Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Seis años de búsqueda

La búsqueda de María Cash sigue, aunque cada día con un poco menos de atención y recursos. El paso del tiempo va mermando voluntades y pistas. Aunque su nombre cada tanto vuelve a los medios, como parte de un doliente misterio sin resolver.

María tenía 29 años cuando, en julio de 2011, desapareció. Había viajado desde Buenos Aires a Jujuy, donde se la vio por última vez. Algunos videos la muestran caminando por alguna calle de la ciudad, un poco errática. Antes de tenerse el último contacto con ella manifestó a un amigo su preocupación, como si algo anduviese mal.

De inmediato sus padres viajaron al norte para iniciar una búsqueda desesperada. También se sumaron sus tres hermanos, cada cual atendiendo diferentes pistas, llamados o indicios. Nunca se estuvo siquiera cerca de saber qué había ocurrido, cuáles fueron sus últimos pasos.

Su padre, Federico, asegura que dejó de dormir desde que su hija desapareció. La buscaba desesperadamente. Seguía todas las pistas, atendía todos los llamados, soportaba bromas y engaños. Viajando a La Pampa, en abril de 2013, detrás de una nueva pista, chocó de frente con otro automóvil y murió en el acto.

En enero de este años, en una estación de servicio del pueblo de Garayalde, en Chubut, apareció un escrito: “Soy María Cash, me llevan a un pueblo de Las Heras...”. Las investigaciones concluyeron que era un mensaje falso.

Que no era su letra, que no estaban sus huellas. Hace unas semanas se viralizó una foto de una mujer, una vagabunda, de la cual se decía que podía ser María. No era.

La historia de María ha tenido varias versiones. Relacionadas con la trata de personas, con el narcotráfico, con un shock. Su familia asegura que era “una chica normal”, sin nada que destacar en particular, sin nada que haga pensar en semejante destino.

María Cash no es la única desaparecida que hay en el país. Algunas estadísticas mencionan que en la Argentina se buscan a unas 6 mil personas, entre mujeres y hombres, el mayor porcentaje de edades entre 12 y 18 años.

Se las busca de a ratos, con métodos a veces inconsistentes, con fotos de mala resolución. Sin personal especializado ni dedicado. Nada más imaginar la angustia de esas familias justifica un esfuerzo mayor del Estado para destinar recursos adecuados.