Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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La Puna y la Patagonia, dos extremos unidos por una mirada

El fotógrafo suarense Juan Manuel Acebal recorrió 5 meses el sur argentino y chileno. Luego, viajó a Catamarca en moto y vivió en pueblos de montaña.
Fotos: Juan Manuel Acebal.

   Entre 2014 y 2015 el fotógrafo suarense Juan Manuel Acebal exploró con su lente dos extremos de la Argentina: la Patagonia, por ruta 3 sur (y de regreso por Ruta 40) y la puna catamarqueña, en la que convivió con pobladores de sitios apenas habitados en ámbitos inhóspitos a más de 3500 metros sobre el nivel del mar.

   La primer aventura llegó a fines de 2014, cuando renunció a un trabajo estable -en el equipo de prensa de la comuna- para vivir su primer "Viaje Fotográfico".

   En una combi del 82 -que él mismo acondicionó durante un año y medio- empezó a rodar hacia el sur para captar los paisajes e historias del camino.

   “De chico conocí el sur y me cautivó. Siempre soñé con recorrerlo despacio. Trabajo como fotógrafo social y periodístico desde hace más de 10 años. Y decidí unir ambas cosas”, contó.

   Durante cinco meses buscó adentrarse en sitios que no fueran tan conocidos.

   "Las fotos que más me gustaron fueron las que tomé en lugares no tan típicos y las que tenían una historia detrás. Algunas tienen mucho valor por cómo llegás a un lugar o a conseguir una determinada escena”, explicó.

   Ushuahia fue uno de sus sitios preferidos. Allí se quedó durante un mes.

   “Venía de la costa, con paisajes fascinantes pero mucho más áridos, y llegué a Ushuaia donde encontré montañas con picos nevados, un agua más calma y una ciudad construida en un lugar remoto. Fue muy lindo volver al bosque, las cascadas y el trekking”, contó.

   Entre sus anécdotas atesora la del sublime momento en que, en Río Deseado, (Santa Cruz) caminando por la costa encontró un acantilado con nidos de cormoranes algo que pensaba no sucedería en su viaje ya que no contrataba tours. Para tomar estas fotos practicamente colgando del acantilado.

   Otros “imperdibles” fueron el Parque Torres del Paine, en Chile y Caleta Tortel.

   “El recorrido por el pueblo es a pie y a través de pasarelas que cuelgan por los fiordos. Hay casas coloridas y de madera. Llueve casi todo el año y justo me tocó un día soleado”, contó.

   Ya de regreso por la ruta 40, en El Bolsón empezó a proyectar el viaje hacia la puna catamarqueña y seis meses después -durante los cuales trabajó y ahorró- inició la segunda aventura para hacer retratos y paisajes.

   En diciembre de 2015 partió con Mafalda, una moto XR125, con la que hizo 1500 kilómetros hacia el norte sin siquiera saber cómo se parchaba una pinchadura.

   "¡Crucé los dedos para que no sucediera nada porque iba a visitar lugares prácticamente deshabitados a 3500 metros sobre el nivel del mar”, dijo.

   En Antofagasta de las Sierras (pueblo con unos 500 habitantes) inició un tramo de unos 150 kilómetros por terrenos muy complejos para avanzar en la moto (lo ideal era una 4x4) para conocer cómo vivía la gente más aislada en la montaña.

   “Por las características del camino era complejo aventurarse solo en moto pero yo ya estaba ahí”, contó.

   Así llegó hasta Antofalla, un pueblo de 35 habitantes, luego a Vega La Botijuela, donde solo vivían Simón y su perro Quique y, más tarde, a Vega Las Quinuas donde conoció al octogenario Antonio, su mujer Catalina y su hermana Isadora.

   Con todos ellos convivió entre tres y cinco días con la idea de conocerlos más y generar un vínculo que facilitara la toma de los retratos.

   Para llegar al primer pueblo tuvo que atravesar un paso que está a 5 mil kilómetros sobre el nivel del mar y luego un salar.

   “Al verme llegar solo a esos lugares tan aislados y en moto sentían curiosidad. ¡No terminaban de entender cuál era mi motivación!”, narró.

   En Vega La Botijuela conoció a Quique quien vive solo sobre un cerro al lado del pequeño crater de un volcán y tiene una pileta natural de agua termal donde todos los días pone los pies en remojo mientras enciende un cigarrillo y contempla el paisaje.

   Vive en una casa de adobe sin energía eléctrica, señal de telefonía, gas, ni agua corriente y cultiva y cría ovjeas.

   Para llegar al último rancho tuvo algunos inconvenientes ya que el camino era muy arenoso para la moto y cada 5 kilómetros se caía. Sabía quienes iba a recibirlo porque había visto a esta familia en un documental.

   Allí estaban el octogenario Antonio, su mujer y su hermana trabajando de sol a sol.

   “Me asombró la vitalidad y energía que tenían. Antonio salía a las 6 de la mañana con una pala a destapar acequias. No hay siesta ni descanso pero tampoco hay estrés porque sus necesidades son más simples”, explicó.   

   La precupación más grande es esperar la lluvia ya que caen entre 20 y 30 mm al año.

   "Compartir unos días viviendo de esa forma te lleva a cuestionarte un montón de cosas que tenés naturalizadas, como el hecho de abrir una canilla y que salga agua", remató el fotógrafo.

   Acebal halló denominadores comunes en estos extremos de la Argentina, elementos que los conectaban desde lo visual como el viento y la relación de la gente con la tierra.

   Su muestra De Viaje se puede visitar hasta el miércoles 23 en el Salón Bicentenario del Mercado Municipal de las Artes.