Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Un nuevo escenario político

Escribe Guillermo V. Lascano Quintana

Las contiendas electorales recientemente disputadas ponen de manifiesto, hasta ahora, la pérdida de primacía del llamado Frente para la Victoria. Los casos de Mendoza y Santa Fe son una prueba palpable. Es probable que el oficialismo sea derrotado en los comicios próximos en la ciudad de Buenos Aires.

Se presenta, entonces, un nuevo escenario sobre el cual cabe hacer algunas reflexiones, tendientes a analizar la viabilidad de un nuevo gobierno nacional de signo distinto al actual, teniendo en cuenta la historia política argentina y las características de muchos de los contendientes que participan de la lucha por el llamado “poder”, que en realidad es obtener la administración de la República.

Si ganara las elecciones generales alguno de los partidos auténticamente opositores, con chances, como la UCR o el Pro, la situación resultante va a ser altamente conflictiva por varias razones.

La primera, y tal vez la institucionalmente más importante, es que el partido triunfante tendrá una importante oposición parlamentaria. Ello no obstaría a que el gobierno pudiera gobernar si se hicieran acuerdos programáticos, pero debe reconocerse que en nuestro país tales compromisos son de muy difícil elaboración.

Una cierta esperanza revela el reciente acuerdo entre el Pro y la UCR. Tal vez la experiencia en la Legislatura de le Ciudad de Buenos Aires, donde se hicieron acuerdos que permitieron sancionar leyes aun no teniendo mayoría el oficialismo, sea un precedente que se repita, sobre todo si cesa la prepotencia kirchnerista.

Hay, además, otras causas que harán muy difícil gobernar el país, tanto para la oposición cuanto para el oficialismo. La situación económica y financiera es desastrosa, cualquiera sea el ángulo desde el cual se la mire. Quienquiera que deba enfrentar sus consecuencias tendrá que adoptar medidas extraordinarias que resultarán impopulares, mal que le pese a quien las tome.

Este será el caso de las candidaturas oficiales o paraoficiales que deberán afrontar los cambios necesarios para enderezar el rumbo de la nación. En esta hipótesis, la oposición debería colaborar con el necesario saneamiento, aportando ideas y hombres..

Puede ser, sin embargo, que el “proyecto nacional y popular” se conforme con la pobreza, la inseguridad y la falta de oportunidades para los ciudadanos, lo que no es descabellado pensar habida cuenta del lavado de cerebros que ha hecho la canallesca publicidad oficialista, que quiere hacer creer que estamos en el mejor de los mundos, que la inflación es una tontería, el precio del dólar un invento de los “fondos buitre” y que la inseguridad es culpa de las víctimas.

Desde algún ángulo puramente especulativo e irónico, podría resultar útil que quienes tengan que tomar esas medidas sean los mismos que generaron los magros resultados de la “década ganada” y que el turno de la verdadera renovación se postergue hasta 2019, cuando se haya puesto el orden necesario en el país.

Otra reflexión surge de la posibilidad de que antes de las elecciones generales del mes de octubre se produzca un grave colapso de la economía, que dé por tierra con los planes del oficialismo de llegar a diciembre herido pero no muerto.

En ese caso, el éxito de la oposición sería abrumador y, aun cuando subsistirían las oposiciones parlamentarias, el ímpetu del triunfo y el descrédito del gobierno saliente amenguarían las trabas legislativas.

En esta hipótesis, la historia de la década ganada quedaría anulada por la realidad y el liderazgo kirchnerista se esfumaría.

Son estas reflexiones que surgen de la enredada realidad política argentina.