Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Otro bicentenario irrepetible

Escribe Alberto Asseff

Las generaciones actuales tenemos la dicha irrepetible de vivir una era de bicentenarios. El de la Reconquista, el de Mayo, el del primer izamiento de la Bandera, el de la batalla de San Lorenzo y ahora el inminente de la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica.

No se vive de la historia, pero sin ella no hay verdadera existencia. No podemos anclarnos en el pasado, pero lo pretérito nos sostiene. Si queremos futuro debemos saber de dónde venimos. La historia nos marca e identifica. Cuánto más conciencia histórica tiene un pueblo nacional más garantías de un buen porvenir.

San Martín no fue diputado del Congreso de Tucumán, pero estuvo presente y fue gravitante para la Declaración de la Independencia. Estaba aprontándose para la empresa memorable de cruzar los Andes y aspiraba a hacerlo como el general de un país libre y no como un rebelde. No fue mero formalismo, sino gran responsabilidad. Por eso, instó a través del fray Justo Santa María de Oro- diputado por Cuyo -, a que los congresistas terminaran con los cabildeos y dubitaciones y se pronunciaran por romper vínculos políticos con la Metrópoli de allende el océano.

Oro no fue un diputado más, sino la voz republicana en un Congreso dominado por la idea monárquica. San Martín no se entreveró en ese debate acerca del régimen de gobierno. Fue directo al meollo: declaren la Independencia. Luego se verá cómo nos organizamos.

Con la mirada de doscientos años después todo parece sencillo y hasta formal. Empero, lejos de ese escenario de Arcadia, aquellos compatriotas que llegaron a Tucumán desde Cuyo, Potosí, Chuquisaca, Mizque, Catamarca, Buenos Aires y otras provincias sabían que se estaban jugando una patriada que exigía mucho coraje. Lo tuvieron y así escribieron una gloriosa página de nuestra historia.

¿Está la historia en la agenda cotidiana de los argentinos ? A primera vista, el temario pasa por otras inquietudes y expectativas, pero estoy seguro que en los criollos y pueblos originarios de la Puna y de Salta, Formosa y otros lares, en los descendientes de la inmigración desparramados por todo el país, en suma, en los 42 millones de argentinos vibra una más o menos encubierta palpitación patriótica. Hay un sentimiento que como mínimo levita. Hay que activarlo un poco y se corporiza, plantado en nuestra tierra. Se hace visible y hasta tangible.

La bandera que Belgrano dejó en Macha, cerca de Potosí, para que no cayera en manos de los realistas que nos derrotaron en esos dos desastres que fueron Vilcapugio y Ayohuma – que hoy nos siguen doliendo -, estará el 9 de Julio próximo en San Miguel de Tucumán para que simbólicamente honremos en ella toda la lucha y los sacrificios por la Independencia. Volverá a su refugio, allá en la actual Bolivia. Sirve y mucho para que todos los de acá y los de allá recordemos siempre nuestros vínculos de nacimiento. Ello coadyuvará para que un día futuro podamos constituir alguna forma confederativa que nos ensanche el horizonte y nos mejore la vida a todos.

Aprontémonos para celebrar el Bicentenario de nuestra Independencia. Lo podremos festejar sólo una vez en nuestras vidas. Aprovechemos ese instante tan grato para empeñarnos en forjar un país más decente, más justo y más amigo de las leyes. Y, ¡por qué no!, más grande.