Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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El fraude en el conurbano

Escribe Alejandro E. Faura
El fraude en el conurbano. Notas y comentarios. La Nueva. Bahía Blanca

El intendente de un partido del Gran Buenos Aires sabe todo lo que pasa en su territorio y en los partidos vecinos y está al tanto de todas las necesidades de los habitantes, aunque sean de carácter personal.

Pero sobre todas las cosas conoce todos los negocios establecidos y los que van a instalarse. Maneja personalmente las cuestiones territoriales y mantiene negocios privados propios en el mismo distrito.

Maneja la seguridad, distribuye parientes y amigos en las boletas del oficialismo y en cargos provinciales y nacionales, como también, según la conveniencia, coloca parientes en las boletas de la oposición.

Reduce todo a negocios y permanencia, hace uso del clientelismo casi como si quisiera que no se note y se vale de punteros zonales a los que controla de cerca con otros. Por supuesto, su forma de organización no la tiene escrita y en el aspecto formal no tiene problemas porque los concejales le responden de modo casi unánime.

A la hora de encarar las elecciones, los presidentes de mesa son nombrados por el oficialismo. Hay personas que figuran en el padrón como profesionales y nunca en 15 años recibieron una citación para participar de los comicios. Los partidos políticos de la oposición no consiguen un fiscal por mesa y, por lo general, casi ni uno por escuela.

En tanto, el poder de policía que debería estar manos de la Bonaerense o de la Gendarmería recae en la práctica sobre las barras bravas del club de fútbol del partido del Gran Buenos Aires que toque.

En los días previos a la elección, el oficialismo divide el padrón entre los votantes conocidos de todos los demás.

Con ese trabajo de campo ya hecho, se contratan los remises, combis y micros que trasladarán a las distintas personas hasta la escuela correspondiente. Los micros se numeran y se comprometen a cumplir con los traslados desde el área asignada. Todas las manzanas del partido figuran en el diagrama de viajes domicilio-escuela-domicilio y saben cuántas vueltas deben dar durante el día.

Cuando estos móviles llegan a la escuela, estacionan en los lugares que los “trapitos” encargados les tienen reservados. Luego van bajando las personas, en grupos no mayores a 10/15 personas, y todas llevan su sobre en el bolsillo, con la boleta oficialista adentro. El sobre que el presidente de mesa les da, lo guardan para entregarlo luego dentro del micro al “tutor” del mismo. Y así sucesivamente: el milagro del voto-cadena.

Dentro del cuarto oscuro, su misión es quitar todas las boletas de los partidos que no hayan enviado fiscales fijos y disminuir la cantidad de boletas de los partidos que al menos tienen un fiscal general.

Los presidentes de mesa y los fiscales oficialistas reciben bebidas, catering, etc. desde la mañana hasta la noche.

Cuando llega algún ciudadano “suelto”, que ya estaba marcado en los padrones como “a mirar”, se le complica todo lo que se pueda el voto y, si es necesario, con la fuerza parapolicial ad-hoc que controla el “orden” del comicio. En el peor de los casos, se acepta el voto y se lo destruye al momento del escrutinio.

Al cierre, se trata de estirar un tiempo todo el recuento apostando al cansancio de los pocos opositores que puedan quedar en cada mesa.

Cuando se abre la urna -y dependiendo de la presencia de fiscales opositores– se le agregan los votos con las boletas del oficialismo de buena cantidad de gente que no fue a votar y que aparecerá como habiendo votado, sin que nunca se enteren de ello. Se destruyen las boletas de aquellos partidos que molestan y se las del oficialismo. Esto cuenta doble.

El punto anterior tomó mayor importancia con el voto voluntario de los menores entre 16 y 18 años. La trampa es que sea voluntario, por lo que aquellos que hayan decidido no votar nunca se enterarán si realmente lo han hecho.

Luego, se pierde el control de la urna y de las actas, apenas se alejan de la mesa y pasan a estar bajo la jurisdicción del Correo Argentino.

El intendente está en condiciones de escribir el viernes por la noche el resultado que va a obtener el domingo, con un error menor al de las encuestas.

La forma de combatir todo este proceso debe empezar por que la dirigencia política reconozca este problema. En estos ámbitos nadie escucha propuestas ni proyectos y resulta estéril ese pensamiento popular de que en el cuarto oscuro somos todos iguales.

Una vez reconocido el problema, habría que oponerles una fuerza semejante que tal vez lo único que se logre es que el tema tome alcance nacional y se difunda.

La boleta única, voto electrónico, vuelta a la Justicia Electoral, múltiples fiscales partidarios y otras alternativas serán paliativos que hoy son imprescindibles. De lo contrario, seguirá ganando el oficialismo.