Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Cambios de rumbo

Escribe Emilio J. Cárdenas

La llegada del millonario Donald Trump a la presidencia de los EEUU y sus primeras fuertes andanadas de todo tipo de medidas patológicas parecerían confirmar que la decadencia norteamericana ha entrado ya en una nueva etapa: la de no preocuparse más por evitar evidenciarla. Lo que es lo mismo que asumirla abiertamente.

Al abandonar el “Acuerdo del Transpacífico”, los EEUU han entregado claramente la llave de la región hoy más económicamente activa del mundo a China, cuyo liderazgo es allí ahora indiscutido.

Ocurre que tanto China, como los EEUU, han “cambiado de roles”. Los han invertido. China se ha transformado en el campeón indiscutido de la globalización. Los EEUU, por su parte, en el brazo más duro e inflexible del proteccionismo. Hasta no hace mucho, eso era simplemente un impensable. Pero las cosas cambian, es evidente.

Así lo comprueban aparentemente tanto el discurso -librecambista e inclusivo- del presidente chino, Xi Jingping, pronunciado en la reciente reunión económica de Davos, donde el líder chino asumió el rol de apóstol mayor de la globalización, como la inusual arenga de Donald Trump, encerrándose en una suerte de cuarto oscuro, al tiempo de asumir su presidencia en los EEUU.

Sorprendente giro, quizás, pero así están las cosas ahora. Dos visiones contrapuestas del mundo en que vivimos están flotando entre nosotros. En las activas redes sociales chinas hay, por todo esto, una broma que circula activamente y sugiere que Trump es un miembro más del Partido Comunista Chino.

Beijing defiende los acuerdos de París sobre cambio climático y Washington los está por dejar de lado. Prueba de que los EEUU han dejado de pronto de ser y sentirse “ciudadanos responsables” del mundo y de que China ha asumido el rol abandonado por Donald Trump. China promete ayudar al desarrollo de otros países. Y mantener un mundo abierto. Mientras sus ciudadanos carecen, por ahora al menos, de las libertades civiles y políticas más elementales.

Los EEUU huyen ahora de ese compromiso, que asumieran responsablemente por décadas hasta no hace sino unas pocas semanas. No es para aplaudir, precisamente.

Hasta la verdad de pronto se ha transformado en relativa. La administración Trump habla de “hechos alternativos” sobre los que edifica -y seguirá edificando- su “relato”, para algunos actuando paradójicamente como si fueran “kirchneristas”. Todo parece maleable. Cuestionable. Discutible. Quizás porque Donald Trump no sabe como utilizar el “poder blando”, esto es la simpatía de su propio país. No es su estilo. Sólo sabe confrontar. De pronto, Xi Jinping lo ha advertido y capitalizado.

En 1998, mi amiga Madeleine Albright, cuando Secretaria de Estado de los EEUU, definió a su país como la “nación indispensable”. La que generosamente lideraba al mundo. Pagando todos los costos consiguientes, si ello fuera necesario. En conciencia, por cierto.

Pero todo de golpe parece haber cambiado, esa definición es ahora muy otra: “Primero América”. Todo lo contrario de la generosidad, por cierto. Ya en el 2014, la mitad de los norteamericanos encuestados sostenían que los EEUU “deben ocuparse de sus propias cosas y dejar que los demás se relacionen entre sí, lo mejor que puedan”. Quienes así respondían eran apenas uno de cada cinco norteamericanos en 1964. Y dos de cada cinco, ya en 1995. Hoy son muchos más.

Hay una sola excepción evidente sobre la mesa, aquella que tiene que ver con la urgencia de derrotar al Estado Islámico, entendido como una amenaza contra la civilización misma. En esto Trump parece elegido a actuar.

Hasta allí, aparentemente, la nueva definición de “solidaridad” norteamericana. Después de un siglo de contar con un entusiasmo como el predicado en su momento por Theodore Roosevelt, en el que se conjugaron tanto el poder global, como la responsabilidad derivada del mismo, los EEUU -que han dejado atrás unos 626.000 muertos y unos 1.180.000 heridos- son hoy realmente muy distintos. Nos guste o no. Es su decisión. No la de todos, pero sí la de sus autoridades, aquellas que de pronto, pese a las dudas de muchos, surgieron del veredicto inapelable de las urnas.