Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Con perfume de mujer

Escribe Emilio J. Cárdenas
Con perfume de mujer. Notas y comentarios. La Nueva. Bahía Blanca

La jornada inicial de la Convención Nacional del Partido Demócrata recientemente realizada en la ciudad de Filadelfia estuvo caracterizada por los infructuosos esfuerzos realizados para tratar de unificar a un partido aún dividido profundamente por la dura confrontación ideológica entre Hillary Clinton y su exrival, el socialista Bernie Sanders.

Hubo, sin embargo, una alocución distinta. Notable. La de la primera dama, Michelle Obama. Ahora cambiada por los dos mandatos presidenciales en los que estuvo siempre junto a su esposo. Más madura. Menos disgustada con la política. Más confiada en sí misma. Pero sincera, como siempre. Sin dobleces, ni disimulos.

Por todo lo cual Michelle hoy es una estrella dentro del firmamento del Partido Demócrata. Con luces que no son reflejo de otras, sino propias. Bien ganadas, por lo demás, con una tarea realmente ejemplar por la sencillez con la que se realizara.

Apareció accediendo generosamente a la convocatoria que la reclamaba para, desde el podio, afirmar y entonar -con su reconocida honestidad- a Hillary Clinton, cuya imagen y credibilidad son ciertamente bajas.

De cara a las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre, mucha gente mira a Hillary apenas como mal menor. Sin pasión. Con poco entusiasmo.

Michelle, que desde hace ocho años ha evitado envolverse personalmente en la política, hizo lo suyo. Con excelencia y convicción. Como era de esperar.

Afirmó, sin titubeos, que Hillary Clinton tiene “el carácter, el temperamento y la experiencia” que el desempeño de la presidencia norteamericana requiere. Esto pese a que lo cierto es que Michelle nunca estuvo cerca de Hillary. Y a que en la campaña presidencial del 2008, en la que su esposo derrotara a Hillary, entre las dos mujeres hubo fricciones que se repitieron hasta en la propia convención de Denver, la que proclamara a Barack Obama.

Michelle ofició esta vez de puente. De endoso. De garantía y apoyo. Era lo que se le había pedido. Con la frescura y naturalidad que la definen siempre. Capturando a su audiencia, muy fácilmente. No sólo con su elegancia y presencia, también con su modo de ser. Con una espontaneidad que, en su propio caso, no tuvo Melania Trump.

Antes de regresar a lo que extraña; a lo suyo; a su familia; a escuchar música desde el asiento del conductor en los autos en los que viaja; al mundo de la sencillez y simplicidad que extraña desde hace años, Michelle pronunció un discurso inolvidable. Lo que se la había pedido, precisamente.

Para beneficio de su Partido, no propio. Quizás no advirtió que desde el Partido Demócrata probablemente la volverán a buscar. Por lo que es. Por lo que vale. Y por lo que representa como figura pública de perfil impecable.

Hablamos de una mujer con mayúscula. Que no cayó en la exasperación, ni en la emoción que dominaba el ambiente en el que estaba y, con la discreción de siempre, hizo simplemente todo lo que se esperaba de ella.

A la perfección, ciertamente. Con perfume de mujer y una calidad personal difícil de emular.