Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Una víctima inverosímil

Escribe Emilio J. Cárdenas

Hay un viejo refrán que dice que no se puede, al mismo tiempo, “quedar bien con Dios y con el diablo”. El dicho refleja ciertamente la sabiduría popular. No obstante, hay quienes no lo recuerdan y adoptan la siempre peligrosa conducta política de la dualidad. Entre ellos, el Emir de Qatar, Tamim ben Hamad Al-Thani, que en los últimos días ha estado protestando abiertamente por las sanciones que han sido repentinamente impuestas a Qatar por sus pares regionales: Arabia Saudita, Baharain, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, precisamente por la incómoda “doble cara” de la política exterior de Qatar.

Exagerando notoriamente, el líder qatarí acusa a los países antes nombrados de promover “un cambio de régimen”. Lo acaba de hacer ante la cadena televisiva norteamericana CBS, tratando de explicar los porqués del duro bloqueo económico y político que los demás países de la región han dispuesto respecto de Qatar.

La realidad pareciera ser que la política exterior de Qatar apunta a tratar de quedar bien con todos, lo que no siempre es posible, particularmente cuando existen conflictos con perfiles religiosos, esto es sectarios.

Este es, precisamente, el caso de la relación con Irán, país que compite con Arabia Saudita por el liderazgo del mundo islámico, aunque desde otra interpretación de lo que dispone el Corán.

Detrás de las acusaciones de Qatar está el presunto apoyo de sus vecinos a grupos islámicos radicalizados que aparentemente hoy procuran la caída del Emir de Qatar.

Lo cierto es que, por el momento al menos, Qatar ha sido excluido del Consejo de Cooperación del Golfo por sus propios pares y vecinos, disconformes con la actitud dual de Qatar en materia de política exterior. Por esto la decisión de aislarlo y excluirlo completamente de la pulseada por el poder regional entre los países “sunnitas” y el líder del “shiismo”, que es Irán. La señal sugiere que, al menos para sus vecinos “sunnitas”, Qatar no es hoy un interlocutor confiable. Hay, queda visto, una “grieta” dentro de lo que hasta no hace mucho fuera un universo religioso unido.

Zimbabwe

Robert Mugabe es el despiadado dictador que gobierna a Zimbabwe. Tiene 93 años y es Jefe de Estado de su país desde hace ya 37 años. Desde el minuto mismo en que Zimbabwe se declarara independiente. Es, además, un incorregible violador serial de los derechos humanos de su pueblo.

Por lo antedicho muchos reaccionaron con enorme sorpresa cuando, hace pocos días, Mugabe fuera designado por la Organización Mundial de la Salud como su “Embajador de Buena Voluntad”. Esa designación fue responsabilidad del nuevo director general de la organización, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus. E incluía la responsabilidad de apoyar la lucha contra las enfermedades no trasmisibles en toda África, como son las cardiovasculares y el asma.

La alegría, probablemente inesperada, de Robert Mugabe duró apenas 5 días, desde que transcurridos los mismos su designación fue “anulada” por el propio Director General, que lleva sólo 5 meses en su puesto. Respondió así a una inmediata y comprensible ola de durísimas críticas que la insólita designación de Mugabe había, como cabía esperar, generado.

El nombramiento era atribución del Director General y se hizo sin consultar a los Estados Miembros. Las principales reacciones adversas vinieron desde los Estados Unidos, que mantienen –con razón- a Robert Mugabe expresamente sancionado por sus constantes violaciones a los derechos humanos de su pueblo. Ocurre, además, que Mugabe, que sabe que el sistema de salud de su país no es confiable, recibe (él mismo) asistencia médica en Singapur, con el cinismo e hipocresía que lo caracterizan.

Algunos dicen que la designación de Mugabe fue una suerte de contraprestación por su apoyo al nombramiento del Director General de la Organización Mundial de la Salud, el primer líder africano que ocupa ese puesto.

La designación de Mugabe era inaceptable, pese a que es cierto que es un empedernido luchador contra el tabaco y que apoya la lucha que se libra en el Continente Negro contra las enfermedades no trasmisibles. Pero su carácter de dictador despiadado obligó a dar una rápida marcha atrás con una designación notoriamente equivocada, que jamás debió haber ocurrido.