Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Debate: Scioli debe ganar, a Macri con el empate le alcanza

Macri lidera una decena de encuestas, con una diferencia de entre 6 y 12 puntos.

La extraña sinceridad con que Gustavo Marangoni encaró esta semana sus varias apariciones televisivas no dejó lugar a dobles interpretaciones. El presidente del Banco Provincia y uno de los confidentes más cercanos de Daniel Scioli pareció reflejar lo que en voz baja se barrunta en los campamentos del sciolismo y en la quinta La Ñata: el debate de esta noche es la última oportunidad que tiene el candidato de torcer un destino que se anticipa como sellado.

Es como el boxeador que sube al ring en el último round sabiendo que la pelea está perdida. Sólo lo salvará un certero golpe de nocaut. El empate, en fallo dividido de los jurados, le sirve a Mauricio Macri, que con sostenerse de pie durante esos últimos tres minutos habrá ganado la pelea. Todo se juega esta noche. Los cuatro días hábiles que quedarán después de campaña antes de ir a las urnas el próximo domingo no pueden mover el amperímetro de las encuestas, que hoy favorecen cómodamente al candidato de Cambiemos.

Salvo algún cataclismo impensado que pueda aparecer, o un carpetazo cuya existencia buscaban por estas horas decenas de operadores de toda laya del oficialismo, hasta se dice que personal especializado de la exSIDE, si Scioli tiene una bala de plata deberá dispararla esta noche.

No hay otra chance para Scioli de intentar dar vuelta una historia que hasta aquí parecería cerrada. Con la reafirmación de la ventaja de Macri en la decena de encuestas que se conocieron en los últimos días, que le otorgan una diferencia de entre 6 y 12 puntos de intención de voto. Pero también con un dato que no es menor rescatado por analistas y consultores, que refleja que en general en el mundo los debates no han servido para cambiar una elección que estaba cantada de antemano. En el mejor de los casos, para el candidato del FpV, dicen esos expertos que el debate puede “mover” dos, a lo sumo tres, puntos hacia arriba o hacia abajo. No alcanza. Menos en un escenario en el que un poco más del 60% se expresó en contra del gobierno de Cristina Fernández y de la candidatura de Scioli en la primera vuelta.

La histórica derrota del peronismo en la provincia de Buenos Aires, bastión en apariencias inexpugnable en el que planeaban refugiarse Cristina y los suyos para preparar desde allí el regreso en 2019, es una marca a fuego que para algunos observadores incluso pondría en duda hasta la efectividad de aquel golpe mágico del exmotonauta, si lo encontrase, en su pelea a todo o nada frente a Macri.

El jefe de Gobierno porteño llega, como queda dicho, con todas las ventajas a ese round final. Las tarjetas de los jurados lo favorecen, y él personalmente se mostró a lo largo de su carrera más dúctil que su rival en este tipo de combates. Macri salió airoso de siete contiendas anteriores, cuando debió pelear por la intendencia de la ciudad. Y no le fue mal en el primer debate presidencial entre seis candidatos antes de la primera vuelta de octubre, en la que Scioli dejó la silla vacía por pecar de soberbia y autosuficiencia. A esa altura se sentía ganador y sin balotaje.

Por lo demás, aquella necesidad de Scioli de llegar con chances al debate, por un lado, lo ha mostrado con un curso acelerado de anticristinismo explícito en menos de una semana. La última expresión de esa voltereta por necesidad la lanzó el viernes: “Si gano yo, mando yo, que quede claro de una vez por todas”. Buscó desterrar la idea del doble comando con Cristina Fernández o los condicionamientos de Carlos Zannini en su rol de comisario político antes que de compañero de fórmula. O las amenazas de una gestión híper controlada de parte de La Cámpora, que se reflejó en una frase de Wado De Pedro: “La orden es votar a Scioli, no se trata de si nos gusta o nos deja de gustar”.

Por el otro lado, y a contramano de su personalidad, Scioli terminó por ser la cabeza de la campaña sucia contra Macri, repitiendo slogans del cristinismo duro que nunca figuraron en su manual de político respetuoso y componedor. El caso más flagrante es el del ejemplo que puso Aníbal Fernández sobre la fórmula de la Coca Cola para destratar a la Corte Suprema por el fallo que obliga a YPF a mostrar las cláusulas secretas de su contrato con Chevron. Lo dijo a las siete y él lo repitió calcado dos horas después. Le termina dando pasto a Macri que se pasea lamentando que el Scioli de hoy no es el que conocía, que lo ha defraudado. La paradoja es que esa parafernalia de cataclismos anunciados, como el más estrambótico de echarle la culpa a un futuro gobierno de Cambiemos por la suba ahora mismo del precio de la harina, no conmovió las encuestas.

Si a Scioli le toca ganar y ser el nuevo presidente, todo podría quedar en la anécdota. Si le toca perder, deberá pasar mucho tiempo preguntándose por qué se dejo arrastrar a ese barro que nunca fue con su estilo de hacer política. Y porque soportó los pelotazos en contra del “fuego amigo” cuando a su lado le reclamaban patear el tablero y hablar antes que nada de sus propias propuestas. Aquel anticristinismo tardía podría no alcanzar. Los exabruptos claramente destinados a perjudicarlo de Kicillof, Bonafini, Feinmann, Romano. O la mismísima doctora, que en el acto en Ciencia y Tecnología lo dio por derrotado cuando advirtió a la gente que después no diga que no votó a Macri cuando se vaya en helicóptero como De la Rúa en 2001. Advertencia peligrosísima si las hay, vale señalar, que podría desnudar los planes a futuro de un cristinismo exacerbado que no se resigna a que tiene que abandonar el poder.

Esa mochila de piedra inexorablemente colgada a su espalda es la carga extra, casi una bomba de tiempo activada y contando, con la que deberá afrontar esta noche el que sea tal vez el round más crucial de toda su vida política.