Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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La niña que quería morir

Valentina Maureira grabó un video, lo subió a las redes sociales y conmovió a millones de personas. Con sus 14 años de edad, sus 35 kilos de peso y acuciada por una fibrosis quística, esta niña chilena le pidió a la presidenta de su país, Michelle Bachelet, el visto bueno para que los médicos pudieran aplicarle un procedimiento de eutanasia, de manera de “quedarse dormida para siempre”.

La fibrosis es una enfermedad genética, que afecta principalmente a los pulmones y, en menor medida, al páncreas, hígado e intestino, provocando la acumulación de un moco espeso y pegajoso.

Es un trastorno potencialmente mortal, y los pacientes suelen fallecer por infecciones pulmonares. De hecho, Valentina ya perdió a un hermano como consecuencia de esta enfermedad.

Si bien no existen tratamientos curativos, sí son posibles intervenciones que permiten mejorar los síntomas y alargar la vida. La supervivencia media para estos pacientes es de 35 años. En particular, la familia de Valentina intenta, desde hace varios años, conseguir el dinero para que la adolescente pueda someterse a un trasplante de pulmón, hígado y páncreas.

Prueba de la desesperación de los padres por mejorar la situación de su hija es que llegaron a pedirle a la cantante Madonna, de paso por Chile, que adoptara a Valentina, la llevara a Estados Unidos y lograra trasplantarla. También realizaron una campaña para conseguir los fondos para el tratamiento médico, sin llegar a cumplir el objetivo.

Valentina, cansada de los tratamientos, las internaciones y el deterioro, pidió a Bachelet que le permita morir, incluso a pesar de la pena que causaría a sus padres.

Conmovida, la presidenta la visitó en el hospital, le explicó que en Chile no está permitido ese tipo de intervenciones y, en una charla de más de una hora, la alentó a seguir luchando.

Casos como el de Valentina sacuden la modorra que a veces envuelve al mundo, más allá de los miles de casos similares o peores que puedan existir. La operación que podría ayudarla exige 650 mil dólares. Nada, para un mundo que destina millones y millones a fabricar armas.

Es cierto que se trata de una intervención de sumo riesgo. Que le exige sumar kilos y encontrar órganos compatibles. Pero esa debiera ser la búsqueda de todos quienes pueden dar una respuesta que supere a cualquier inyección que le cierre los ojos para siempre.