Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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Cuando los recursos son escasos

Quien es despreciado una y otra vez, termina arrojado en un circuito sin final.

¿Alto, bajo, acorde, cuidado, justo? Exorbitante, en algunos casos hasta obsceno...

Estos adjetivos y muchos otros califican al sinónimo “precio”, a “ese valor” que se le asigna a algo, también a alguien. Y en el afán por fijar precios cuantificamos el valor de objetos, trabajo, salud, bienestar, placer.

Mi querido lector, seguramente a usted le sucede a diario que experimenta una sensación de asombro cuando un objeto está muy devaluado, por debajo de lo estimable, seguido de la exclamación ¡qué barato! Experimenta una sensación casi de rechazo y en ocasiones hasta de enojo cuando ciertas mercancías están sobrevaluadas, seguida de la exclamación ¡qué caro!

¿Cuestión de precios? ¿Cuestión de cuánto recurso usted dispone?

¿Con las personas sucede algo similar? ¿Les fijamos valores de acuerdo con nuestras percepciones? ¿Las catalogamos por sus atributos? ¿Le asignamos una cifra a los vínculos cual mercancías?

¿A-precio, menos-precio o des-precio?

Según Richard Wiseman, psicólogo británico, uno de los sentimientos más destructivos es el desprecio, pues supone la humillación del otro a tal punto de negar su existencia. Así, la gama de conductas se despliega y se advierte: aversión, antipatía, hostilidad, indiferencia, repulsión, odio, traducidos en actitudes, gestos, acciones, comentarios que se plasman en cicatrices indelebles por falta de reconocimiento, obviamente carencia de aprecio.

La sensación de quien no es reconocido es intensa, desgarra; a nivel cerebral activa la misma zona que se pone en funcionamiento cuando se experimenta dolor físico; a su vez la memoria, permite evocar una y mil veces, con todos los detalles y ribetes, situaciones de desprecio padecidas en épocas pasadas. El dolor subsiste en el tiempo, y emerge cual monstruo de las profundidades, cada vez que la persona es despreciada.

¿El des-precio des-estabiliza?

La víctima del desprecio padece el desmoronamiento del sentido de pertenencia, el comportamiento inmediato es el aislamiento, pues poco a poco edifica instintivamente barreras protectoras, la premisa es estar a salvo, evitar nuevos dolores o reabrir heridas de antaño.

Juicios negativos, críticas mordaces, comentarios malintencionados y hasta negar un “buenos días”, son formas manifiestas, sutiles y hasta groseras de desprecio; generalmente sin motivos sólidos que lo justifiquen, el desprecio es advertido cuando sus consecuencias son irreversibles.

Si bien se puede comprobar que los desaires reiterados pueden desencadenar sentimientos de ira y agresión como respuesta, es innegable la destrucción de la autoestima. Quien es despreciado una y otra vez, termina arrojado en un circuito sin final, siente una culpa excesiva que conduce al flagelo emocional: nuevas heridas, nuevos sufrimientos para apaciguar las lesiones psicológicas causados por el desprecio reiterado: doble tarea, múltiple y profundo dolor.

Será cuestión de emprender un camino junto a unos pocos, pero valiosos, que ayuden a calmar el rechazo permitiendo paulatinamente vencer los muros construidos, nadie merece vivir sitiado, menos aún herido.

Al momento de adquirir un objeto seguramente usted deberá examinar si dispone del recurso necesario, al momento de construir vínculos usted deberá examinar si cuenta con valores disponibles.

Despreciar pone de manifiesto la carencia de recursos para valorar al otro. Sepa que su vida, su brillo, no tienen precio; quien desprecia, inmerso en su propio vacío y en sus carencias es incapaz de apreciar, solo desea aniquilar en los demás lo que él es incapaz de poseer.