteños pero no aquí, donde solo se puede ver completo pagando un servicio de cable o, en forma parcial, por la televisión digital abierta.

Probablemente ni siquiera a los gobiernos autodenominados federales les haya importado demasiado el federalismo, desde Juan Manuel de Rosas para acá. La autonomía de las provincias es declamativa y eso volvió a quedar claro en los últimos tiempos con el manejo discrecional de los fondos por parte del gobierno central, más atento a los alineamientos partidarios que a las necesidades de cada región.

La Independencia de la Patria fue una gesta que tuvo como principales abanderados a José de San Martín y Manuel Belgrano, férreos opositores a cualquier guerra fratricida, léase, de unitarios y federales. Si bien San Martín legó su sable a Rosas, lo hizo por defender la soberanía, sin ninguna otra consideración política.

La mayoría de los héroes de la Independencia, hay que remarcarlo, eligió luego el bando unitario (Las Heras, Lamadrid, Lavalle, Paz, Pringles, Alvarado, Suárez, Beruti, Alvarez de Arenales) y solo Manuel Dorrego levantó la bandera federal.

¿Estará en el ADN de nuestra dirigencia? ¿Seremos para siempre un país que solo mira su ombligo?