Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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El fútbol que no queremos

Como un termómetro de la competencia que pronto comenzarán a disputar las distintas categorías del fútbol argentino, tuvieron lugar en las últimas semanas varios partidos erróneamente llamados “amistosos”, la mayoría de ellos clásicos del considerado más popular de los deportes y disputados en plazas ajenas, con la voluntad, en parte, de permitir a quienes no tienen oportunidad de disfrutar de esos encuentros hacerlo en el verano.

Si el resultado, desde lo deportivo, es pobre (se habla de pretemporada, falta de fútbol, jugadores ausentes, especulaciones en cuanto al resultado), mucho más negativas son las consecuencias en cuanto al comportamiento, no ya de los simpatizantes -los partidos cuentan con la presencia de las dos hinchada, casi una rareza en el fútbol del país- sino de los propios jugadores.

Primero fue el clásico de los clásicos, Boca Juniors contra River Plate. En Mar del Plata, primero, en Mendoza, después. Juego fuerte, sucio, al borde de lo lógico. Expulsados por juego brusco, gestos de los jugadores a la tribuna, excesivos cuestionamientos a los árbitros, protestas e insultos por doquier.

Luego otro clásico, el platense, entre Estudiantes y Gimnasia y Esgrima. En este caso el bochorno fue mayúsculo. Con el encuentro ya en sus minutos finales una mano, un expulsado, un foul violento y luego una pelea generalizada entre los jugadores que, lejos de parecer profesionales, dejaron en claro su condición de violentos al punto de golpearse de todas las maneras imaginables, con una dureza y un encono llamativos.

No es mucho lo que puede esperarse a futuro cuando en estos partidos en que no está en juego demasiado, que debieran incluso servir de preparación, la oportunidad de los clubes de cobrar algún dinero y permitir a mucha gente que disfruta de sus vacaciones disfrutar de un espectáculo y que, para disgusto de muchos, terminan por convertirse en una verdadera vergüenza que además, a partir de la televisión, genera imágenes que se repiten en todo el mundo.

Se suele hablar de una “adrenalina” elevada que genera estas reacciones violentas, de la culpabilidad e los árbitros con sus fallos, de las presiones que tienen los técnicos por no perder y de otras varias excusas verdaderamente desechables.

Tampoco se puede esperar demasiado de la AFA, protagonista de una elección lamentable que dejó sin definir su conducción, la entidad rectora que debiera actuar con contundencia y severidad ante situaciones como las ocurridas. Que el panorama cambie en un futuro próximo parece poco probable.